Vatanescu y la liebre. Tuomas Kyrö. Alfaguara. 2014.
Traducción de Dulce Fernández Anguita. 345 páginas.
La
literatura nórdica está de moda, y en concreto, la finlandesa. Las pruebas son
evidentes, no sólo se traducen los libros al español, sino que el arco temporal
entre los años de publicación en Finlandia y en nuestro país resulta cada vez
más pequeño: se estrecha, se comprime. No fue el caso de Arto Paasilinna (1942).
El desfase entre el año de publicación de sus
novelas en su lengua y en la nuestra es enorme: El molinero aullador (1981-2004), El
bosque de los zorros (1983-2005), Delicioso suicidio en grupo (1990-2007),
La dulce
envenenadora (1988-2008), El mejor amigo del oso (1995-2009)
y El año
de la liebre (1974-2011). La nueva generación de escritores
finlandeses, sin embargo, lo tiene más fácil. Son los casos, sobre todo, de
autoras que se han vuelto imprescindibles en la literatura europea: Sofi
Oksanen (1977. Purga: 2008-2011; Cuando las palomas cayeron del cielo:
2012-2013), Riikka Pulkkinen (1980. La verdad: 2010-2012) y Katja
Kettu (1978. La comadrona: 2011-2014); así como del autor que nos ocupa:
Tuomas Kyrö (1974. Vatanescu y la liebre: 2011-2014).
Esta última
novela es un claro y explícito homenaje al gran Paasilinna, y por supuesto, al
libro que lo catapultó a la fama: El año de la liebre. Si éste tardó la
friolera de 37 años en traducirse, su acólito ha tardado sólo tres. Y no porque
la obra sea mejor, sino por la simple razón de que el lejano Norte y sus
estepas heladas cruzadas por auroras boreales por fin nos interesan a los
mediterráneos. Será que necesitamos la oscuridad y el frío de Laponia, su
silencio, para olvidar la crisis, para dejar de ver esta sociedad consumista
que nos consume, este capitalismo que carece de importancia. Los valores
necesarios son otros, y por lo visto, no se encuentran aquí.
Vatanescu
y la liebre imita la estructura itinerante de los libros de Arto
Paasilinna. El protagonista de la historia es un rumano que ha contratado una
red clandestina dedicada al tráfico humano para rehacer su vida en un país del
Báltico (la narrativa europea se está interesando de verdad por un problema que
nos afecta a todos, valgan como ejemplos las obras: Libro, Purga, Inercia,
Temblad villanos…). En su huída de la red, Vatanescu (versión rumana de
Vatanen, el protagonista finlandés de El año de la liebre) se irá
relacionando con distinto personajes –nativos o emigrantes– que le pondrán
obstáculos o le ayudarán en ese ejercicio tan difícil de la supervivencia. El
motor que le mueve es el sueño de su hijo por calzarse unas botas de tacos y
ser futbolista.
Como en el
caso de la novela de Paasilinna, encontramos en esta obra la concatenación de
situaciones absurdas y disparatadas, aderezadas con humor negro; no obstante, la
narrativa de Tuomas Kyrö no alcanza los niveles de desolación y desencanto de
su maestro. Kyrö se decanta por la redención, por el cumplimiento de promesas,
por la fantasía que sólo la literatura puede propiciar.
Lógicamente,
aunque ambas novelas compartan un espíritu irónico, una actitud crítica ante el
modo de vida occidental, una defensa de la ecología, un armazón, una pareja
protagonista o una localización espacial, la Finlandia que describen no es del
todo idéntica. Entre ambas novelas han transcurrido 40 años. De ahí que en la
galería de tipos sociales de Vatanescu y la liebre nos topemos con
mafiosos rumanos y soviéticos o con exiliados vietnamitas y ghaneses. Y por eso
también la voz narradora en la que Kyrö delega su responsabilidad enunciativa
es una voz macarra, hasta soez, muy a menudo.
Los lectores
de Paasilinna disfrutarán con este libro, en el que encontrarán guiños y ecos
de las novelas del prolífico y afamado escritor finlandés. Los demás descubrirán
un horizonte narrativo heredado: divertido y sarcástico.
Ojalá
Anagrama aproveche el interés editorial por Finlandia para seguir editando los
títulos del indiscutible maestro, al que echamos en falta.
Esta reseña ha sido publicada por el blog La tormenta en un vaso. Tenéis la página original aquí.
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