El pasado mes de marzo fue destruida la casa amarilla de Bradbury, en la que vivió sus últimos 54 años -toda una vida-, y donde escribió buena parte de su obra. Os dejo el enlace a la noticia de prensa, aquí. Y abajo, uno de los poemas que compuso entre aquellas paredes.
Cuando
Dios pone un avispero en las entrañas
Cuando
los chicos tienen doce años o acaban de cumplir los trece
les
sobreviene una locura que antes no existía,
Dios
pone un avispero en sus entrañas,
un enjambre
que rabia, corre, encela;
por todo
el campo,
pálidos
chavales semejantes a Jekyll se cubren de pelusa como Hyde.
Con sumo
gusto llevarían extraños regalos a las muchachas,
pero lo
disimulan pinchándose y picándose,
hiriéndose
los unos a los otros, calandrias
capturadas
al vuelo, amontonadas
bajo la
hierba a la sombra de los árboles,
allí,
cualquier blanco les parece perfecto: chicos o chicas;
de
manera que por todo el orbe atacan
a las
hormigas, a los amigos apetecibles, ¡o lo que sea!
Ciegos
de sangre caliente y locura,
¿cómo
podemos sentenciar que su deseo es malo?
Porque
sus minúsculas colmenas, un enjambre
armado
de abejas, persiguen y pretenden
–día a
día y hora a hora–,
polinizar
de nuevo esta raíz: a esa flor
a punto
de explotar, llena de savia sublevada,
cuando
despiertan de la siesta pegajosos, atontados.
¡Nos
asombramos siempre
de la
fermentación de estos muchachos fanfarrones medio bestias!
Que un
buen día
despiertan
y descubren que… ¡son hombres!
(Vivo en lo invisible. Nuevos poemas escogidos. Traducción de Ariadna G. García y Ruth Guajardo González. Salto de Página. 2013)
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