lunes, 8 de julio de 2019

Curva


Curva, Aurora Delgado. Palma de Mallorca, Sloper, 2018. 175 páginas


Sostiene Daniel Pennac que una de las prerrogativas del lector es el derecho a abandonar la lectura de un libro, cuando no le convence. Admito que en contadas ocasiones he dejado a medias una obra. Por lo regular, siempre acabo lo que empiezo. De lo que no me gusta también aprendo a sortear errores. Además, he comprobado por mi dilatada experiencia lectora que no siempre se cumple el refrán que sentencia que lo que mal empieza, mal acaba. Así que yo no me rindo si una novela me aburre o si un poemario no me emociona. Espero. Paro. Retomo. Obviamente, si abro un libro es porque ha llegado a mis manos por alguna razón. Confío en los editores que están detrás, en los colegas del gremio que lo han recomendado, en los escritores que los firman y en mi propio instinto. Dicho esto, también reconozco que hay lecturas que no emprenderé en la vida, acogiéndome —precisamente— a ese decálogo de Pennac: vade retro, librum! Esa fe de la que hablo es la que me armó de paciencia (virtud indispensable, forjada con los años) para no desistir de la lectura de Curva, segunda novela de Aurora Delgado, publicada en Sloper. Y he obtenido, claro, mi recompensa. Vayamos al asunto.
La obra tiene dos partes claramente diferenciadas. La primera abarca hasta el capítulo 18, inclusive. Justo la mitad. Tiene 36. Ese tramo me resultó anodino. El narrador omnisciente focaliza su punto en vista en Antonio, un hombre abúlico sin un proyecto propio, un padre de familia apático y un marido desapasionado. Por medio del flashback conocemos su vida anterior, en Melilla, donde trabajaba de profesor interino en un IES público de secundaria. Impartía la asignatura de Historia. Sabemos que sacrificó su vida laboral por la plaza de funcionario en prácticas que sí ganó su esposa, tras opositar en Andalucía. Desde entonces vive bajo el yugo de su suegro y de su cuñada, a los que debe su empleo en un hospital veterinario. En esta cara de la moneda asistimos a rencillas domésticas y conflictos familiares de lo más común. Si bien es cierto que el estilo de Delgado es pulcro y en ocasiones muy lírico, las escenas adolecen —siempre a mi juicio— de fiebre o de pasión. El número de personajes a los que se alude es excesivo y apenas son esbozos. Además, la obra —hasta aquí— carece de una trama. Parece un retazo de apuntes de recuerdos y de leves disputas. Tan sólo se menciona un dilema de calado que asole al protagonista: aceptar o no una considerable suma de dinero (ofrecimiento inverosímil, tal y como se plantea) para replantearse su vida profesional como miembro de una cooperativa docente. Si a esto añadimos que el capítulo 18 está lleno de incoherencias (página 100: un vigilante jurado provisto de pistola que presta un servicio armado en un Burger, y que juega a la ruleta rusa en el establecimiento; una inspectora de policía que le pregunta si es suya la pistola, a lo que responde el vigilante que la cogió prestada de la empresa…), demostrando la autora un desconocimiento absoluto del mundo de la seguridad privada (tecnicismos, armamento reglamentario, condiciones de uso de la armería, prestación de servicios armados… recogidos en la Ley 5/2014, del 5 de abril, y con anterioridad, en la Ley 23/92 de 30 de julio), pues ya tenemos razones suficientes que justifiquen el abandono del libro. Pero como adelantaba, soy lectora tenaz. Así que reinicié su lectura, y lo hice desde otro ángulo. ¿Esa ambientación tan poco seductora estaba al servicio de qué? ¿Esa falta de progresión argumental, que sentido tenía? Y supuse, entonces, que ambas expresaban el propio estancamiento de Antonio, el protagonista. Y recurrí a la fe. 
La segunda parte de la novela bien merece el penoso ascenso por la montaña: las vistas son impresionantes. Y es que el reverso de la moneda de Curva es un thiller inspirado en el mejor Tarantino (Pulp Fiction), con algún eco de Delibes (Los santos inocentes). En esos últimos 18 capítulos el montaje de escenas es soberbio. El flashback no se anuncia, se presenta. La autora va enhebrando elementos con la primera parte que ahora cumplen su función. Va atando cabos. Y así descendemos, vertiginosamente, hacia el desenlace de la historia a bordo del vagón de una montaña rusa. El libro se revela puro vértigo.
Curva pone sobre el tapete de la mesa temas actuales: el bulliyng, los centros educativos privados y la selección de su cuerpo docente (como en Cuatro por cuatro, de Sara Mesa; o en Mandíbula, de Mónica Ojeda), la búsqueda de un porvenir por el atajo del dinero fácil y no por el esfuerzo o el trabajo, la falta de autoestima y de amor hacia el prójimo… que son para mí las claves de la obra. A todas luces hija de su tiempo.

Aurora Delgado fue finalista de premio Nadal por esta novela. 


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