Ella en la otra orilla, Mitsuyo Kakuta. Galaxia Gutenberg. 224 páginas.
18 euros. Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. 2016.
La pubertad es una edad difícil, de cambio, de tránsito
hacia el ser en que cada uno se convertirá. Para que esos niños sean los
adultos maduros que podrían llegar a ser, resulta imprescindible que el entorno
en que vivan sea favorable: caluroso, acogedor y protector. Por desgracia,
muchos jóvenes carecen de una familia sólida, implicada, que les apoye en esa etapa fundamental
de su viaje. Otros, que sí la tienen, estudian en colegios o institutos donde
sufren diversas formas de acoso. Cuando las familias se desentienden de sus
responsabilidades educativas, los niños son más suceptibles de ser manipulados
por aquellos que les garanticen una forma de arraigo, de pertenencia a un
grupo. Sin nadie que les controle y les inculque valores, muy fácilmente se
dejarán llevar por la violencia que consumen gracias a las nuevas tecnologías:
a los videos que ven en youtube, a los juegos que cargan en la play. Violencia a espuertas. Sin
filtros. Para mayores de 18 años. Para universitarios. Y la violencia, como
sabemos, engendra violencia. Algunos de estos púberes han salido recientemente
en los medios de comunicación. Un niño del IES Joan Fuster de Barcelona mató a
su profesor de sociales en 2015, armado con una ballesta y un machete. Ese
mismo año, cinco alumnos del IES Ciudad de Jaén (Madrid capital) acosaban a
otra niña, que se acabó tirando por unas escaleras. Hace unos días, doce alumnos
de tres institutos diferentes de Colmenar Viejo (Madrid, sierra norte) daban
una paliza e insultaban a una muchacha en un centro comercial, para después
colgar el video en Facebook. Aunque las autoridades hablan de casos puntuales, y
tratan estas agresiones como a fenómenos de la naturaleza, impredecibles,
incontrolables, lo mismo que tormentas, lo cierto es que son casos que
requieren una mínima logística, tras los cuales se ocultan traumas y carencias
previos que las familas tendrían que haber detectado –si dedicasen tiempo a sus
hijos–, y que los centros tendrían que haber intuido –si los diferentes
gobiernos autonómicos no hubiesen recortado en la Educación Pública de este país
(¿cómo hacerlo con las aulas masificadas, con miles de maestros, profesores y orientadores
despedidos en
los últimos seis años?)–.
En los medios de comunicación se da a conocer la punta de un
iceberg, pero los que trabajamos en la enseñanza sabemos todo lo que oculta la
línea del agua. Las agresiones diarias en los patios, los insultos en las
aulas, las faltas de respeto constantes, la ausencia de un mínimo de vergüenza
y de educación, el alto nivel de suspensos o la desgana absoluta por el
aprendizaje son apabullantes entre los alumnos de primaria y secundaria de según
qué centros. Alumos que dedican una media de 4 horas diarias a la play y al móvil, en lugar de a los
libros, a las tareas de casa, o a las conversaciones con los padres.
Como la sociedad no parece dispuesta a reflexionar sobre
sí misma, y mucho menos, a cambiar sus valores por otros más razonables (frente
al consumo, el gusto por la cultura y las actividades en familia), hay personas
que pretenden denunciar los actos de bullying, los suicidios juveniles y la
desafección familiar por medio de sus obras: los escritores. Entre ellos se
encuentra la japonesa Mitsuyo Kakuta, una autora sensible a las preocupaciones
de los adolescentes, a sus miedos, angustias y frustraciones, que sabe reflejar
de manera impecable.
Ella en la otra orilla está protagonizada por dos mujeres.
Sayoko es una mujer casada y madre de una niña. De pequeña, sus compañeras de
clase la marginaban sin razón aparente. Aquel episodio la convirtió en una
adulta tímida, insegura, acomplejada y poco sociable. Por temor a colgar esos
rasgos sobre los hombros de su hija –con la que deambula de parque en parque,
sin congeniar con ninguna otra madre–, decide buscar un empleo, con la
esperanza de que en la guardería Akari se relacione con niños de su edad. El
marido, por su parte, es un hombre que desatiende la casa, que desprecia su
nuevo trabajo, que no le presta ayuda. Aoi, su jefa en Platinum Planet,
constituye su reverso: es una mujer con habilidades sociales, segura de sí
misma, espontánea, que vive en la continua improvisación. No acata normas. No
se fía de nadie. La voz que narra va alternando episodios centrados en Nayoko y
Aoi, con otros que relatan la adolecencia de esta segunda. Con los flash
back, la autora
nos revela una juventud marcada por el bullying, el cambio de ciudad y de
instituto, los reproches de su madre –que vuelca sus propias frustraciones en
ella–, su amistad con Nanako –una
niña por la que sus padres no muestran preocupación alguna–, su huida juntas,
los atracos que cometen, su intento de suicidio –como en Thelma y Louise–. Mitsuyo Kakuta nos enfrenta a
dos personajes opuestos, heridos, sin embargo, por una experiencia análoga: la
exclusión social, la discriminación, la intolerancia. Sayoko y Aoi simbolizan
dos realidades extremas que tienen por origen un mismo tronco. Frente al miedo,
la servidumbre, la inseguridad de Sayoko, que teme el rechazo de quienes la
rodean, se
levantan el desapego, la vitalidad y el desenfado de Aoi, que duda de que las
cosas duren y la gente permanezca. Con todo,
Ella en la otra orilla es un canto al espíritu de
superación a través de la amistad. Si Aoi se rehizo a sí misma gracias al amor
incondicional de Nanako, ella, a su vez, será el acicate para la progresiva
conversión de Sayoko. “Cuando estoy contigo tengo la sensación de que podría
hacer cualquier cosa”, confiesa ésta. Y es que, al final, todo en la vida se
reduce a una cuestión de actitud. Novela de calado, muy bien traducida, sería
interesante que se difundiera entre madres, padres y docentes.
Esta reseña ha sido publicada por La Tormenta en un Vaso. original, aquí.
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