Fuente: Marea Verde
"LUCÍA FIGAR Y EL SINDIÓS" por José Díaz González
Cuando la situación se teñía de incongruencias, lo
racional se disipaba en las entendederas y había que recurrir a la imaginación
para deshacer lo ininteligible, a mi padre le ofendía el mundo y gritaba: “esto
es un sindiós”, como si aquello lo remediase de inmediato, como si pronunciando
el descriptivo se acotase el problema y se aclarase la sinrazón fruto del
encantamiento. Curiosamente, lo que es el subconsciente, fue esa la expresión
que, sin quererlo, me huyó del estómago y nació al mundo cuando mi director me
nombró en el último tercio del claustro de fin de curso.
La entrega de un diploma honorífico y una medallita
conmemorativa me reconocían los méritos de dedicación y esfuerzo acumulado
durante los más de seis lustros de mi carrera docente. Miré al resto de mis
compañeros que aplaudían por cortesía, negados del reconocimiento, pobres… Ni
siquiera una mención pequeñita en
octavilla, una chapita de níquel o PVC, incluso la posibilidad de un lacito
multicolor, nada, simplemente la ignorancia. ¡O se tienen treinta años de
carrera y canas en los sobacos, o no hay palmada en la espalda, ni esfuerzo
recompensado, ea! En fin, siempre ha habido clases, anduve rígido el pasillo
mirando de frente y estirando el cuerpo, estreché las manos que me tendieron,
pero cuando vi el nombre de Lucía Figar en mi lustroso diploma lo entendí todo
y me volvió el sindiós a la cabeza.
Me acordé de las huelgas y de las manifestaciones rodeado
de alumnos, de compañeros, de familiares. A la ida, de niños corriendo y padres
con carros siguiéndolos, a la vuelta, aunque juntos, cambiaba el orden y la
verticalidad. Recordé las consignas por la defensa de la pública, el mar verde
en el que flotaban La Cibeles y Neptuno chapoteados de mil colores mientras el
sonido ensordecedor de los tambores atronaba la marcha. Recordé las asambleas,
los lazos, los panfletos, las revistas, las chapas, las camisetas, la
fraternización de la enseñanza en mil complicidades y se me llenaron los ojos
de lágrimas, es lo que tiene pasar de los cincuenta, que uno se hace más
sensible a lo sentimental y, por antagonismo, más duro de cocer. Todo aquel
movimiento, toda la lucha tenía un artífice ideológico, un brazo ejecutor, una
cabeza visible de ideas claras y objetivos marcados: la Consejera de Educación
de la Comunidad de Madrid, Doña Lucía Figar.
Solo tuve palabras para decirles a mis compañeros de
dirección que no era por ellos, pero que no podía aceptar aquel obsequio. Ese
dispendio, último estertor de su mandato, no hace honor a los recortes con los
que gestionó la enseñanza pública en Madrid, acompañada de su partido en el
resto del país, (reducción del número de profesores, creación de tasas de matrícula
en FP y aumento de las universitarias, replanteo de la jornada elevando el
tiempo de actividad lectiva, incremento de alumnos por aula, supresión y
reestructuración de la red de centros docentes, reducción del número de
orientadores, eliminación y merma de las horas dedicadas a diferentes tareas:
FCT, Jefaturas de Departamento, TIC, extraescolares…) y, por el contrario, sí a
las prebendas con las que favorecía a la concertada y la privada. Esta mujer
que en ocasiones, llena de arrogancia y soberbia, rayaba el insulto y la
descalificación del profesorado azuzándonos para que cumpliésemos nuestro
cometido sin protestar, sin levantar la cabeza del cuaderno, mientras ella
discutía la legalidad de la percepción de la beca por la guardería de su hija
con un salario de escándalo. Sí, la Señora Figar, hoy imputada, delfina de su
madrina doña Esperanza Aguirre, es la que me reconoce el esfuerzo de más de
seis lustros como docente, “manda güevos”.
Señora Figar, aunque no nos conocemos, yo de usted tengo
alguna idea, se lo pido por favor, un respeto, no me ofenda, que no comemos en
la misma mesa.
José Díaz González.- Profesor de Secundaria de la
Especialidad de Administración de Empresas, 34 años de servicio.
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