I
Sois la vida que empieza, un mundo en expansión.
Acogéis en
un cuerpo diminuto, creciente,
el amor
desbordado de unas madres arqueras
que sueñan
con vosotros donde quieran que estén:
bajo la
pirotecnia de auroras boreales,
en la selva
tomada por monos y mosquitos,
sobre
guijarros negros de una playa remota,
entre
puestos de frutas en medio de la calle.
Por eso es
necesario que os agarréis al vientre
de esa
madre que os canta cada día en la ducha.
Es su
fuerte latido el que escucháis ahora
en la noche
templada que os arropa y envuelve.
Escuchad
ese arrullo de manantial caliente.
Os habla un
corazón que no conoce el miedo,
que exilia
a la pereza, que bombea bondad.
Yo os
pienso a cada instante. Estáis conmigo, aquí.
Y de la
misma forma, os acompaño siempre.
Lo sabréis
con el tiempo. Cómo podré explicarlo:
cuando
escuchéis un verso y sonriais a oscuras,
cuando os
alumbre el pecho un diamante macizo.
Soy la
imagen que un día veréis en un espejo.
II
Ha llegado el otoño con su frío cambiante
y una
alfombra de hojas despeina las aceras.
Caminamos
del brazo por crujidos de ámbar
pero apenas
miramos la desnudez del árbol,
las pulpas
sobre el suelo o las pieles polares.
Nuestros
ojos no enfocan la realidad del resto,
son arpones
de luz que descienden al fondo
de las
constelaciones para que no estéis solos,
para daros
vigor en la vida que empieza.
Retumba en
la galaxia donde flotáis dormidos
la canción
muscular que os acuna en la noche.
Por su
ritmo constante adquiriréis muy pronto
una nueva
firmeza bajo el espacio líquido.
Nos alegra
pensar que al fin habéis venido
al bosque
de planetas que con pacientes dedos
colgamos en
la cumbre de la ilusión más pura.
Abrid los
ojos, ved: las vitrinas de estrellas
os alumbran
el surco que conduce a nosotras.
Tras el
último giro os aguardan dos madres
que no se
cansan nunca de nombraros y hablaros;
que han
encendido un fuego, con abundante leña,
que os
mantenga calientes a este lado del mundo,
y que ahuyente
a las bestias en las noches de invierno.
III
Sé que os hablo y me oís. Necesito creerlo
en este
abismo helado que nos acecha, insomne.
No lo puedo
evitar. Late en mí la certeza
de que ya
estáis viajando hacia el ser que seréis.
Vuestras
células saben el camino que lleva
al destino
cifrado que cumpliréis un día.
Una tarde
de otoño quizás también sintáis
esta
antorcha en el iris de extraña llama azul
que baja
las compuertas de castillos dorados.
IV
Os nombro con palabras pulidas y brillantes
forjadas en
mis horas de espera en erupción,
porque no
puedo veros; tengo que imaginaros
en la
piscina amniótica donde nadáis felices
a muy poco
de mí, de mi mano de fiebre.
¿Veis su
sombra lunar sobre el polo del cielo:
ese
horizonte en calma, ese límite dúctil
que ha de
ser el primero que en la vida crucéis?
Os tengo
que contar tantas cosas aún,
que me da
miedo el alba. Que vuestra vida es vuestra,
que nadie
va a vivirla por vosotros,
que os
espera un futuro irrepetible
detrás de
cada puerta.
Nosotras os
pondremos en la ruta.
Pero
escuchadme bien:
sólo al
principio iremos de la mano,
para que
cada día andéis más lejos
y así
vayáis ganando en confianza.
Después
observaremos desde un pliegue
vuestro
avanzar seguro hacia el asombro.
Me gustaría
tanto que supiérais
del
poderoso imán con que prendéis mi luz.
El fulgor
se derrama por mi pecho, a salvo
de la
conspiración de los diluvios.
Ciudad sumergida, Hiperión, 2018.
Presentación el jueves 13 de diciembre de 2018, en la librería La Sombra (San Pedro, 20, Madrid). A las 19:30
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