lunes, 28 de marzo de 2016

Orquesta de desaparecidos


 
Orquesta de desaparecidos, Francisco Javier Irazoki. Hiperión. 2015. 133 páginas. 12 euros.


¿Qué poesía escribir a día de hoy? ¿A quién nos dirigimos cuando nos sentamos a ordenar un libro recién acabado? A lo largo de nuestra historia literaria la lírica ha oscilado como un péndulo entre dos opciones, dos grandes alternativas no exluyentes, es decir: hay autores que han dedicado su talento y esfuerzo a la escritura de las dos. Por un lado, han puesto su pluma al servicio de la denuncia de los males que infectaban –en su opinión– la España/Castilla/Corona de Aragón etc. de su tiempo. Si hacemos un rápido recorrido del siglo XIII al XX nos salen nombres imprescindibles de poetas que han criticado o bien las perniciosas costumbres de sus contemporáneos o las estructuras represivas del Estado, ya sea a través de la sátira (Arcipreste de Hita, Gutierre de Cetina, Francisco de Quevedo, sor Juana Inés de la Cruz, Luis de Góngora, Lope de Vega, Tomás de Iriarte, José de Espronceda, Ángela Figuera Aymerich, Ángel González), de la grave lección moral (canciller Ayala, marqués de Santillana, Juan de Mena, fray Luis de León, Juan Meléndez Valdés, Antonio Machado) o la queja que busca tranzar un puente solidario (Federico García Lorca, Luis Cernuda, Miguel Hernández, Blas de Otero, Jorge Riechmann). Por otro lado, también nos encontramos autores que en época de crisis –de cambio, ya sea político, institucional, económico…¡llevamos en crisis toda nuestra Historia!–  han respondido no ya con la denuncia y la crítica, sino exportanto luz a sus conciudadanos, irradiando energía con sus libros, certezas con sus versos, belleza con su canto. Me refiero a Gonzalo de Berceo, Juan Boscán, Garcilaso de la Vega, san Juan de la Cruz, Francisco de Rioja, Rosalía de Castro, Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Vicente Gaos, Antonio Gamoneda, Clara Janés... Ambas listas son amplísimas. Y cualquiera de esas dos opciones estético-ideológicas son perfectamente válidas. Se complementan. Necesitamos ser conscientes del mundo en que vivimos para poder cambiarlo, transformarlo. La poesía es un despertador de conciencias. Pero si sólo nos fijásemos en lo que no funciona, correríamos el riesgo de caer en el desencanto, en la frustración y en el desengaño; en una falta de voluntad por variar el rumbo colectivo que es marca nacional desde tiempos remotos. Por eso necesitamos también el agua clara y luminosa de unos versos que nos refresquen y sacien otras carencias: la comprensión, el ánimo, la esperanza en el futuro común. Cada poeta sabrá cuál su misión en la coyuntura actual, porqué camino se decanta. Lo único que les puede pedir es honradez en su trabajo.

Orquesta de desaparecidos, de Francisco Javier Irazoki (Hiperión, 2015), es un buen ejemplo de poesía luminosa (bajo el formato de prosa-poética). Pese a la evocación nostálgica de aquellas personas que formaron parte del mundo del sujeto que enuncia, éste les rinde homenaje por medio de la recuperación de sus valores. Es el caso del texto La entereza, donde ensalza la “serenidad”, el “humor” y la “rectitud” del padre, un hombre solidario y comunicativo, cuya honda presencia lo acompaña muchos años después. O de El último verano, dedicado a su hermana “De ingenio ágil,  esbelta y con melenas rizadas, su movimiento casi continuo nos incitaba a vivir. La veíamos ascender una cuesta y al poco rato descendía impetuosa por una ledera”. Gracias a la memoria de dichos modelos, a su herencia moral, a su actitud ante la vida, el sujeto que habla podrá estar solo, pero no en soledad. La importancia que confiere Irazoki a los valores entra en colisión con nuestro mundo, desnortado de ideales comunes, de empresas solidarias, individualista y hedonista hasta la desesperación. En el libro encontramos textos preciosos sobre la libertad lingüística, sobre la discreción como manera de desenvolvernos en sociedad, sobre el compromiso hacia la perfección moral para no repetir errores. Destaco tres piezas dentro del junto: La casa de mi padre, emocionante y emocionado texto contra el terrorismo de ETA y a favor de la diversidad en el País Vasco (“Defenderé la casa de mi padre abriendo una brecha en el tejado; por allí gotearán los idiomas y músicas venidos de tierras desconocidas y remotas”); Los objetos más caros, tributo a los poetas acmeístas rusos Osip Mandelstam y Anna Ajmátova, víctimas del régimen estalinista. El sujeto que habla asume un compromiso en su recuerdo: sortener la antorcha que portaron pese a la intransigencia y las persecuciones que los silenciaron; y, por último, Abrazo de forasteros, rendido homenaje a su compañera y toda una lección de convivencia (“Desde su ventana, casi a diario, mi habitación echa a las calles un abrazo colectivo”).

Orquesta de desaparecidos es un libro luminoso en la medida en que que rememora, trae al presente, a aquellas personas (familiares, amigos, escritores) que encarnaron altos valores morales necesarios hoy. Su estética, unas veces simbólica y otras alucinada, rayante en lo surrealista, se encarna en un estilo cuidado y eufónico (por aliteraciones de fonemas líquidos y vibrantes). Su lectura, en suma, es un pequeño placer que nos hace mejores.



     

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