Felicity, Mary Oliver. Valparaíso Ediciones. 2016. Traducción de
Nieves García Prados. 10 euros.
Nunca, hasta este libro, me había encontrado con una obra
tan afín a la mía, o al menos, a uno de mis libros: Helio (La Garúa, 2014). Pero no quiero
empezar esta reseña sin hacer un elogio de los poemarios escritos por autores
maduros. Mary Oliver ha escrito Felicity, un libro soberbio, con 80 años. Hay quien piensa,
sin embargo, que la poesía es un género para escritores jóvenes, y que a partir
de cierta edad decaen la tensión y el nervio que necesitan los buenos poemas.
Gente que piensa –el propio Gil de Biedma lo pensaba– que los poetas somos velocistas, que
nuestra plenitud entra entra en declive al llegar a los 30, y desaperece en la
década siguiente. Frente a tales prejuicios, podemos aludir a Góngora, que revolucionó la lírica
europea con el Polifemo y las Soledades, escritos ya cumplidos los 50 años –en un tiempo en que la
esperanza de vida, por cierto, estaba situada en ese umbral–. Y qué decir de Luis
Cernuda, que
innovó en nuestra tradición poética introduciendo el monólogo dramático inglés
en libros imprescindibles (Las nubes, Como quien espera el alba), publicados cuando ya contaba
41 y 45 años –murió a los 61. La esperanza de vida de los niños nacidos en España
en 1902 era de 49,32 años, siempre y cuando sobrevivieran a su primer lustro –según
el Instituto Nacional de Estadística–). Es decir, autores veteranos han dado a imprenta no ya sólo
buenos libros de poemas, sino obras fundamentales, cuando su edad rozaba o
rebasaba la esperanza de vida de su tiempo. Así pues, no depositemos –necesariamente–
la esperanza de renovación del género lírico en los autores más jóvenes. Poetas
seniors, la
esperanza de vida en la actualidad es de 86,2 en mujeres y 80,4 años en
hombres, ¡aún estamos a tiempo de arriesgarnos y de transformar la lírica
patria!
La poeta estadounidense Mary Oliver se encuentra entre estos poetas
ya entrados, por edad, en la vejez, pero que siguen publicando libros
sorprendentemente frescos y rebeldes. Nació en Ohio en 1935. Ha dado a imprenta
treinta y dos poemarios. El primero, No Voyage, and Other Poems, data de 1963; el último, Felicity,
de 2015. Entre
ambos ha ganado premios tan prestigiosos como el Pulitzer (en 1984, a los 49 años,
por American Primitive). Es una de los principales poetas vivos estadounidenses. El libro
que nos ocupa lo demuestra. Sus tres secciones están vertebradas por citas de
Rumi, el célebre poeta místico persa del siglo XIII. Éste infunde al libro el
tono hímnico, celebratorio, de la vida y sus goces. Mary Oliver, que perdió a su esposa –la fotógrafa
Molly Malone Cook– en 2005, tras cuatenta años de relación, ofrece a sus
lectores toda una lección de principios: la existencia es un don que debemos
vivir y recordar. “Se trata sobre todo de actitud”, nos dice. Quien espera el
milagro, se lo encuentra. No valen la pena ni las dudas existenciales ni la
tristeza. Con un estilo directo, transparente, no exento de resonancias
literarias (Walt Whitman, Emily Dickinson, Henry David Thoreau, Amy Lowell y hasta de Hans Christian
Andersen), la
poeta nos regala textos breves e imprescindibles como Rosas, donde las flores excusan
contestar al sujeto que las interroga sobre la muerte con este hermoso carpe
diem: “Las rosas
sonrieron dulcemente. Perdónanos,/respondieron. Pero como puedes ver,/justo
ahora estamos totalmente/ocupadas siendo rosas” (p. 25). Mary Oliver conserva intacta su pulsión
juvenil hacia lo desconocido (“Me he negado a vivir/encerrada en la casa
ordenada de/las razones y evidencias”, p. 29) y su querencia por el riesgo (“No
hay nada más patético que la prudencia/cuando lanzarse podría salvar una
vida,/incluso, posiblemente, la tuya”, p. 27). No faltan en el libro consejos
al lector para que se haga cargo de su propio proyecto: “Trata de encontrar el
lugar adecuado para ti mismo./Si no lo logras, al menos sueña con él” (p. 35).
La tenacidad de la autora, su optimismo y su entusiasmo se extienden a la
contemplación de la naturaleza, y a la vivencia-memoria del amor.
Sorprende –porque
no estamos acostumbrados a que el Arte lo protagonicen las personas mayores,
porque no solemos oírlas ni verlas en el cine, la pintura o la narración
literaria– el sutil erotismo de los poemas finales, poemas hondos, delicados,
donde la elipsis dota a los versos de potencia evocadora: “Justo ahora, me
alcanza un momento de hace años:/la primera luz de la mañana, el hábil y
dulce/gesto de tu mano/llegando a mí” (p. 93). Mary Oliver no es una mujer que se
rinda. Sus poemas son bálsamos
contra el excepticismo. Leerla fortalece. Felicity, que además se publica en una
edición preciosa –con ilustración del pintor romántico Caspar David Friedrich–,
contiene versos para recordar: de los que nos mejoran, de los que nos levantan,
de los que nos construyen por dentro.
Muy buena la traducción, por cierto.
Esta reseña ha sido publicada por La tormenta en un vaso. Original, aquí.
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