La partitura. Mónica Rodríguez. Edelvives. 2017. 224 páginas. 9,90
euros.
En un primer momento, me llamó poderosamente la atención
la cubierta del libro: su paisaje blanco, el tren de vapor prometiendo un viaje
fabuloso por tierras ignotas. En un segundo instante, me cautivó su título, La
partitura. En
una época donde parece valorarse poco el tiempo dedicado a las composiciones de
las obras, me interesó sumergirme en la ¿autobiografía? del protagonista del
relato, en sus motivaciones creativas, en el tormento sentimental que lo llevó
no sólo a componer sus sonatas y óperas, sino a modelar en la arcilla de sus
manos la figura de la pianista más célebre de la mongolia soviética: Sayá. La
novela, premio Alandar de Literatura Juvenil 2016, aborda unos asuntos que, en
principio, parecen alejados de la narrativa destinada al público adolescente.
Aborda sin tapujos el complejo de Edipo, la pederastia, el sexo, la infidelidad
o la complejidad de las relaciones amorosas. Está claro que si nuestros jóvenes
conocen por otros canales (las series de televisión, las películas que consumen
a solas en sus móviles o ipads) los sórdidos y atormentados vínculos que
empujan a unos cuerpos hacia otros, los escritores deben ofrecerles una visión
real, pero adaptada, de ese mundo que tanto les fascina. En ese sentido, La
partitura me ha
asombrado muchísimo. Hay que temas que parecen tabú en la literatura
adolescente, y yo creo que es mejor abordarlos -graduando la temperatura,
elaborando una obra de calidad artística, poética, sutil- que ignorarlos y
lanzar a nuestros chicos hacia una narrativa de nulo o escaso valor literario.
La novela sigue el patrón de las antiguas colecciones árabes
de relatos. Nos encontramos hasta tres historias ensartadas. La primera se
ofrece a modo de marco. La narradora escribe un texto a su novio para revelarle
un secreto que ha venido guardando y para formularle una pregunta. Al tiempo
que recuerda los comienzos de su propia relación, los baches que sortearon
hasta estabilizarse, relata una segunda historia: la de Gandalf, uno de los
ancianos de la residencia donde trabaja como auxiliar de enfermería. Aquí, a su
vez, el viejo pianista se convierte en paranarrador, al transcribir la joven el
diario que aquel guardaba para no olvidarse de sí mismo, para justificarse,
para que le entendieran, para conservar las emociones que le había sumistrado
tu agitada existencia, para recordar a su discípula: Sayá.
Quizás lo mejor del libro sea el concienzudo análisis de
la psicología de un alma torturada, insatisfecha, que vive a la intemperie de
su falta de arraigo, el alma de Gandalf: Daniel Faura Oygon. Nacido en España,
de madre rusa a la que pierde siendo adolescente, Daniel tratará de dar un
sentido a su vida refugiándose en la composición de partituras y en la tierra
natal de su progenitora. Será en Mongolia donde el joven pianista descubra el
talento innato para la música de una niña criada entre caballos y estepas
nevadas, por la que sentirá un impulso erótico que tratará de frenar. Mónica
Rodríguez reflexiona en su libro sobre los límites del amor, sobre la distinción
entre amor y obsesión, sobre el anclaje del arte en el dolor humano, sobre la
oscuridad de las pasiones, sobre el contraste entre vida y recuerdo, sobre la
necesidad –o no– de dar a conocer al mundo obras maestras de las que se
desentendieron sus autores, sobre la distinción entre amar a una persona o
maltratarla.
Escrito con un prosa cuidada y lírica, La partitura es una novela no ya para un público
adolescente, sino para cualquier lector al que le gusten las buenas
historias.
Esta reseña ha sido publicada por La Tormenta en un vaso.
Esta reseña ha sido publicada por La Tormenta en un vaso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario