sábado, 1 de abril de 2017

Diás azules, sol de la infancia

Días azules, sol de la infancia. Marcos Calveiro. Edelvives. 2017. 192 páginas. 10 euros.


Marcos Calveiro es un novelista curtido. Su narrativa juvenil viene avalada por premios tan prestigiosos como los Ala Delta, Barco de Vapor y Lazarillo. Su última novela, Dias azules, sol de la infancia, resulta ideal para que nuestros adolescentes conozcan cómo Madrid defendió la República y los valores que ésta representaba durante los años de la Guerra. El libro nos presenta dos historias. La primera la relata un narrador-protagonista en primera persona, Marcos: un joven angustiado por el deterioro de su abuelo, que intenta recomponer el puzzle de su vida a través de las pistas que busca o va encontrando. En la segunda, un narrador en tercera persona desbroza a los lectores la biografía de dicho pariente, Nicasio. Aquí, a su vez, Calveiro riza el rizo: la voz omnisciente cuenta en presente los avatares del joven segador gallego que abandona su familia y su mísero horizonte de futuro para instalarse por su cuenta y riesgo en la capital; pero estos fragmentos se alternan con otros en pretérito perfecto simple, donde el narrador recurre al flash back con objeto de actualizar las causas de las decisiones que luego ha ido tomando su aguerrido protagonista. El comienzo de la novela es brillante, los célebres versos que Rosalía de Castro dedica a los segadores de su tiera en Cantares gallegos cosen la historia de Marcos y Nicasio. Mientras el nieto busca en Google el poema, espía de la infancia de su abuelo, éste protagoniza un capítulo donde Calveiro describe las duras condiciones de trabajo de los segadores gallegos, sus migraciones a Castilla, su explotación agraria. En adelante, tendrá mucho más peso este raíl del libro. Lo mismo que Galdós en sus Episodios nacionales, el novelista pontevedrés introduce en sus páginas personajes históricos cuyas vidas se cruzan con las de sus criaturas de ficción. Este encuentro será determinante para las segundas. 
Así, desfilan por las páginas de Días azules, sol de la infancia: el cineasta libertario Armand Guerra (director de Carne de fieras, 1936), que ofrece trabajo a Nicasio como “chico para todo” duante el rodaje de su película, a partir del 18 de julio de 1936, cuando empieza la defensa de Madrid; Juan Ramón Jiménez y Zenobia, quienes acogen en su casa de Velázquez a diversos niños huérfanos tras los bombardeos alemanes, a cuyo cuidado está Matilde, futura abuela de Nicolás. Nicasio, que conocerá a la pareja de escritores al llevar un recado al barrio de Salamanca, sentirá un flechazo hacia la criada. En el futuro, pasará las tardes con el coro de infantes y con el matrimonio, hasta que éstos se vean obligados a emprender el exilio. Marcos Calveiro estructura su obra por medio de modelos culturales y morales: Rosalía, Armand, Juan Ramón y Zenobia –poetas, cineastas, traductores–. Todos ellos encarnan la lucha por el compromiso civil desde una ideología de izquierdas, anclada en lo social. Además, ninguno ceja en su trabajo pese a la hostilidad de su época. El director de la CNT saca a adelante su película pese a las dificultades y obstáculos que impone la guerra, no sólo su equipo técnico defiende el puerto de Navacerrada para frenar el avance fascista, sino que él mismo sale a filmar el frente. Juan Ramón y Zenobia tutelan refugiados al tiempo que el vate trabaja en sus proyectos. Toda una lección que debería alumbrarnos. Con todo, la novela tiene algún punto débil: la historia de amor entre Nicolás y una joven youtuber que pone música a los versos de Rosalía, no se sostiene. Y no porque no pueda darse el caso, sino porque tal y como se plantea no es creíble: apenas hablan un par de veces, intercambian escasos wasaps y su relación no es simétrica. (En Mentira, de Care Santos –premio Edebé 2015–, Xenia se enamora de un cíber-nauta aficionado a la lectura, y aquí el amor es perfectamente coherente, pues ambos personajes comparten confidencias y secretos.) En cuanto a la visión de las mujeres, sorprende un párrafo como éste: “durante la II República se gozó de mucha libertad y las costumbres resultaban bastante relajadas. Canciones picantes, vedetes desnudas en los teatros y en las portadas de muchas revistas, colecciones de novelas populares eróticas”. Calveiro realiza la siguiente –y peligrosa– ecuación: libertad de la mujer = posado desnudo; en lugar de aprovechar para hacer un repaso de las conquistas que obtuvieron nuestras antepasadas: voto femenino, entrada en las universidades, derecho al trabajo y al divorcio. De hecho, Zenobia aparece ante nuestros ojos como una mujer “bondadosa” y “generosa”, volcada en los infantes que protege, y sólo al final del libro (página 157) el narrador nos revela que fue “una pionera del feminismo en España”. Se echa en falta algún dato sobre su labor intelectual en la España de preguerra: sus artículos publicados en revistas norteamericanas, su vínculo con la Residencia de Estudiantes, su perfecto dominio del inglés y su afición a Tagore. 
Pese a estas dos notas finales, la novela es recomendable para estudiantes de 3ºESO. A través de sus personajes, Calveiro reivindica el amor a la cultura y el compromiso de los intelectuales con su propio tiempo. La lucha del nieto por conocer a su abuelo es encomiable. En esta época tan banal que nos ha tocado vivir, recordar que aún tenemos valores que defender, valores por los que otros dieron sus vidas no hace tanto, me parece fundamental.    


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