sábado, 21 de noviembre de 2020

Notas y apuntes poéticos (II)

 


Nos falta tiempo para escucharnos. José Ángel Valente solía citar una sentencia de Novalis con la que me identifico: “El escritor no habla, se deja hablar”. Los místicos alumbrados o dejados ya postulaban la necesidad de la quietud y del aniquilamiento para desintegrarse en Dios y fundirse con él. Del mismo modo, durante la creación de Sublevación me vacié de mí para dejar que las palabras, portadoras de símbolos, emergieran.

 

La poesía mística es un travesía por los límites, una marcha a contrapelo de las experiencias que propone el lenguaje dominante (funcional). Por ello, para dar cuenta de ese viaje interior en busca de mi realidad última he modificado mi estética, tratando de evocar esa inefable aventura del descubrimiento.

 

José Jiménez Lozano, en un interesante artículo sobre mística hispánica (“Una estética del desdén”, publicado en el volumen La espiritualidad española del siglo XVI, Ediciones de la Universidad de Salamanca,1990) esgrime que nuestros visionarios renacentistas se enfrentaban a la dificultad no sólo de la expresión literaria de sus obsesiones, sino de la construcción de su propia identidad. De ahí que desecharan “toda expresión retórica del buen decir y buen escribir o artificio literario”. Ellos pretendían evocar la verdad de sí mismos, y lo hacían “con perfecta conciencia y voluntad de desconstrucción gramatical, de subversión lingüística”. Tal ha sido mi intento.

 

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