martes, 27 de marzo de 2012

Orden alterno

 Nordenskiöld y el Vega (1886)
Georg von Rosen
                                                                   

Adolf Erik Nordenskiöld se asoma a la cubierta de su ballenero con el ánimo ardiente y con las manos hinchadas, por el frío. A su espalda, veinte hombres introducen carbón en la caldera o embalan los instrumentos geológicos y los minerales que transporta el buque. Ante sus ojos: una frontera flotante, un muro de dos metros que les impide el paso. La arquitectura helada le impone una renuncia; encarcela sus sueños de exploración de la superficie de Groenlandia. Años antes, en otra expedición por el Ártico, el invierno ya lo había retenido en el mar del Norte. Perdió meses de hallazgos, de descubrimientos de minas, de ilusiones que avanzan por túneles estrechos e iluminan su fondo y sus paredes. Pero ahora es más viejo. Y también su barco. La vida se le impone con urgencia. Por eso ha dado la orden de astillar las camas. La hélice del ballenero necesita potencia; la proa, propulsión. Sabe que un cambio depende, antes de todo, de una mínima certeza. No todos los tripulantes tienen fe. Sus músculos trabajan por dinero. Ignoran lo que significa la belleza de un acto. El casco tiembla. La chimenea esculpe una sombra en la luz. Adolf Erik sujeta con firmeza su timón. Lo que le aguarda delante es la aventura de quien cruza una puerta. 

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