viernes, 25 de mayo de 2018

Olmo abatido


 
Hoy no hemos vivido una tragedia en el instituto, de milagro. Tenemos 75 árboles en el patio. Enormes olmos negros de 50 metros de altura, imponentes y frondosos. Fueron plantados en los años 80. De su mantenimiento se encarga el ayuntamiento de Madrid. Hablamos de árboles de crecimiento rápido y raíces de superficie. De gigantes con pies de barro. Uno de ellos no ha resistido los embates de la tormenta nocturna que ha anegado la capital. Su enorme copa estaba desparramada por el porche –que ha hundido– y el patio, sus raíces levitaban varios metros por encima de su lugar de origen, una tierra reventada que, de pronto, se ha quedado vacía. Por fortuna, esa fatídica suma de agua y viento ha arrancado al olmo en la madrugada, y no durante los recreos cuando cientos de niños corretean por el patio central que cruza entre los edificios principales, donde ha caído el árbol, acorazado de madera con mascarón de hojas y popa de raíces. Un milagro. A lo largo de la mañana ha venido la policía a precintar la zona y los bomberos a cortar el inmenso tronco y sus docenas de ramas, que no han podido llevarse aún. Todos hemos estado pendientes de sus maniobras. Hablando con un agente, y antiguo alumno del instituto, nos comentaba a una compañera y a mí que este tipo de sucesos podrían prevenirse de forma bien sencilla: no plantando árboles de raíces poco profundas (olmos, plátanos) y modificando el criterio de poda del ayuntamiento. Los jardineros encargados del cuidado de estos gigantes reciben instrucciones muy claras: han de podar a lo alto, para que las copas queden esbeltas. El problema salta a la vista. En los días de tormenta, las copas -empapadas de agua y zarandeadas por el viento- hacen de contrapeso y convierten al conjunto en un improvisado balancín de savia y corteza de 50 metros de largo. Ahora bien, si el criterio de poda no fuese la estética, sino la seguridad, igual nos ahorrábamos sustos como el que hemos vivido hoy en mi instituto o disgustos como el de la familia que perdió a su hijo en el parque del Retiro hace escasas semanas. ¿Es que tendría que morir algún alumno para podar los árboles de modo que no se descompensen con las lluvias? Sirva este suceso como símbolo de nuestra sociedad, donde prima la imagen, la apariencia, la belleza externa por encima de nuestro bien común. Las copas altas, la fruta plastificada y las corbatas en el gobierno, pese a que son un peligro, ponen en riesgo nuestro hábitat y gangrenan las instituciones del país.  
  

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