Me crece la barba. Poemas para mayores y menores, Gloria Fuertes. Edición de Paloma Porppeta,
Reservoir Books, 2017. 260 páginas. 20 euros.
Yo estaba a
punto de cumplir los tres años cuando cesó de emitirse en TVE el
programa infantil Un globo, dos globos, tres globos. Apenas me acuerdo de la sintonía
y de algunas imágenes. Pero crecí con La cometa blanca (1981-83), Mazapán (1984-85), El kiosko (1984-97) y La bola de cristal
(1984-88). Qué
tiempos. Es en el primero de estos programas donde escuché los versos de Gloria
Fuertes. No sabía muy quién era. Pero aún recuerdo su voz y la gravedad con que
nos recitaba sus textos a todos los niños españoles, como diciéndonos: la poesía
es un género serio que, bajo su apariencia festiva, esconden verdades
dolorosas, de las que nos rompen por dentro. No fue por ella, sin embargo, que
empecé a escribir versos, sino por Samaniego e Iriarte. La parodia que Martes y
Trece dedicó a la poeta la Navidad de 1985-86 dejó como recuerdo colectivo para
toda una generación de infantes a un personaje irrisorio. Si la primera
etiqueta que me colgaron de ella fue la de autora infantil, la segunda sería personaje cómico
de la vida pública. En
la carrera (Filología Hispánica) no hubo profesor alguno que nos la mentara. Mi
afición a la poesía, primero, y un encargo editorial más tarde (Antología de
la poesía española 1939-1975, Akal, 2003), sí me abrieron las puertas de su obra. Pero
entonces le colgué la etiqueta que la crítica le había adjudicado: poeta
postista. Y como
tal la difundí cuando impartí clases de poesía contemporánea en la Universidad
Complutense. Sin embargo, releída ahora gracias a la fuerza que está
adquiriendo su centenario (homenajes de gran éxito de público en la sede del
Instituto Cervantes y en la Casa de la Villa), veo que qualquiera de los rótulos
con los que se ha venido etiquetando (poeta de los niños, autora postista) es insuficiente para dar cabida
cuenta de la riqueza y complejidad de su quehacer poético. El libro que reseño,
Me crece la barba (Reservoir
Books, 2017), ha sido elaborado por Paloma Porppeta (presidenta de la Fundación
Gloria Fuertes), quien, consciente de los corsés que han venido maniatando la
recepción de la obra de la vate madrileña, ha seleccionado textos de diferentes
épocas, registros, tonos, temas y perspectivas. El resultado es una antología
desprejuiciada; magnífica ocasión para que los lectores se adentren en una obra
inclasificable, versátil y escurridiza.
Junto a los vanguardistas juegos de palabras de quien ha
superado todos los istmos (“vengo voceando,/buceando, mejor”) y el tono lúdico –irónico–
de muchas de sus composiciones (“se dan casos, aunque nunca se dan casas”),
Gloria Fuertes nos ofrece en sus versos una visión angustiada de la vida. Este
segundo tono a veces se nos revela en perfectos alejandrinos no exentos de
autocrítica, combinada con la denuncia social (“La vida no nos gusta y seguimos
inertes/a lo mejor venimos para ser algo raro/y a lo peor nos vamos sin haber
hecho nada” de Hay un dolor colgando; “y nos pisan el cuello y nadie se levanta”, de ¡Hago
versos, señores!),
en otras ocasiones nos hablan de la soledad de la autora (“Tengo que deciros…Que
estoy sola”, “Desde este desierto de mi piso/amo en soledad a todos”), y son
bastantes aquellos en que muestra su miedo a la muerte (Precioso el texto La
vida es una hora, que
transcribo íntegro: “Apenas te da tiempo a amarlo todo/ a verlo todo./La vida
sabe a musgo,/sabe a poco la vida si no tienes/ más manos en las manos que te
dieron./Al final escogemos un lugar peligroso,/un pretil, una vida/la punta de
un puñal donde pasar la noche”). El tema político cruza sus poemarios de lado a
lado, ya sea por medio de símbolos (“Me apunto al sol/porque no es de
nadie/para ser de todos”), de metonimias (“No olvido/cuando rojos y negros/corríamos
delante de los grises/poniéndoles verdes”) o de paranomasias (“Mi partido es la
Paz./Yo soy su líder./No pido votos, pido botas para los descalzos/–que todavía
hay muchos–“). Poeta de guardia, poeta del pueblo, Gloria Fuertes abrazó la idea de la
solidaridad y defendió en sus versos la justicia social. El texto Nos
perdamos el tiempo es
un suerte de poética donde que deja muy claro el objetivo a perseguir por los
poetas de España: “no decir lo íntimo, sino cantar al corro/no cantar a la
luna, no cantar a la novia/…/Debemos, pues sabemos, gritar al poderoso/gritar
eso que digo, que hay bastantes viviendo/debajo de las latas con lo puesto y
aullando”. Esta voz, anclada en lo social, es hermana de la de Ángela Figuera
Aymerich, otra poeta de los 50 que la crítica ha venido ignorando, y cuya obra
y memoria –poco a poco– se están recuperando en la última década.
Fuertes nos ha dejado una obra cercana, realista,
comprometida y verdadera. De estilo claro, dado a los juegos de palabras,
encontró la manera de conectar con sus contemporáneos. Su voz es la de todos.
Es la voz de los humildes, de los trabajadores, de los ninguneados, de los
vilipendiados, de los que se hiceron a sí mismos en los años de posguerra.
Mujer, lesbiana y escritora, su vida no fue fácil bajo la dictadura (“me salió
una oficina/donde trabajo como si fuera tonta,/–pero Dios y el botones saben
que no lo soy”–, de Nota biográfica). Sus poemas nos describen una doble Gloria: la secretaría
de día, y la poeta de noche; la que sigue las normas, y la que se las cuestiona;
la que finge delante de los otros, para no destacar, y la que se derrama tal
cual es en sus composiciones; la contable, y la bohemia; la mujer exacta,
responsable, y el ama de casa que ni se hace la cama ni limpia el polvo.
Revisada su obra, comprobamos que hay más de un Gloria
Fuertes en sus libros. La mitad de su obra ha sido ignorada porque no convenía
desencasillar a una mujer debidamente etiquetada y precintada. Siempre se ha
controlado mejor a nuestro sexo atribuyéndole funciones esterotipadas: la
crianza, la maternidad, los niños. Gloria estaba controlada, al margen del
canon. Antes lo estuvieron otras: sor Juana Inés de la Cruz fue hostigada por
escribir poemas hasta que se vio obligada a renegar, por escrito, de toda su
obra. Ambas, unas rebeldes. Ambas, envasadas y exhibidas en estantes benignos:
poesía amistosa, la
mexicana; poesía infantil, la madrileña. Las dos vieron como sus atrevidas
composiciones feministas (homoeróticas, en el caso de la monja; de denuncia social y de la
falta de equidad entre sexos, en el caso de Fuertes –“Sé escribir, pero en mi
pueblo/no dejan escribir a las
mujeres”–) fueron invisibilizadas o negadas. Por eso festejamos que en 2017,
con motivo del centenario del nacimiento de la poeta de Lavapiés, se publique Me
crece la barba, antología
que da la oportunidad a los lectores de romper la barrera de los prejuicios y
de acercarse a unos versos honestos, angustiados, juguetones y críticos, para
valorar en su justa medida a una autora injustamente desvalorizada.
Esta reseña ha sido publicada por el blog La Tormenta en un Vaso.
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