Aspiraciones de la clase
media, Brenda Ríos. Ediciones
Liliputienses. 2018. 128 páginas. 10,40 euros.
Quién no recuerda el comienzo de Matrix. La oficina anodina, aséptica, donde trabaja Neo. El
mundo de plástico, limpio y ordenado que parece perfecto. Un espacio ideal,
urbano, silencioso, en el que malgastar la vida dentro de un límite. Una pecera
de luz fría. Una urna de cerámica. Ángel González describió la existencia gris,
enclaustrada por un marco laboral, en “Nota necrológica”. Brenda Ríos (Acapulco,
México, 1975) convierte a la oficina en símbolo de un entorno artificial,
deshumanizado, aburrido, al que, sin embargo, la gente aspira para sobrevivir:
“Fuera de esos espacios
reducidísimos
tampoco hubo gran cosa
una humedad de ciudad anciana
pobreza sin romanticismos
una soledad demasiado demasiado
dócil” (p. 16)
Pero la vida urbana exige el pago
de tributos: el exceso de velocidad, la ausencia de sueños, la monotonía, la
automatización, el confinamiento en un piso minúsculo, el desconocimiento
propio o el cansancio. Ríos critica duramente nuestro modelo social. A su vez,
nos abre las bisagras del sentido crítico para que nos interroguemos sobre el
significado actual de clase media, cuya
base se encuentra diluida, mezclada con el ocre de las capas más bajas. ¿Qué es
ser clase media? Brenda nos deja su definición en un portentoso endecasílabo
“Llegar a fin de mes sin pasar hambre”.
No obstante, Ríos ofrece una
alternativa a la ceguera que padecemos todos, siguiendo el consejo de Sancho:
“Quien da la llaga, da la medicina” (Quijote, XIX, 2ª parte). Así, la voz que enuncia –convertida en corifeo
generacional que nos interpela– renuncia a un empleo fijo que la asfixia, en
pos de sus deseos de libertad. Convertida en salmón que remonta la corriente
adversa, va recobrando espacios en los que renacer a una existencia plena,
auto-consciente: “Seré yo sola mis ganas de vivir” (p. 35).
En la segunda parte del poemario,
Casa, la voz vuelve a enturbiarse. Ahora
pasa revista a la tropa de familiares, vecinos y allegados que suponen para
ella la sombra de un mal sueño que aún respira: la madre agobiante (“No importa
la hora en que llame/ siempre será inoportuna”), el hermano perdido (“Dejamos
de vivir juntos./ No tengo la menor idea”), o ese vecino fantasmagórico que
acompaña sus noches:
“Escucho su televisión y él
escucha la mía.
Dormimos cabeza con cabeza,
separados apenas por un muro blanco.
Su balcón da a mi balcón.
Nunca lo he visto. […]
Somos más amigos que otros
nos une un espacio en el mundo”
(p. 105)
La falta de asideros emocionales
le lleva a contruir metáforas desasosegantes sobre la familia (“musgo/ platina
gelatinosa”), el amor (“playa/ sembrada con minas”), los descendientes ajenos
(“hijos-Aullido”), e incluso sobre sí misma (“Yo era la casa sin muebles”).
Aspiraciones de la clase
media, por tanto, nos habla de la
intemperie sentimental en la que vive buena parte de la ciudadanía, ya sea por
estar enclavada entre los resortes, espirales y muelles de un sistema laboral
opresor, o por la desgracia de haber nacido en un ambiente decolorado. Escrito
con un lenguaje coloquial, a veces irónico, y a menudo narrativo; supone un
magnífico libro al que asomarse para ver el reflejo del fracaso global.
Esta reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit. Aquí.
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