Con motivo del tercer centenario de la muerte de Góngora, Federico García Lorca dio una conferencia sobre el poeta cordobés en la Residencia de Estudiantes. El texto contiene vetas interesantísimas de la poética lorquiana, que iluminan esta entrada del blog:
¿Qué causas pudo tener Góngora
para hacer su revolución lírica? ¿Causas? Una nativa necesidad de belleza nueva
le lleva a un nuevo modelado del idioma. Era de Córdoba y sabía el latín como
pocos. No hay que buscarlo en la historia, sino en su alma. Inventa por primera
vez en el castellano un nuevo método para cazar y plasmar las metáforas, y
piensa, sin decirlo, que la eternidad de un poema depende de la calidad y
trabazón de sus imágenes.
Después ha escrito Marcel
Proust: "Sólo la metáfora puede dar una suerte de eternidad al
estilo".
La necesidad de una belleza
nueva y el aburrimiento que le causaba la producción poética de su época
desarrolló en él una aguda y casi insoportable sensibilidad crítica. Llegó casi
a odiar la poesía.
Ya no podía crear poemas que
supieran al viejo gusto castellano; ya no gustaba la sencillez heroica del
romance. Cuando para no trabajar miraba el espectáculo lírico contemporáneo, lo
encontraba lleno de defectos, de imperfecciones, de sentimientos vulgares. Todo
el polvo de Castilla le llenaba el alma y la sotana de racionero. Sentía que
los poemas de los otros eran imperfectos, descuidados, como hechos al desgaire.
Y cansado de castellanos y de
"color local", leía su Virgilio con una fruición de hombre sediento
de elegancia. Su sensibilidad le puso un microscopio en las pupilas. Vio el
idioma castellano lleno de cojeras y de claros, y con su instinto estético
fragante empezó a construir una nueva torre de gemas y piedras inventadas que
irritó el orgullo de los castellanos en sus palacios de adobes. Se dio cuenta
de la fugacidad del sentimiento humano y de lo débiles que son las expresiones
espontáneas que sólo conmueven en algunos momentos. y quiso que la belleza de
su obra radicara en la metáfora limpia de realidades que mueren, metáfora
construida con espíritu escultórico y situada en un ambiente extra-atmosférico.
[…]
Pero lo interesante es que,
tratando formas y objetos de pequeño tamaño, lo haga con el mismo amor y la
misma grandeza poética. Para él, una manzana es tan intensa como el mar, y una
abeja, tan sorprendente como un bosque. Se sitúa frente a la Naturaleza con
ojos penetrantes y admira la idéntica belleza que tienen por igual todas las
formas. Entra en lo que se puede llamar mundo de cada cosa, y allí proporciona
su sentimiento a los sentimientos que le rodean. Por eso le da lo mismo una
manzana que un mar, porque sabe que la manzana en su mundo es tan infinita como
el mar en el suyo. La vida de una manzana desde que es tenue flor hasta que, dorada,
cae del árbol a la hierba, es tan misteriosa y tan grande como el ritmo
periódico de las mareas. Y un poeta debe saber esto. La grandeza de una poesía
no depende de la magnitud del tema, ni de sus proporciones ni sentimientos. Se
puede hacer un poema épico de la lucha que sostienen los leucocitos en el
ramaje aprisionado de las venas, y se puede dar una inacabable impresión de
infinito con la forma y olor de una rosa tan sólo. […]
Góngora tiene un mundo aparte,
como todo gran poeta. Mundo de rasgos esenciales de las cosas y diferencias
características.
El poeta que va a hacer un poema
(lo sé por experiencia propia) tiene la sensación vaga de que va a una cacería
nocturna en un bosque lejanísimo. Un miedo inexplicable rumorea en el corazón.
Para serenarse, siempre es conveniente beber un vaso de agua fresca y hacer con
la pluma negros rasgos sin sentido. Digo negros, porque... ahora voy a hacerles
una revelación íntima.... yo no uso tinta de colores. Va el poeta a una
cacería. Delicados aires enfrían el cristal de sus ojos. La luna, redonda como
una cuerna de blando metal, suena en el silencio de las ramas últimas. Ciervos
blancos aparecen en los claros de los troncos. La noche entera se recoge bajo
una pantalla de rumor. Aguas profundas y quietas cabrillean entre los juncos...
Hay que salir. Y éste es el momento peligroso para el poeta. El poeta debe
llevar un plano de los sitios que va a recorrer y debe estar sereno frente a
las mil bellezas y las mil fealdades disfrazadas de belleza que han de pasar
ante sus ojos. Debe tapar sus oídos como Ulises frente a las sirenas, y debe
lanzar sus flechas sobre las metáforas vivas, y no figuradas o falsas, que le
van acompañando. Momento peligroso si el poeta se entrega, porque como lo haga,
no podrá nunca levantar su obra. El poeta debe ir a su cacería limpio y sereno,
hasta disfrazado. Se mantendrá firme contra los espejismos y acechará
cautelosamente las carnes palpitantes y reales que armonicen con el plano del
poema que lleva entrevisto. Hay a veces que dar grandes gritos en la soledad
poética para ahuyentar los malos espíritus fáciles que quieren llevarnos a los
halagos populares sin sentido estético y sin orden ni belleza. Nadie como
Góngora preparado para esta cacería interior. No le asombran en su paisaje
mental las imágenes coloreadas, ni las brillantes en demasía. El caza la que
casi nadie ve, porque la encuentra sin relaciones, imagen blanca y rezagada,
que anima sus momentos poemáticos insospechados. Su fantasía cuenta con sus
cinco sentidos corporales. Sus cinco sentidos, como cinco esclavos sin color
que le obedecen a ciegas y no lo engañan como a los demás mortales. Intuye con
claridad que la naturaleza que salió de las manos de Dios no es la naturaleza
que debe vivir en los poemas, y ordena sus paisajes analizando sus componentes.
Podríamos decir que pasa a la naturaleza y sus matices por la disciplina del
compás musical. […]
No creo que ningún gran artista
trabaje en estado de fiebre. Aun los místicos, trabajan cuando ya la inefable
paloma del Espíritu Santo abandona sus celdas y se va perdiendo por las nubes.
Se vuelve de la inspiración como se vuelve de un país extranjero. El poema es
la narración del viaje. La inspiración da la imagen, pero no el vestido. Y para
vestirla hay que observar ecuánimemente y sin apasionamiento peligroso la
calidad y sonoridad de la palabra. […]
Y no hay que olvidar que Góngora
es un poeta esencialmente plástico, que siente la belleza del verso en sí mismo
y tiene una percepción para el matiz expresivo y la calidad del verbo, hasta
entonces desconocida en el castellano. El vestido de su poema no tiene tacha.
[…]
Y no busca la oscuridad. Hay que
repetirlo. Huye de la expresión fácil, no por amor a lo culto, con ser un
espíritu cultivadísimo: no por odio al vulgo espeso, con tenerlo en grando
sumo, sino por una preocupación de andamiaje que haga la obra resistente al
tiempo. Por una preocupación de eternidad. […]
Buenas tardes Ariadna,
ResponderEliminarPerdona por irrumpir así en tu blog, pero no hemos encontrado otra manera de contactar contigo. ¿Podrías mandarnos un email a info@editorialdieciseis.com ? Estamos interesados en tu trabajo.
Gracias.
Un saludo,