martes, 16 de enero de 2024

El canon y la luna

 


 

Desde luego, los esfuerzos por construir el canon lírico de nuestro país están salpicados de encumbramientos y olvidos que, con el transcurrir de los siglos, se han ido enmendando no sin el denodado esfuerzo de críticos y de profesores. Basta echar una mirada rápida a cartas, cancioneros y antologías para descubrir que poetas laureados en su tiempo han acabado chapoteando en el río Leteo, y lo contrario: que vates de los que ciertos compiladores y ensayistas no quisieron acordarse engrosan hoy los tomos de la Historia. Me viene a la cabeza, para empezar, la inmortal “Carta y proemio al condestable don Pedro de Portugal”. El marqués de Santillana, cegado por el esplendor de los poetas italianos, en su nómina de autores en lengua castellana tuvo el descuido de ignorar al pobre de Gonzalo de Berceo. Y qué les parece el caso del célebre Cancionero de Baena. Entre los poetas que el bueno de Juan Alfonso elevó al monte Parnaso se encuentra Gómez Pérez Patiño, cuyos dezires –visto el ostracismo al que ha sido relegado- dejan mucho que comentar; y sin embargo, se dejó en el tintero a un tal Íñigo López de Mendoza… Menos mal que lo rescató del infierno de los poetas defenestrados Hernando del Castillo, casi un siglo más tarde, en su Cancionero general. (Me temo que el karma se le había vuelto en contra.) Si pensamos en Luis de Góngora, vemos que su huella desaparece en el Siglo XVIII. Lo tuvieron que rescatar de la caverna profunda en donde llevaba oculto trescientos años unos veinteañeros que se levantaron contra la rutina y la vulgaridad allá por 1927… Pero, claro, estos jóvenes tuvieron que poner sus versos al servicio de la denuncia sociopolítica, por lo que sus voces fueron barridas del país como si fuesen polvo. Nadie se acordó de ellos durante cuarenta años. Ni una foto en la portada de un mísero periódico (sí algún poema en revistas que luego también se borraron del mapa). Y qué me dicen del caso siguiente. Ganas el Nobel de Literatura. En tu tierra, cuatro años después, se publica un volumen ambicioso: Veinte años de poesía española, y… despiste del antólogo, se le olvidó tu nombre. Juan Ramón debió de revolverse en su tumba. Por suerte, llegó la democracia y con ella, volvieron al canon los autores invisibilizados o bien por la censura o bien por motivos estéticos. Moraleja: poeta, sé paciente. Los olvidos y silencios de hoy no significan nada. ¡Sigue siendo posible la inmortalidad el día de mañana! 

 

 

 

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