Si el año pasado Bartleby publicaba un libro de poemas
soberbio, ambientado en la Guerra Civil, un rendido homenaje a los vencidos, en
un intento por honrar su memoria (Elegía en Portbou, de Antonio Crespo), en este 2012 ha insistido en
la recuperación de ese tipo de obras comprometidas, de alto voltaje estético,
hondura personal y dimensión histórica (ingredientes que reclamara para la
poesía Enrique Falcón en Las prácticas literarias del conflicto, 2010). La diferencia entre
ambos libros radica en sus coordenadas. Veredas, al contrario que Crespo, deslocaliza el poemario, lo
universaliza, borra la procedencia de la sangre.
Nadar en agua helada está formado por un único poema, de apenas 300 versos, dividido en 47 secuencias. Narra en
fragmentos el despiece de una familia a causa de un conflicto armado: la
desaparición de un hijo, la huida de un padre. El espacio adquiere un valor
simbólico. Veredas
nos describe un mundo deteriorado (físico y psicológico), de “vigas quemadas”,
“cristales rojos”, “ciénagas”, senderos vacíos, casas llenas de moho… en que
los hombres y las mujeres tratan de sobrevivir a la barbarie. No todos gozan de
semejante privilegio. Así, los protagonistas unas veces contemplan cómo “los
últimos amigos se escondieron en los sótanos”, y otras se convierten en
testigos de sus asesinatos: “En las explanadas de cemento se alinearon las
tropas. Impusieron pasos rápidos y miradas lentas. Se adentraron en los
pasillos y mataron junto a las tapias”. Los personajes se ven obligados a
esconderse tras las ventanas o a escapar de su entorno, de modo que el libro
oscila entre la ocultación y la búsqueda. Como consecuencia, los sentimientos
de abandono y de pérdida se encallan en las vidas de las gentes, que se anegan
de sombras y de lejanías. El padre, pese a todo, mantiene intacta la memoria
del hijo. Evoca su infancia nombrando pertenencias: “lápices”, “mapas”,
“cabezas de fecha”, dibujos y peluches; o recuerda el instante de su nacimiento.
El transcurso de la guerra vaticina un futuro de
imposiciones (“No han vencido pero marcarán el trazo de las nuevas avenidas”)
que se cumple al acabar la contienda “que barrió la ciudad”. En ese nuevo
escenario, miserable, roto, moribundo, podrido, “nadie sostiene deseos”. Los
vencidos llevarán a su espalda el peso de la resignación y de la melancolía:
“Pronto partirán las últimas naves. Con la lentitud del polvo la desidia
ocupará los muelles”. Sin embargo, no se resignarán al olvido ni de lo que fueron,
ni de aquello por lo que lucharon, ni de aquellos seres amados que perdieron.
Nadar en agua helada es un libro político en la medida
en que posee carga ideológica, se posiciona en el mundo, toma parte. Su lenguaje, además, es intenso. En cada texto en prosa Recaredo dibuja un paisaje emotivo. Con absoluta libertad creativa, une símbolos por vía psicológica, permitiendo al lector un genuino encuentro con la palabra.
Recaredo Veredas, que dialoga, entre otros, con Quevedo, T. S. Elliot, Bécquer o Llamazares, ha escrito un libro
emocionante y contenido, crudo y bello. No sabemos si escribirá otros poemarios, pero ha demostrado tener mirada y técnica para comenzar un nuevo camino.
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