Esta mañana he leído en la prensa una noticia demoledora,
de las que te dejan sin aire para el resto del día, de las que no te dejan
indiferente, de las que hacen que agradezcas el país en el que vives, y que te
preguntes por el odio y la irracionalidad de los seres humanos. En resumen, la
noticia es la siguiente: dos hombres han sido arrojados al vacío desde una
torre en el Estado Islámico (Irak, Siria), por ser homosexuales. Una muerte
angustiosa por amar. Despiadada. En pleno siglo XXI. Eran dos varones árabes,
pero podríamos haber sido mi mujer y yo. Mi mejor amiga y su novia. Tanta gente
a la que quiero y admiro. Mujeres y hombres de bien, de los que hacen del mundo
un hogar para el resto. Por fortuna, vivimos a miles de kilómetros de la
sinrazón de esos salvajes. Nuestras vidas están a salvo. Pero no es suficiente.
Cuántas personas morirán allí cada día sin que a nadie le importe a este lado
del mundo. Pero a mí me importa, porque me identifico, porque podría ser una de
ellas, una víctima más de la barbarie ajena. Por eso escribo hoy. Y es que el
Estado Islámico, y sus valores, no nos quedan tan lejos como parece. En Catar
la homosexualidad está penada con prisión y latigazos en medio de la calle.
Catar, ese país que patrocina a un equipo de fútbol nacional: el F.C.
Barcelona, al que siguen millones de individuos en España. Una multitud que
cuando compra una camiseta del Barça está comprando eslóganes que dicen:
“Condenamos la homosexualidad”, “Latigamos a los homosexuales”, “Metemos en
prisión a quienes aman a hombres y mujeres del mismo sexo”. Admitir ese spónsor
es rendir pleitesía a sus valores: homofobia, discriminación, intransigencia.
Vestir esa camiseta, aplaudirla, fotografiarla, agasajarla es ser cómplices de
un estado medieval que no respeta los derechos humanos. Que Catar patrocine al
Barça es como si lo hiciese el partido nazi. ¿Alguien, en su sano juicio, iría
a ver a un equipo que pusiera en el pecho de sus jugadores la cruz gamada? La
respuesta es que no. Pues es lo mismo. Esa marabunta de seguidores deberían
dejar de acudir al Camp Nou, deberían dejar de comprar la indumentaria oficial
del equipo, mientras Catar (a través de su compañía aérea nacional, controlada
por la familia real catarí) patrocine al club. Es una cuestión de ética, de
musculatura moral. Y lo mismo pasa con el mecenazgo del Real Madrid. Los
Emiratos Árabes patrocinan al equipo madridista (por medio de Fly Emirates, compañía aérea creada por la
familia real de Dubai y dependiente de su gobierno). Recordemos que en la ley
federal de esa alianza se condena con la muerte la homosexualidad. No podemos
ser cómplices de esas matanzas, de esas torturas, de esos encarcelamientos y
deportaciones (cuando se trata de extranjeros). No. Nuestras acciones tienen
consecuencias al otro lado del mundo. Tú aplaudes a tu equipo y en Catar dan
veinte latigazos a un hombre por amar a otro. La relación existe aunque no
quieras verla. Que niegues tu participación es tan absurdo como la actitud del
alemán que decía en Núremberg que él sólo permitía la salida de los trenes, sin
preguntar ni lo que transportaban ni el destino de la mercancía, que él sólo
era un burócrata encargado de cuestiones de intencia. Falso. El sistema
funciona cuando cada uno pone de su parte. Catar y Emiratos han puesto en
marcha una maquinaria nazi porque cuentan con el apoyo internacional de estados
como el nuestro y de gente como tú, que consientes que el equipo al que sigues
luzca una marca que apoya el exterminio y la persecución de mujeres y hombres
homosexuales, es decir: de tus amigos, de tus hermanas, de tus vecinos, de tus
compañeras de trabajo, e incluso de ti. Sí, de todos. Que no estemos en la
cárcel o que no nos arrojen desde una torre al vacío no será porque tú no lo
apoyes sintonizando la cadena que transmite el partido de tu club, se debe a
que la intransigencia no tiene medios para extenderse militarmente por el resto
del orbe.
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