Es bello
el asombro del nuevo día
todo
cuanto veo, viene irremediablemente de la noche
no cabe
esta inmensidad azul en mis pupilas
ni los
verdores que se yerguen de montaña en montaña
el arco
de la tierra se tiempla y el viento enciende la ruta de los sonidos
entre los sauces, guayacanes, ceibas y
palmas
caen los
frutos maduros, cantan los gallos y a lo lejos, el rumor del río.
En mi
hamaca yo,
soñándome
raíz, extendiéndome hacia lo profundo
asida a
mi propia fuerza, empujando hacia abajo
buscando
nacer en un círculo de magma.
Llevo en
mi costado semillas, gusanos, escarabajos y humedad
nada más
hará falta
salvo la
mañana ensanchada de sol
no
quiero orugas transmutándose en vanidades ligeras
quiero
hormigas y abejas comiendo de mí, naciendo de mí.
Me vivo
y me sueño sombra de pájaro
arriba y
abajo, intocable, inasible
en mi
corazón han germinado alas
no se
arrastra, no espera la repatriación al paraíso
ni será
un perro echado al pie de un nombre.
Como el
jilguero
también tengo un canto que aguarda en mi
garganta.
Tantos
me amaron y no miento si digo que yo a ellos
no hay
nostalgia que cuaje en mi corazón
a todos
los llevo en la punta de mis dedos
y con el
dedo índice hago el inventario en las arenas del río
dientes,
ojos, manos, piernas, voces, promesas, nada he olvidado.
Pero
sucede que cada noche el río crece
se lleva
mis rayuelas y mis inventarios
sin
embargo, me deja bajo sus piedras
la
arcilla para nombrar un nuevo milagro
donde he
de reconocerme.
(Poema del libro Profesión de Fe, 2013)
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