Extraordinario poema de una autora, Paca Aguirre, que se merece estar en el canon poético.
Dedico este texto a quienes no tienen miedo.
Al pueblo griego.
A la ciudadanía que no teme las consecuencias de su lucha justa por el trato digno.
A la profesora que se levantó del aula de oposición y dejó escrito en su examen, para que lo leyera el tribunal: "Si no somos capaces de posicionarnos, si no reaccionamos
solidariamente ante el ataque directo al colectivo de interinos como eslabón
más débil en la cadena de agravios a la educación, entonces sí, entonces este
profesorado, todo él, está enfermo, inhabilitado para educar y debería curarse
de moral o abandonar".
La
espera
Lo mejor
que podemos hacer es no asustarnos.
Ya sé
que no resulta fácil atenazar el miedo.
Pero
también el miedo une. Es cuestión de saberlo
y no
menospreciar esa sabiduría.
Calma,
mucha calma,
en medio
del terror también se puede tener calma;
casi diría
que es imprescindible.
Moverse
con cuidado, calcular bien los movimientos:
un paso
en falso puede significar la destrucción.
Miedo,
naturalmente. Mucho miedo:
nadie
quiere desintegrarse.
Pero
también el miedo integra. No olvidarlo.
Por
descontado: esa tarea no resulta alegre,
pero en
casos como el presente
lo más
seguro es ver los hechos con realismo.
Nada
ayuda tanto como la realidad.
Lo mejor
que podemos hacer
es mirar
con afecto a la consolación;
cuando
se tiene miedo los consuelos no se desprecian.
Cualquiera
puede morir,
pero
morir a solas es más largo.
Y si el
miedo sigue creciendo,
apoyar
una espalda contra otra. Alivia.
Infunde
cierta seguridad
mientras
dura la espera, Telémaco, hijo mío.
(De Ítaca,
1972)
Francisca Aguirre
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