martes, 24 de marzo de 2015

Oposiciones Secundaria 2015



La Comunidad de Madrid, contra todo pronóstico, convoca oposiciones para el cuerpo de profesores, saltándose la normativa que dictaba la convocatoria en años alternos de oposiciones de enseñanza primaria y secundaria. Esto quiere decir que los aspirantes tenemos sólo tres meses para prepararnos. Porque este año, no tocaba. Tocaba el año que viene. En 2016. Esta convocatoria es una burla, y un robo. Lo primero, porque se ofertan 37 plazas de profesores pertenecientes a ocho especialidades, entre otras, Lengua, Historia, Biología y Matemáticas. 37 plazas, cuando hay un agujero docente en la Comunidad de 7.500 profesores. Es decir, la Consejería no ha convocado una oposición extraodinaria para cubrir con carácter de urgencia el hoyo que ella misma ha cavado. No. Porque, porque entonces habría convocado una oferta de 7.500 puestos de profesores. Y no, ha convocado 37. Una miseria. Para que se hagan una idea, sólo ofertan 3 plazas de Lengua y otras 3 para Matemáticas. ¿Significa eso que no hay necesidad de profesores en Madrid? Obviamente, no. Los claustros se están desangrando. Pero atiendan a este dato, apenas se oferta empleo público, pero en cambio la consejera Lucía Figar oferta a los institutos una legión de becarios para realizar funciones docentes. Una ganga. Becarios baratos, sin expriencia docente, sin titulación pedagógica, que no tienen que pasar por las galeras de las oposiciones. En qué quedamos, ¿son necesarios profesores, o no? Está claro que sí. Pero los quieren ingenuos, recién titulados. El cuerpo de funcionarios interinos, bregado en mil batallas, con años de experiencia, perfectamente formado y preparado, es caro; y molesto, para la administración. Mejor que lo sustituyan becarios, y que éstos se encarguen, además, de los alumnos más fáciles de atender de todo el sistema educativo: los alumnos con necesidades educativas especiales, los alumnos de los programas de diversificación, compensatoria e integración. Nada más y nada menos. La política educativa de la Comunidad no puede ser más disparatada. Pero también decía que estas oposiones son un robo. A mano armada. Para empezar, porque nos han robado dos años de trabajo a quellos que aprobamos la última convocatoria. 
Piensen esto: la Comunidad de Madrid no ofertó plazas para profesores de Lengua, Historia, Matemáticas… en 2012. Tras cuatro años, sí lo hizo en 2014. 190 plazas. 27 para Lengua. Calderilla. Tras cuatro años de estudio, los que aprobamos (yo saqué un 7.79, la 39ª mejor nota de Lengua, entre 1.800 opositores) nos garantizamos el puesto docente durante cuatro años, hasta el 2018, pues aunque tropezáramos en las 2016, al guardarse la nota de una convocatoria para otra, tendríamos un buen puesto en la lista para seguir ejerciendo nuestra profesión. Pero claro, si se adelantan las oposiciones al 2015, ya no amortizamos la nota durante cuatro años, se reducen a dos. Nos han arrebatado dos años de empleo y de estabilidad. Pero no sólo. Han cambiado las reglas de juego a mitad de partido. Este año no tocaba oposiciones. Desde hace décadas se convocan en años alternos. Este año lo teníamos libre. Nosotros, sí, que somos prisioneros del sistema. (¿Por qué nos obligan a seguir presentándonos a unas pruebas que ya hemos superado no una vez, sino varias veces, y con notas excelentes? ¿Por qué no se nos guarda la nota más alta y que se presente voluntariamente el que quiere superarla? En Cantabria se hace así). Prisioneros de un sistema ridículo. Pero es que resulta que este año ni siquiera tocaba. Y por ello, muchos de nosotros teníamos otros compromisos y prioridades. 
Proyectos que tenemos que dejar en las cunetas, a los que debemos dar la espalda, porque la administración ha decidido demostranos que puede disponer de nuestras vidas a su antojo. Cuando le parezca. Creíamos que el 2015 era nuestro, y resulta que no. Se lo ha apropiado Lucía Figar. Nos lo ha robado. 

jueves, 19 de marzo de 2015

Alfabeto


Alfabeto, Inger Christensen. Traducción de Francisco J. Uriz. Sexto Piso. 2014. 192 páginas. 18 euros.


La unión de la ciencia y de la literatura viene de antiguo. No se puede entender la mística, por poner un ejemplo, sin la influencia que tuvo en ella la filosofía natural del Renacimiento. Así, el franciscano Juan de Pineda echa mano de las reacciones químicas de la sal al entrar en contacto con una fuente de calor para explicar el concepto de la gracia divina. León Hebreo, por citar otro nombre, recurre a la óptica para aventurar una hipótesis sobre la imposibilidad que tienen los ojos humanos de ver a Dios. En estos y otros muchos casos –narrativos y líricos– se aprecia la necesidad que tienen los autores de decir lo inefable por medio de comparaciones, metáforas y símbolos procedentes del ámbito científico. Basta un poco de conocimiento de la historia de la literatura –no es ni siquiera imprescindible salir de la española– para comprobar que literatura y ciencia llevan juntas unos cuantos siglos, tratando de ensanchar nuestra comprensión del mundo. Viene al caso este prólogo porque el poemario que reseño hoy es un perfecto ejemplo de amalgama entre la poesía y las matemáticas. En Alfabeto, la escritora danesa Inger Christensen toma de esta última especialidad científica la denominada secuencia de fibonacci, de modo que cada poema tiene el número de versos resultantes de la suma de los dos poemas anteriores. Este patrón numérico no es baladí. La autora recurre él con los objetivos muy claros. Esta repetición matemática corre en paralelo a la repetición léxica, de modo que en el libro se esparcen imágenes por aquí y por allá, separadas en el espacio, tejiendo una red asociativa de evocaciones y resonancias internas. Fondo y forma son inseparables. ¿Qué evoca Inger Christensen? Plenitud y amenaza. Estas emociones –contrarias– se suceden a lo largo del libro, crecen con él a medida que se expanden los poemas matemáticamente, como el universo. No hay escapatoria. Ni en un sentido ni en otro. Lo que sí existe en una progresión, un crescendo emocional simultáneo al numérico. Así, nos encontramos al comienzo del poemario con los siguientes símbolos, perteneciente a un campo semántico bélico: “hidrógeno” (poema de dos versos), “asesinos” y “muerte” (poema de cinco versos), “viudas” (poema de diecisiete versos), “fusil”, “crimen” y “venenoso” (poema de veintiún versos), “hambrunas”, “ataúd”, “cadáver”, “Estigia”, “telones a acero”, “cazabombarderos” (poema de cincuenta y cinco versos) que desembocan una vez que la autora nos ha evocado en la conciencia una emoción de muerte y devastación en un impactante poema dedicado íntegramente a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, destruídas por la bomba atómica, ya sentenciada –a favor de los aliados– la Segunda Guerra Mundial. Las habilidades técnicas de Christensen son prodigiosas. 
Téngase en cuenta, además, que al tiempo la autora sostiene el discurso contrario y canta al amor con idéntica fuerza. Por si fuera poco, la poeta se autoimpone una regla más: el uso, en cada texto, del protagonismo de una letra distinta del alfabeto. Estas aliteraciones comparten el mismo fin que el resto de recursos: connotar la imposibilidad de escape de nuestras emociones contrarias. Los juegos fonéticos, léxicos, semánticos y numéricos dan perfecta coherencia al libro, pese a los cambios bruscos de línea temática con que el lector tropieza a cada instante. Y hablo de líneas temáticas porque en el poemario, salvo en contadas ocasiones, se prescinde de la anácdota o del argumento racional. Los textos se construyen por enumeraciones de símbolos y alusiones de gran capacidad connotativa. De hecho, es un poemario de hallazgos sorprendentes, donde se dan la mano el mito y la fantasía, lo real y lo inverosímil. No sólo alberga imágenes y visiones bellísimas, desconcertantes, extrañas, sino que tiene un alto grado de denuncia del eco-cidio humano. En una época de agotamiento de los recursos naturales, de llamada a la preservación de la biosfera y de fin de ciclo, Alfabeto es todavía un libro más imprescindible aún, si cabe.  

Por cierto, impecable la traducción de J. Uriz; y hermosa, delicada, la edición de Sexto Piso. Es un libro para tenerlo en casa.   
        

Esta reseña ha sido publicada por el blog La Tormenta en un vaso. Enlace, aquí.

sábado, 7 de marzo de 2015

La Ley Mordaza Militar


¿Para qué sirve la literatura? Pues, entre otras cosas, para denunciar las lacras y las taras de nuestro mundo, para señalar con el dedo dónde falla el sistema y proponer alternativas al elemento averiado. Hay escritores de actitud loable -no entro en la valoración literaria de sus obras, puesto que no es el tema de mi reflexión de hoy- que incluso van un paso más allá: no sólo balizan la ubicación exacta de los problemas, sino que quieren formar parte activa de su solución, poniéndose a sí mismos al frente de los cambios. Esta actitud moral, por supuesto, tiene contrapartidas y consecuencias nefastas, y por eso mismo las obras de estos autores tienen un valor especial, pues nacen de la valentía y del desafío al sistema, al que se ama tanto que se quiere corregir y perfeccionar (recuerdo ahora un verso extraordinario del poeta neolatino Juan Antonio Gonzaléz Iglesias: “amo la tradición/ y estoy aquí luchando por cambiarla”). 
Escritores que hayan levantado la voz y hayan sido represaliados, son legión en nuestras letras, lamentablemente: desde los hermanos Juan y Alfonso de Valdés, a fray Luis, San Juan o Santa Teresa, pasando por Quevedo, Feijoo, Jovellanos, Hernández, Lorca, Hierro… En fin, no hay autor de valía que no haya escrito a contrapelo de la ideología oficial y se haya librado de la cárcel o la persecución. Lo que clama al cielo, es que en la España democrática del siglo XXI se siga arrestando a los escritores por el contenido crítico de sus obras; que el sistema ponga a trabajar a su maquinaria represora para silenciar a las voces disidentes. 

¿De qué autores y de qué libros hablo? Tomen nota: 

Un paso al frente, de Luis Gonzalo Segura, teniente del Ejército de Tierra (Tropo editores, 2014). Novela que ya va por los 22.000 ejemplares vendidos y por la que su autor ha sido encarcelado en dos ocasiones en un año. ¿Motivo? Sus denuncias de la corrupción dentro del Ejército. 

Les dejo por aquí información relativa al teniente y a su libro:

*Huelga de hambre del autor durante su primer arresto. El Mundo. Aquí.
*Entrevista en La Sexta. Aquí.
*Reciente salida de su segundo encarcelamiento. Aquí.
*Página oficial de la editorial Tropo. Aquí.



No, mi general, de Zaida Cantera, capitán del Ejército de Tierra, en colaboración con Irene Lozano (Plaza y Janés, 2015). Mañana, en el programa Salvados, la capitán hablará del libro, que recoge no ya sólo el acoso sexual al que fue sometida por el teniente coronel Lezcano-Mújica, sino el acoso laboral y profesional que padeció después por la tropa, y por el que se encuentra de baja psicológica desde 2014. 

*Podéis leer un adelanto de su novela gracias a El Mundo, aquí.

Por desgracia, todas estas denuncias de la corrupción y de la violación de derechos dentro de una de las instituciones clave del Estado, el Ejército, en lugar de ser objeto de una exhaustiva investigación que lo depure y corrija, ha obrado el efecto contrario: acaba de entrar en vigor el nuevo Régimen Disciplinario Militar (acordado por el PPSOE), al que los propios soldados y guardias civiles denominan la ley mordaza militar. Pueden leer la noticia en Público, aquí.

¿En qué otro país europeo el Estado reprime la libertad de expresión? ¿En qué otra democracia de nuestro continente el sistema se blinda para acallar, silenciar y apagar las voces críticas, molestas, de los escritores que arriesgan su futuro profesional por descubrirnos al resto las manzanas podridas de las instituciones? ¿En qué otro estado de nuestro entorno se mete en prisión a un ciudadano sin que haya habido un jucio previo? ¿En cuál, ya que nos ponemos, el Estado aparta de sus funciones a los jueces que investigan los casos de corrupción política de miembros del partido en el gobierno? ¿Y en cuál, veamos, en cuál se inhabilita a los jueces que investigan los crímenes fascistas de su -aún sangrante-dictadura militar?
 


miércoles, 4 de marzo de 2015

Premio de Poesía "El Príncipe Preguntón"



Amigos, es un placer comunicaros que he ganado el VIII Premio de poesía infanto-juvenil "El Príncipe Preguntón".

Podeís leer la noticia aquí.

Gracias por vuestro apoyo literario a lo largo del tiempo. ¡Y ya van 18 años!

lunes, 2 de marzo de 2015

La noche y su perdón



 
Juan Antonio Marín. La noche y su perdón. Universidad Popular José Hierro. 78 páginas. XXV Premio Nacional de Poesía José Hierro. 12,07 euros

  
No hay obra literaria que merezca la pena que no trate directa o indirectamente de la muerte y del tempus fugit, desde las medievales coplas de Manrique hasta En busca del tiempo perdido de Proust, por mencionar dos ejemplos señeros. Estos son los temas que aborda en su último libro Juan Antonio Marín, un poeta de suerte desigual: avalado por los lectores habituales del género, y sin embargo ausente de la nómina de poetas que componen su generación (nacidos en los 60). Su modestia, manifestada por él en sus composiciones (“tan sólo quiero hablar, jugar con las palabras,/ soñar a media tarde/ y dejo para otros el mapa de la perfección,/ la exigencia y el bien/ que yo sólo me ensayo en la caricia./ Después de todo,/ a quién puede pesar que sobren ríos en el mundo,/ o que sobren ramajes en invierno”) no debe ser impedimento para su inclusión entre lo más granado de su quinta poética. El tiempo, los siglos, ya se encargarán de seleccionar, descartar y clasificar a los autores que las futuras generaciones lectoras consideren más afines a su sensibilidad, o más representativos del siglo XXI. Entre tanto, sumemos y no restemos nombres, y menos aún cuando han demostrato sus kilates en libros contundentes, como lo es La noche y su perdón.

Marín, desde El horizonte de la noche (Premio Adonáis, Rialp, 1992) a Yo he vivido en la tierra (Polibea, 2011) -los poemarios que abren y cierran el arco de su obra  hasta el libro que reseño hoy-, se ha entregado a una estética a contracorriente de la mayoritaria: de alto vuelo imaginativo, evocadora y hermética; esa que ahora se abre espacio en colecciones menos independientes, esa que ha seguido un hilo escurridizo y brillante desde las Vanguardias (dejando un puñado de nombres imprescindibles: Gamoneda, entre muchos otros).    

La noche y su perdón es un canto a la vida desde la conciencia de la caducidad. El sujeto lírico, a través de monólogos, se incita tanto a la escritura (“Escribe para arder”) como a la existencia tranquila y desambicionada. Sólo hay un mandato que cumplir en el mundo: “sé feliz”. El resto nada importa. Es la única ley antes de que se cumpla el destino de todos: “No habrá más luz un día, sólo habrá firmamento/ oscuro y sin edad”. En el tránsito entre dos silencios (Thoreau dixit): las dudas (“no sé qué significa la alegría/ que se enciende y se apaga”), la felicidad que reside en las pequeñas cosas (“a mí que me acaricien las flores… la energía/ que aguarda el alimento y explota en el alcohol”), la soledad, el descrédito de que las palabras sirvan para algo, la ilusión de que exista lo real, la conciencia de que la extinción personal es intrascendente (“¿Qué le importa a la tierra que se muera otro cuerpo/ si el abono lo tiene asegurado?”), la aceptación estoica de los límites (“No le voy a pedir cuentas al tiempo,/ voy a estarme tranquilo/ esperando la paz o no esperando nada”), el lento deterioro de la fuerza, la amistad, la conciencia de uno.

Juan Antonio Marín ha escrito un poemario sincero, hermoso y terrible, porque nos enfrenta a un espejo. Posiblemente, se trata de su mejor obra. Los versos aún retumban cuando cierras el tomo, y son versos que duelen. ¿Te atreves a mirarte en el cristal?  


Esta reseña ha sido publicada en el blog La Tormenta en un vaso. Original, aquí.