miércoles, 12 de abril de 2017

Felicity


 Felicity, Mary Oliver. Valparaíso Ediciones. 2016. Traducción de Nieves García Prados. 10 euros.


Nunca, hasta este libro, me había encontrado con una obra tan afín a la mía, o al menos, a uno de mis libros: Helio (La Garúa, 2014). Pero no quiero empezar esta reseña sin hacer un elogio de los poemarios escritos por autores maduros. Mary Oliver ha escrito Felicity, un libro soberbio, con 80 años. Hay quien piensa, sin embargo, que la poesía es un género para escritores jóvenes, y que a partir de cierta edad decaen la tensión y el nervio que necesitan los buenos poemas. Gente que piensa –el propio Gil de Biedma lo pensaba– que los poetas somos velocistas, que nuestra plenitud entra entra en declive al llegar a los 30, y desaperece en la década siguiente. Frente a tales prejuicios, podemos aludir a Góngora, que revolucionó la lírica europea con el Polifemo y las Soledades, escritos ya cumplidos los 50 años –en un tiempo en que la esperanza de vida, por cierto, estaba situada en ese umbral–. Y qué decir de Luis Cernuda, que innovó en nuestra tradición poética introduciendo el monólogo dramático inglés en libros imprescindibles (Las nubes, Como quien espera el alba), publicados cuando ya contaba 41 y 45 años –murió a los 61. La esperanza de vida de los niños nacidos en España en 1902 era de 49,32 años, siempre y cuando sobrevivieran a su primer lustro –según el Instituto Nacional de Estadística–). Es decir, autores veteranos han dado a imprenta no ya sólo buenos libros de poemas, sino obras fundamentales, cuando su edad rozaba o rebasaba la esperanza de vida de su tiempo. Así pues, no depositemos –necesariamente– la esperanza de renovación del género lírico en los autores más jóvenes. Poetas seniors, la esperanza de vida en la actualidad es de 86,2 en mujeres y 80,4 años en hombres, ¡aún estamos a tiempo de arriesgarnos y de transformar la lírica patria!


La poeta estadounidense Mary Oliver se encuentra entre estos poetas ya entrados, por edad, en la vejez, pero que siguen publicando libros sorprendentemente frescos y rebeldes. Nació en Ohio en 1935. Ha dado a imprenta treinta y dos poemarios. El primero, No Voyage, and Other Poems, data de 1963; el último, Felicity, de 2015. Entre ambos ha ganado premios tan prestigiosos como el Pulitzer (en 1984, a los 49 años, por American Primitive). Es una de los principales poetas vivos estadounidenses. El libro que nos ocupa lo demuestra. Sus tres secciones están vertebradas por citas de Rumi, el célebre poeta místico persa del siglo XIII. Éste infunde al libro el tono hímnico, celebratorio, de la vida y sus goces. Mary Oliver, que perdió a su esposa –la fotógrafa Molly Malone Cook– en 2005, tras cuatenta años de relación, ofrece a sus lectores toda una lección de principios: la existencia es un don que debemos vivir y recordar. “Se trata sobre todo de actitud”, nos dice. Quien espera el milagro, se lo encuentra. No valen la pena ni las dudas existenciales ni la tristeza. Con un estilo directo, transparente, no exento de resonancias literarias (Walt Whitman, Emily Dickinson, Henry David Thoreau, Amy Lowell y hasta de Hans Christian Andersen), la poeta nos regala textos breves e imprescindibles como Rosas, donde las flores excusan contestar al sujeto que las interroga sobre la muerte con este hermoso carpe diem: “Las rosas sonrieron dulcemente. Perdónanos,/respondieron. Pero como puedes ver,/justo ahora estamos totalmente/ocupadas siendo rosas” (p. 25). Mary Oliver conserva intacta su pulsión juvenil hacia lo desconocido (“Me he negado a vivir/encerrada en la casa ordenada de/las razones y evidencias”, p. 29) y su querencia por el riesgo (“No hay nada más patético que la prudencia/cuando lanzarse podría salvar una vida,/incluso, posiblemente, la tuya”, p. 27). No faltan en el libro consejos al lector para que se haga cargo de su propio proyecto: “Trata de encontrar el lugar adecuado para ti mismo./Si no lo logras, al menos sueña con él” (p. 35). La tenacidad de la autora, su optimismo y su entusiasmo se extienden a la contemplación de la naturaleza, y a la vivencia-memoria del amor. 

Sorprende –porque no estamos acostumbrados a que el Arte lo protagonicen las personas mayores, porque no solemos oírlas ni verlas en el cine, la pintura o la narración literaria– el sutil erotismo de los poemas finales, poemas hondos, delicados, donde la elipsis dota a los versos de potencia evocadora: “Justo ahora, me alcanza un momento de hace años:/la primera luz de la mañana, el hábil y dulce/gesto de tu mano/llegando a mí” (p. 93). Mary Oliver no es una mujer que se rinda.  Sus poemas son bálsamos contra el excepticismo. Leerla fortalece. Felicity, que además se publica en una edición preciosa –con ilustración del pintor romántico Caspar David Friedrich–, contiene versos para recordar: de los que nos mejoran, de los que nos levantan, de los que nos construyen por dentro.                

Muy buena la traducción, por cierto.


Esta reseña ha sido publicada por La tormenta en un vaso. Original, aquí.
 

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