En la pasada Feria del Libro de Fráncfort la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi dio una coferencia de la que se hizo eco El País. Aquí recojo algunas declaraciones. Todo el texto lo tienen pinchando aquí.
No se debe hablar porque uno
esté seguro de que le van a apoyar, sino porque no puede permitirse el
silencio.
A veces me llaman activista. Y a
menudo siento que me tira la contrariedad, que mi espíritu se resiste, porque
no es una palabra que yo utilizaría jamás para describirme. Quizá porque crecí
en Nigeria y vi a los que yo considero activistas de verdad, personas que dan
su vida por causas, gente que muestra el tipo de dedicación extraordinaria al
que yo solo puedo aspirar.
Me veo a mí misma como escritora,
como narradora, como artista. Escribir es lo que le da significado a mi vida.
Es lo que más feliz me hace cuando va bien. Es lo que más me entristece cuando
va mal.
Pero también soy una
ciudadana. Mi responsabilidad como artista es mi arte. Mi responsabilidad como
ciudadana es la verdad y la justicia.
Si puedo cambiar una mente, si
puedo conseguir que una persona piense de manera crítica he ganado mucho, porque he contribuido a dar un pequeño paso en el
largo camino hacia el progreso.
El arte puede iluminar la
política. El arte puede humanizar la política. Pero a veces, eso no basta. A
veces es necesario involucrarse en la política como política. Y esto no podría
ser más urgente hoy en día.
El mundo está virando; está
cambiando; se está oscureciendo. Ya no podemos jugar según las viejas reglas de
la complacencia.
Este es el momento de la
valentía, y para mí la valentía no es la
ausencia de miedo. Es la determinación de actuar a pesar de tener miedo.
Es el momento de relatos más
complejos: no basta saber cómo sufren los refugiados o de qué modo no encajan
en una nueva sociedad; también debemos saber qué hiere su orgullo, a qué
aspiran, y quién arma las guerras que los convirtieron en refugiados para
empezar, de quién es la responsabilidad.
Es el momento de proclamar que la
superioridad económica no significa superioridad moral.
Es el momento de la audacia en
la narrativa, el momento de los nuevos narradores. Es importante tener una amplia diversidad de voces, no porque
queramos ser políticamente correctos, sino porque queremos ser precisos. No
podremos entender el mundo si seguimos fingiendo que una pequeña parte de él
representa al mundo en su totalidad.
Es el momento de replantearnos
cómo pensamos los relatos. La cuestión de los derechos humanos no hace
referencia solo a las grandes historias de represión gubernamental. Trata
también de relatos íntimos.
Hoy en día, en todo el mundo,
las mujeres están hablando alto, pero sus historias siguen sin oírse realmente.
Es hora de que dediquemos más que
simple palabrería al hecho de que los relatos de mujeres son para todos, no
solo para las mujeres. Sabemos por las investigaciones que las mujeres leen
libros escritos por hombres y por mujeres, pero los hombres leen libros
escritos por hombres. Es hora de que los hombres lean a las mujeres. Es hora de
poner fin a esa pregunta de “qué quieren las mujeres”, porque ya es hora de que
todos sepamos que las mujeres quieren simplemente ser miembros de pleno derecho
de la familia humana.
Hoy en día existe un gran vacío
en el espacio imaginativo de muchas personas en todo el mundo. Es imposible
sentir empatía por las mujeres porque las historias de mujeres no se conocen
verdaderamente; las historias de mujeres no se consideran universales.
Las mujeres siguen siendo
invisibles. Las experiencias de las mujeres siguen siendo invisibles.
La literatura es mi religión. He
aprendido de la literatura que todos tenemos defectos, que todos los humanos
tenemos defectos. Pero también he aprendido que podemos ser bondadosos, que no
necesitamos ser perfectos para poder hacer lo que es justo y correcto.
No traslado a menudo escenas de
mi vida a la ficción, pero en una ocasión lo hice con una escena concreta en la
que por primera vez empecé a entender lo que significaba ser negra.
Una editora me dijo que la escena
era completamente increíble. La había falseado para poder decir algo relativo a
la raza. Me dijo que eso nunca habría sucedido en la vida real.
Quise decirle que en realidad
sucedió así.
Pero no lo hice, porque cuando
enseño redacción creativa les digo a mis alumnos que “no pueden usar la vida
real para justificar su ficción”. Si la ficción es increíble para el que la
lee, el que la ha escrito ha fracasado en su arte, que es el de usar el
lenguaje para alcanzar la suspensión de la incredulidad.
Se lo decía a mis alumnos porque
yo solía creerlo. Pero estoy descubriendo que lo cuestiono cada vez más. Porque
lo que creemos o lo que no creemos, lo que nos parece creíble y lo que nos
parece increíble, es en sí un marco de nuestras propias experiencias.
¿A cuántas personas negras
conocía esa editora? ¿Cuántas experiencias sinceras de personas negras había
oído? ¿En qué se basaba para decidir qué creer y qué no creer?
Es hora de ampliar nuestros
límites, de ampliar el marco, de saber que lo que ya existe puede ser en
ocasiones demasiado limitado como para abarcar la compleja multiplicidad de las
experiencias humanas.
Pienso que necesitamos más
relatos abiertamente políticos, más relatos que miren al mundo a la cara.
¿Tiene importancia la literatura?
¿Es útil?
Podemos seguir hablando de
literatura como un culto que no puede cuestionarse, o podríamos suavizar los
límites de nuestras definiciones. ¿Qué significa ser útil? ¿Acaba la utilidad
en lo concreto?
Los humanos no somos una
colección de huesos y carne lógicos. Somos seres emocionales en igual medida
que seres físicos. La utilidad debería estar vinculada a todas las partes que
nos hacen humanos.
La literatura nos enseña. La
literatura importa.
Leo para que me consuelen, leo
para que me conmuevan, leo para que me recuerden la gracia, la belleza y el
amor, pero también el dolor y la pena. Y todas estas cosas importan. Todas son
lecciones útiles.
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