Himno a la claridad
A cambio
de mi vida nada acepto.
¿Qué se
puede ofrecer que valga más
que el
calor de la llama, que la espiga
convocada
a ser grano, que la noche
que
dentro ya contiene el joven día?
Escucho
mis pisadas sobre el suelo.
A lo
lejos, alguien también las oye.
Tañido
lastimero de campanas
en su oído.
Eco de brasas tiernas
en el mío,
que todavía es temprano
y en el
cuerpo palpita el pulso errante.
Me pongo
por testigo en esta hora,
cuando
la lluvia lava más que riega
y los libros
liberan más que nutren.
¿A qué
esperáis? Encended los caminos,
que
empapen bien los ojos. Recorredlos
mientras
haya una lumbre en los pulmones,
mientras
un niño aguarde su ocasión
de
convertirse en hombre, mientras verbos
de orígenes
distantes desemboquen
en una
voz unida, mientras reinen
las
noches que nos prenden, abrazad
el
destello arcilloso de la tierra
que es
nuestro hogar común,
el
verdadero.
A cambio
de mi vida nada acepto,
aunque
sepa -y bien que eso me duele-
que no
siempre es el justo el encumbrado.
La luz
es un oficio fugitivo,
impenitente
en su aversión al óxido.
Aun así,
yo me aferro a esta urdimbre,
a esta
pila de huesos que me suman,
a este
rayo en proceso, presentido
en su
persecución de lo inefable.
La
profecía acampa frente al cielo
con los
párpados tersos y se afana
en
avanzar en base a lo avanzado.
Que nada
nos detenga. La llamada
del
infinito debe obedecerse.
Soberana
inquietud que nos animas,
enséñanos
a merecer el néctar
de estos
días que nos tocan. Muéstranos
un modo
de luchar contra el vacío
de este
dulce interludio. Que la fe
en la
alegría posible no abandone
ni la
razón despierta ni el recuerdo.
Sé que
tengo sentido porque vivo,
y sé que
no hay dolor ni menoscabo
que
puedan inmolar esta fortuna
de ser
en el presente, de existir,
de
sentirme el orfebre del instante.
Yo soy
mi propio riesgo. Doy por cierta
la sed
de infinitud que me espolea.
Ante el
placer de respirar me postro.
No hay
verdad más profunda que la vida.
(Diario de un destello, 2006)
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