Cuestión de tiempo, Francisco Díaz de Castro. Renacimiento. 160 páginas.
2017. 17,90 euros.
A un escritor, como a cualquier artista, sólo se le puede
exigir que sea honesto, que vuelque en su trabajo lo mejor de sí mismo, la suma
de sus experiencias y sentimientos, que aborde los asuntos que le duelan, que
no mire el saldo de su cuenta corriente sino que se asome al abismo de su mundo
interior, que no haga concesiones al mercado ni a su tiranía de intereses y
modas, sino que, por el contrario, escuche la cadencia de su propio pulso. Esta
honestidad la encontramos en el poeta Francisco Díaz de Castro (Valencia,
1947), cuya obra completa, Cuestión de tiempo, acaba de salir en Renacimiento.
Las claves de su estilo son el carácter elegiaco de sus versos, que retoman
tópicos clásicos de la poesía moral romana: el tempus fugit, la muerte o el amor perecedero;
el tono meditativo, casi siempre conducido por silvas de verso blanco; el
lenguaje coloquial, cercano a los lectores; y el predominio de un campo
semántico marítimo, ya posea un valor simbólico o referencial. El volumen
recoge una obra creada a lo largo de veinticinco años, como poco, una obra en
la que resuenan los ecos de Garcilaso de la Vega y Francisco de Quevedo junto a
los de Francisco Brines y Carlos Marzal. No en vano, Díaz de Castro es un gran
conocedor tanto de la lírica aúrea como de la contemporánea, a la que ha
dedicado páginas imprescindibles en multitud de ensayos, así como en el
suplemento El Cultural.
Os dejo aquí el poema:
LAS MUCHACHAS
Sentado en la terraza de la playa
atardecido ya, contemplo
a dos muchachas que se besan
con malicia en los labios, recreándose
como brisa de julio,
entre bromas y risas por la clara
provocación que brindan.
Contrasta la alegría de esos ojos,
de esos cuerpos ligeros tendidos en la arena
que enredan el deseo en sus cinturas
y que juegan o no
a gozar del impulso que las tensa,
con la adusta mirada de los veraneantes,
con alguna protesta que se alza.
Veraneantes.
Han tolerado gritos, balonazos,
torpes surfistas contumaces,
motos acuáticas,
perros que se sacuden en la arena,
canciones del verano durante todo el día.
Han leído la prensa imperturbables,
bajo un sol de injusticia o a la sombra,
pero se les abronca el ánimo
porque dos muchachitas en top-less
celebran la existencia.
Al cabo de un buen rato las dos adolescentes,
con sus bikinis húmedos
se alejan de la mano,
de espaldas
a la tarde declinante,
hacia unas rocas solitarias
que el crepúsculo incendia.
(Del libro La canción del presente, 1999)
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