viernes, 1 de septiembre de 2017

La célula de oro

 La célula de oro, Sharon Olds. Traducción y prólogo de Óscar Curieses. Barttleby, 2017. 236 páginas. 16 euros.


Tenemos la suerte de que en el último año se hayan publicado en España las obras –espléndidamente traducidas– de tres poetas estadounidenses que todo buen lector disfrutará. Me refiero a Elizabeth Bishop (Poesía Completa 1. Poesía, Vaso Roto, 2016): dueña de un estilo rocoso, hermético, poco dado a la emotividad, con en el que realiza espléndidas descripciones del paisaje desolado de Nueva Escocia (Canadá); Mary Oliver (Felicity, Valparaíso, 2016): poeta veterana, que a sus ochenta años posee una voz fresca y rebelde que rezuma vitalidad a espuertas y un radiante optimismo; y, finalmente, Sharon Olds (La célula de oro, Barttleby, 2017): cuya personalidad poética se encuentra en las antípodas de las dos anteriores. Sus versos son exhibicionistas, están manchados de vida, supuran dolor, nos muestran el reverso de la gente, sus vísceras, nombra lo que nos hace vulnerables y aquello que nos rompe.

La célula de oro se divide en cuatro secciones. La primera constituye una agria mirada sobre la realidad circundante: intentos de suicidios, la desigualdad social por motivos raciales, el hambre que conduce al robo y a la sangrienta justicia vecinal, violaciones y asesinatos de niñas.

La segunda, sin lugar a dudas, es la mejor del conjunto. Olds, como adelantaba, se pone del revés y nos revela sus costuras, su amasijo de huesos y sangre, su pulpa. Los poemas de esta sección ahondan en su malograda vida familiar. Los versos hierven, alertan como señalan luminosas, describen con crudeza estados de ánimo desoladores. Sobresalen “Vuelo a mayo de 1937”, dedicado a sus padres, a punto de casarse (“Quiero alcanzarlos y decirles Parad,/ no lo hagáis…vas a hacer cosas que no podéis imaginar que haríais/…/vais a sufrir de maneras completamente desconocidas,/ vais a querer morir” pág. 57); “Saturno”, desasosegador alegato hiperbólico (con alusión mitológica al padre de Zeus) contra la violencia ejercida por su progenitor (“Tomó/ la cabeza de mi hermano en los labios/ y la arrancó como una cereza de su tallo” pág. 61); “¿Y si Dios?”, donde narra las veces que su madre rezaba quejumbrosa junto a ella, ya acostada, “agrietando mi naturaleza”; “La comida”, nuevo texto a la madre, mujer de existencia malograda, sin apego a la vida e incapacitada para la ternura; “El vestido”, que nos habla de la necesitad de creer que nos aman, y de la arbitrariedad de los símbolos; o “Después de 37 años mi madre se disculpa por mi niñez”, cuyos versos descarnados nos conmocionan por su crudeza (“tu cuerpo viejo/ y suave caído sobre mí con horror,/ te estreché en mis brazos, dije Todo está bien” pág. 115).  


La tercera sección se centra en el sexo, y supone una bajada de la intensidad y de la altura literaria con respecto a la anterior. Sin embargo, el libro cobra bríos y remonta el vuelo en su desenlace. Esta cuarta rememora la vida de sus hijos desde el parto (“los brazos/encogidos como las patas rosadas de un cangrejo”) hasta su adolescencia, pasando por los sobresaltos y angustias que experimenta cualquier madre, pese a lo avezada, ya sea por la herida de un hijo, por una repentina enfermedad o porque ve peligros y emenazas en cualquier parte (“me falta tiempo para llegar a su lado”).

Sharon Olds es una escritora dura, nada complaciente. No aborda un tema desde el lado de la luz, sino desde la sombra. Tampoco da un respiro a sus lectores. Sus símiles, que construye con habilidad e ingenio, siempre crean analogías violentas, como si el mundo no diera para otra cosa, como si los humanos no fuéramos capaces de mucho más, y sólo nos definiera nuestra capacidad de destrucción (“cordones como un conjunto de cicatrices bien estudiadas”, “los baldosines rojos brillando como placas de sangre”,”trituraba los huesos como blandos caparazones de cangrejo”, “los iris embarrados como la corteza de un volcán”, ella “una barrita de mantequilla ante el rallador de acero manchado y agrio de él”…

La cédula de oro sobrecoge por sus temas y por su estilo directo, a veces lleno de quiebros, de frecuentes descripciones enumerativas y unas comparaciones tan imaginativas como crueles. Sharon Olds, un autora para leer, y si su lectura se complementa con las de Bishop y Oliver, tanto mejor: se niegan, se discuten.



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