Retirada, Pureza Canelo.
Pre-Textos, Valencia, 2018. 56 páginas. 10 euros.
Quizás, una razón para escribir sea la de luchar contra el
olvido. Sabemos que con el tiempo los cuadros se agrietan sobre sus bastidores,
y por eso tratamos de darles pinceladas y capas de barnices, para que nos
perduren. Pureza Canelo lleva, cuanto menos, dos poemarios retocando las líneas
y colores de su memoria (Oeste), así como el color y la profundidad de su pensamiento (Retirada), para defender de la nada “la
cosecha de lo vivido”. Con un lenguaje que ella misma tilda de esencial
y claro, su último libro de poemas en prosa constituye un
balance existencial a sabiendas de que, al sujeto que enuncia, se le
acortan los días. El veredicto es muy poco
indulgente: “Ninguna hazaña has ofrecido en la brevedad de tu paso terrícola”
(p. 24). La autora reconoce su fracaso en la búsqueda de un sentido a la vida
(“¿Qué ha sido haber estado aquí? Desde la poesía he buscado la respuesta de lo
menor hacia lo único. Sigo a la espera”, p. 47), se interroga sobre la
plausible eternidad (“¿Haber llegado hasta aquí para abandonar?”, p. 48) o
aventura que el sentido de nuestra experiencia humana pueda ser prepararnos
para la muerte (“No hay pesadumbre. La retirada es el gran hacer”, p. 50),
¿cabría intuir que Pureza Canelo nos insta a realizar un camino espiritual
–estoico, cuidadoso, solidario, empático– que nos ayude a afrontar
conjuntamente nuestra contingencia? ¿Puede existir, acaso, otro modo de asumir
nuestro desenlace, de sobreponernos a la tortura de pensar en la desaparición absoluta? Tampoco
faltan en el libro reflexiones metaliterarias no exentas de autocrítica
“Leo textos ajenos y me pierdo en vericuetos del decir. Lo
mismo pasaría si alguien fijara su dedo en mi escritura.
Clamoroso ego. Deficienca perenne entre nosotros. Vanidad
sin límites. A la vez que tuertos y mancos, todos” (p. 13)
La autora, incluso, dedica un homenaje a Juan Ramón
Jimémez, poeta de la poesía pura, que
desnudaba sus versos de retórica como un maestro experto en la poda paciente de
bonsáis. Ella admira sus “canales de profundidad”, su contacto con el magma interior, con cuya materia -sabiamente seleccionada-
daba cuerpo a sus textos: “la escritura de exigencia universal asiste a quien
se atreve a buscarla y agujerear mundos. Brocales de luz hacia el centro de la
tierra” (p. 49)
Retirada es un libro
hondo, de recapitulación, despedida, emparentado con las premoniciones de Cernuda (“Quien
escribe se adelanta a atisbar la muerte”, p. 20) y las incertidumbres de Unamuno (“Amanece. ¿Existo?”, p. 27). Con este intenso
cuadro (minimalista, bello, de fina pincelada), Pureza Canelo se subleva contra
su condición mortal. No en vano, según Rafael Argullol, esa es precisamente la misión de la literatura:
“En el mismo momento en que el hombre adquiere conciencia del tiempo, que es el
sendero hacia la muerte, adquiere conciencia de la necesidad de rebelarse
contra él. El arte, con sus distintas máscaras, es el fruto de esa rebelión”.
En fin, aunque ella opine lo contrario, guiada por su valiente
expedición de lapiceros, Pureza recorre los
puentes abiertos al misterio, y deja un
surco de grafito en el país helado de la Nada.
Este reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit.
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