Esta reseña ha sido publicada por el blog La tormenta en un vaso. El enlace, aquí.
El pulso de las nubes, Javier Lostalé. Pre-Textos.
2014. 55 páginas. 13 euros.
Javier Lostalé es uno de los poetas destacados de su generación. Su
obra, gestada en silencio y con modestia, mantiene un pulso firme a lo largo
del tiempo. Se trata de una voz fiel a sí misma, sin contaminación de modas,
escrita sin urgencia, al margen de los fuegos artificiales que relumbran un
rato para después morir incluso en el recuerdo. Sus libros son Jimmy,
Jimmy
(1976); Figura en el paseo marítimo (1981); La rosa inclinada (1995); Hondo es el
resplandor
(1998); La estación azul (2004); Tormenta transparente (2010) y este último libro
individulal: El pulso de las nubes (2014). Varios volúmenes recogen o bien todos sus
libros hasta la fecha de publicación (La rosa inclinada. Poesía 1976-2001. Publicado por Calambur en 2002)
o bien una
selección de sus mejores textos (Azul relente. Antología poética. Renacimiento. 2014). No cabe
duda de que en los últimos doce años Javier Lostalé ha cosechado un reconocimiento incontestable,
que tardaba en llegar.
El pulso de las nubes continúa la senda de su libro
anterior. Al igual que en Tormenta transparente, encontramos poemas largos, un
metro corto, versos anisosilábicos, un anclaje del texto en sustantivos, un
léxico cotidiano que sirve para la creación de imágenes muy evocadoras
(“Pasaste por el mundo/ como nube sin sombra”, “Tiene el solitario toda la luz
dentro”, “Esta calma de jardín vacío”) y una certera contención emocional. Sin
embargo, este libro respira un aire diferente. Suena a balance, a ajuste de
cuentas con las decisiones tomadas en la vida, a cierto arrepentimiento, a
repaso de lo que se perdió o se malogró, a recuento de instantes en que se
rechazaron otros caminos, a lamento por la soledad elegida. Así, el sujeto
lírico que habla acumula metáforas que lo describen como “un hondo ser sin
nadie”, un “corazón enterrado/ en su propio fervor”, o un hombre “sin orillas”
y “sin firmamento”. Como un Leriano del siglo XXI, ese sujeto habita una
“cárcel de luz”, condenado al exilio de la persona amada, pese a que sueña aún
con ese “reino que ya no existe”. Lejos estamos del diálogo con el receptor
pasivo de obras anteriores. La voz que enuncia apenas dedica tres poemas a esa
“sombra” a la que vive atado, al menos, mentalmente. Los demás textos se
escriben en tercera persona (no faltan las oraciones impersonales), en segunda
persona del plural o constituyen monólogos de una voz que se desdobla para
reprenderse con objetividad (“Injertado en deltas de cuerpos/ sin desembocadura,/
viviste tu mansa fiebre/ en el claro latido de la espera”).
Libro no ya sólo bello, sino emocionante, El pulso
de las nubes combina
la melancolía que produce la ausencia con la pesadumbre que dejan en el pecho
las equivocaciones cometidas (“sustituí el temblor por la mentira de un
sueño”). Y no obstante, en la vejez sigue habiendo esperanza (“alguien aún
avanza/ y conquista nuestra vida”).
Imposible elegir un poema para alentar a la lectura del
libro. Les recomiendo que lo vivan y lo sientan todo.
Mi reseña de Tormenta transparente, aquí.
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