En el mundo actual, que reduce
nuestras existencias a la satisfacción de los deseos, al consumo de bienes de
lujo, al hedonismo o al individualismo caprichoso, es urgente recuperar un
valor limado, otrora peligroso por lo transgresor de su mensaje, me refiero al
Amor. Ernesto Cardenal, en un libro señero, Canto cósmico (1989), ya nos recordaba su importancia para
transformar el mundo: “Sólo el amor es revolucionario”. Jesucristo fue
asesinado por defender su causa. Nuestros escritores ascético-místicos del Renacimiento
vieron cómo sus obras caían en los Índices de Libros Prohibidos por enarbolar
su bandera. “El que ama cumple la ley”, sentenciaba Juan de Valdés en su Diálogo
de doctrina cristiana, y al poco tuvo que
exiliarse a Nápoles. Y es que su cristianismo evangélico chocaba con el
meramente ritual, fariseo y litúrgico de entonces, es decir: se plegaba a la
Reforma. Ernesto Cardenal (abanderado de la teología de la liberación), como
Osuna o Estella, pasando por fray Luis de León, era contrario al cesarismo
gubernamental y abogaba por un Estado libre de violencia. Todos ellos, por
tanto, compartían un misticismo de signo polítco. “Sólo el amor es
revolucinario” escribía hace más de treinta años, y ese lema es nuestra única
oportunidad para salvar el mundo de la avaricia humana. Lo avala Jorge
Riechmann cuando dice: “creo que la única esperanza no engañosa es la esperanza
en que seamos capaces de construir comunidades justas de seres compasivos” (¿Vivir
como buenos huérfanos?, 2017). Pero para
alcanzar esa empatía o solidaridad debemos desvestirnos del hombre
viejo, terreno y vestirnos del hombre
nuevo, celeste. Ya lo anunciaba San Pablo
en su Carta a los corintios. Y no
a otra cosa dedicaban sus esfuerzos los místicos del siglo XVI.
A día de hoy,
necesitamos como el aire un Humanismo ecológico al que sólo llegaremos por una
revolución espiritual (de consecuencias políticas) que nos ligue a la
naturaleza. Ernesto Cardenal, en Canto cósmico, hablaba de “una unión primordial” con el Todo. Quizás
cuando entendamos que “el universo es amor” y aceptemos nuestro destino de
seres amantes, protectores y cuidadosos los unos de los otros (y de las demás
especies) logremos alcanzarlo.
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