Tema: El fragmento
aborda dos temas que se remontan al Barroco y que son nuclerares en el universo
literario del autor: el desengaño y el contrastre entre la
apariencia y la realidad.
Resumen: Augusto, el
protagonista de la obra, resuelve suicidarse; pero, antes, se traslada a
Salamanca para entrevistarse con un experto sobre el tema: Miguel de Unamuno.
Allí, Augusto demuestra conocer la obra del filósofo; y éste, la biografía de
su invitado (incluída su vocación autoaniquiladora). Este conocimiento le sorprende
y angustia. Por último, Unamuno acaba por desvelarse la razón por la que no se
pueda suicidar, así como el secreto de su existencia: es un ser de ficción.
Nuevo concepto de novela.
- La voz que enuncia en este fragmento es la de un narrador en primera persona que dice llamarse Miguel de Unamuno. Se trata de un yo protagonista. No obstante, dicho narrador –que se declara autor del relato que leemos– posee un conocimiento total no sólo de los pormenores de la situación que se nos cuenta, sino incluso de las motivaciones psíquicas del segundo personaje que interviene en la misma: Augusto. Este cruce de planos entre el mundo real y el de ficción es propio del nuevo concepto de novela que acuña el rector de Salamanca: el de nivola.
- Por lo que respecta al orden cronológico del fragmento: es lineal. Ahora bien, y empleando la nomenclatura de Genette, el narrador utiliza las técnicas del sumario (párrafos primero y segundo) y de la elipsis (¿cuándo llega Augusto a Salamanca? ¿cuándo se encamina a la casa del autor?) para acelerar el tempo del relato; y al revés, recurre a la técnica de la escena para ralentizarlo (todo el diálogo). Está claro que al escritor no le interesan las transiciones, los meandros, y por eso, sin más dilación, sitúa a sus dos personajes frente a frente para dialogar.
- Esta urgencia de Unamuno por enfrentar a sus criaturas lo lleva también a prescindir del uso de descripciones (de Salamanca, del despacho, del atuendo).
- Esta ausencia de temporalización y de espacialización –de cronotopos, según nomenclatura de Darío Villanueva– es otro de los rasgos de la nivola.
- Unamuno hace descansar el peso del fragmento en el diálogo. No le importa la acción exterior a sus criaturas, como tampoco su aspecto, sino su viaje interior, su pulso anímico, que se nos revela en sus intervenciones. Al igual que en sus obras teatrales, Unamuno busca en la nivola el conflicto y el drama ante el progresivo conocimiento de la Verdad. Precisamente, para enfatizar la crudeza de la verdad desnuda, el autor omite las precisiones circunstanciales. De esta manera, además, universaliza su obra. José Paulino Ayuso ve en esta sobriedad: la exposición de la angustia humana y la proyección de la conciencia.
- Por último, los personajes representan dos roles (maestro-discípulo) así como dos instancias anímicas (seguridad-angustia). Son meras abstracciones de conceptos (verdad-mentira). Esta combinación de novela y filosofía es otro de los rasgos de la nivola.
Ya explicaba Unamuno
en su poética para la antología de Gerardo Diego que es un “hereje” literario,
que no entiende de preceptos. Su nivola responde a esta necesidad
de un arte ligado íntimamente a sus necesidades y motivaciones. No obstante,
podemos encuadrarla entre las nuevas tentativas del renovación de la novela que
se ensayan en Europa a comienzos del siglo XX, y en concreto, entre aquellas
que son de cuño existencialista, como
las Metamorfosis de Kafka
(1916), Los apuntes de
Malte Laurids Brigge (1910), de Rilke; y El
árbol de la Ciencia (1911), de Baroja.
Estilo expresivo de los personajes:
Unamuno, el maestro,
defiende una tesis: y Augusto, el discípulo, trata de asimilarla. Ambos
mantienen una conversación asimétrica. Este reparto de roles se proyecta en las
intervenciones de cada personaje. Vamos a verlo:
El interlocutor Unamuno, por
su condición de autoridad (es escritor), goza de un estatus privilegiado con
respecto a su invitado. Esta posición jerárquica de superioridad se revela en
distintos niveles de uso del lenguaje: morfológico (tutea a Augusto), semántico
(sigo a Austin) realiza actos ilocutivos
de orden o mandato, buscando un efecto perlocutivo en su interlocutor (“no te
muevas”) y prosódico (eleva el volumen para reforzar sus órdenes, para mostrar
su desesperación o para enfatizar su tesis). Además, en una ocasión arrebata el
turno de habla a Augusto.
Augusto: Ocupa un papel jerárquico
inferior. Como en el caso precedente, su rol tiene su proyección en los
distintos niveles de uso del lenguaje: morfológico (recurre a la fórmula cortés
de tratamiento: “usted), prosódico (no acaba sus oraciones, lo que revela dudas
e inseguridades) y sintáctico (la repetición de oraciones “No me lo explico…no
me lo explico”; y “¿Cómo que no estoy vivo?”, “¿Cómo que no existo?” connotan
incertidumbre y desorientación).
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