Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en
terrible calma, en decisión de suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era
la fuente de sus desdichas propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito,
como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo
conmigo, con el autor de todo este relato. Por entonces había leído Augusto un
ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión
pareció hacerle, así como otras cosas que de mí había leído, que no quiso dejar
este mundo sin haberme conocido y platicado un rato conmigo. Emprendió, pues,
un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de veinte años vivo, para visitarme.
Cuando me anunciaron su
visita sonreí enigmáticamente y le mandé pasar a mi despacho-librería. Entró en
él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que allí preside a los
libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.
Empezó hablándome de mis
trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando conocerlos bastante
bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en seguida empezó a
contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel
trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se lo
demostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más secretos.
Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser increíble; creí
notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta temblaba.
Le tenía yo fascinado.
––¡Parece mentira!
––repetía––, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería... No sé si estoy
despierto o soñando...
––Ni
despierto ni soñando ––le contesté.
––No me lo
explico... no me lo explico ––añadió––; mas puesto que usted parece saber sobre
mí tanto omo sé yo mismo, acaso adivine mi propósito...
––Sí
––le dije––, tú ––y recalqué este tú con un tono autoritario––, tú, abrumado
por tus desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de
hacerlo, movido por algo que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a
consultármelo.
El pobre
hombre temblaba como un azogado, mirándome como un poseído miraría. Intentó
levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.
––¡No, no te
muevas! ––le ordené.
––Es que...
es que... ––balbuceó.
––Es que tú
no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo?
––exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
––Sí. Para
que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga
valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le
dije––, ¡que esté vivo!
––¡Desde
luego!
––¡Y tú no
estás vivo!
––¿Cómo que
no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? ––y empezó, sin darse clara cuenta de lo
que hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No,
hombre, no! ––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni
dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de
explicarse! ––me suplicó consternado––, porque son tales las cosas que estoy
viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
––Pues
bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces––,
que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco
muerto, porque no existes...
––¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
Niebla, Miguel de Unamuno
1. Establece el tema.
2. Haz un resumen.
3. El fragmento pertenece al concepto unamuniano de nueva novela: la nivola. Demuéstralo aportando cinco razones. Para ello, analiza:
A) El narrador. ¿De qué tipo es? Razónalo.
B) Los personajes. ¿Quiénes son? ¿Qué papeles desempeñan? ¿Cómo se expresa cada uno, con qué estilo?
C) El espacio. ¿Sabemos cómo es el despacho de Unamuno? ¿Y su ciudad?
D) El tiempo. ¿Se nos dice cuando llega Augusto a Salamanca? ¿Hay elipsis de acciones? El narrador, ¿nos resume los hechos o nos lo cuenta de manera pormenorizada?
E) ¿Qué tipo de texto predomina en el fragmento? ¿Expresa algún conflicto?
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