En junio del 2001, al
poco de ganar el “Hiperión” por Napalm, tuve el honor de recibir una de
las becas de creación artística que la Residencia de Estudiantes, en
colaboración con el Ayuntamiento de Madrid, otorgaba a jóvenes autores para la
realización de su obra. Recuerdo que el proyecto que presenté consistía en la
elaboración de un libro de poemas cuya estructura estaría inspirada en el plano
del metro de Madrid; los títulos de los textos harían referencia a algunas de
las estaciones del suburbano. Así, por ejemplo, "El amor es una razón de
Estado" (poema de 1998, incorporado a Helio –La Garúa, 2014–)
tenía por nueva nomenclarura: "Tribunal". El caso es que, nada más
instalarme en la habitación 427 del Gemelo I, abandoné aquel proyecto por otro
muy distinto. Las razones del giro, del viraje temático y estético, hay que
buscarlas entre aquellas paredes. Es más, en aquellas paredes. Por esas
fechas, además de volcarme en la escritura de mi tercer poemario, me aplicaba
en los cursos de doctorado de la Universidad Complutense, donde trabé amistad
con Vanesa Pérez-Sauquillo, elaboré con Álvaro Tato (en una aburridísima clase de
lírica del pre-modernismo) una primera lista de poetas de la generación de
la democracia (germen del volumen antológico Veinticinco poetas españoles
jóvenes, que saldría de la mano generosa de Jesús Munárriz en ediciones
Hiperión) y me especialicé en el género del diálogo renacentista (en concreto,
en el espiritual de cuño erasmiano).
Os dejo un poco más
abajo el poema que explica lo que significó la “Resi” para mí. Esta pieza la
escribí entre marzo y abril del 2002. Ya en Apátrida, libro resultante de
mi paso por “esa casa roja del milagro” (así bautizó Joaquín Pérez Azaústre a la Residencia en la
dedicatoria que me estampó en las Poesías Completas de Vicente
Aleixandre, tomo que me regalaron los becarios cuando cumplí los 25), dediqué
el texto a mis compañeros y amigos de entonces. Valga esta oportunidad para
extender la dedicatoria tanto a los “residentes” que llegaron después (Carmen
Jodra,
Miriam Reyes, Mariano Peyrou, Mercedes Cebrián, Andrés Barba, Elena Medel, Sandra Santana…) como a los que nos
precedieron (Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Emilio Prados, Gabriel Celaya… por mencionar
solamente a los literatos).
En Apátrida (Hiperión, 2005.
“Premio de Poesía Joven de la Comunidad de Madrid”) el texto lo publiqué sin
título, pero en esta ocasión lo añado:
Continuidad
Cierto es que has prometido que de aquí al correr del tiempo
saldrían los romanos, que bajo su poder tendrían
al mar y las tierras todas. Sólo eso en verdad me consolaba
de la caída de Troya y sus tristes ruinas
Nunca en verdad diré que Troya y su reino han sido derrotados
Eneida
A
fray Juan de Pineda
No hay nada en este cuarto de paredes
vacías que me nombre;
la estantería,
la cama, los armarios
se encontraban
en este mismo espacio
que ahora ocupan
antes de que viniera.
No hay objeto,
por pequeño que sea,
que remita
ni a mi tiempo ni a
mí. A otras miradas
sorprendió la tormenta
que golpea
en estos ventanales,
otros hombres
gozaron desde aquí de
esta porción
de cielo que me toca;
un horizonte
distinto para todos,
pero idéntico.
Ellos y yo ahora
compartimos
un espacio común, sus
pertenencias
se mezclan con las
mías por el cuarto
en perfecto desorden.
He invadido
su espacio. También
ellos han entrado
en el mío. Soñamos
cada tarde
en este mismo sitio,
cada uno,
los sueños de los
otros. Las paredes
proyectan nuestras
sombras cuando entra
la luz por la ventana,
pero nunca
coinciden o se montan;
nos separan
varias generaciones en
el tiempo.
Mi juventud es parte
de la suya.
He heredado la fe en
que la palabra
entreteje a los
hombres en un canto
de esperanza y de luz.
En el futuro
yo viviré también con
quienes vengan
a ocupar este sitio
entre nosotros.
La desnudez del cuarto
no me dice.
Tampoco me retiene. Me
permite
buscarme en otras
épocas, entrar
en todas las lecturas
de las obras
que conducen a ti; con
estos libros
he llenado mi espacio
de tu tiempo.
Ahora vivo pendiente
de los dogmas
publicados en Trento.
Igual que otros
escritores insignes me
he exiliado
a una tierra en que
nadie me conozca,
por temor al Castillo
de Triana.
No es fácil conciliar
mi ideología
con la Contrarreforma.
Aspiro a un mundo
sin reglas que limiten
mis acciones
o las de aquellos más
a quienes amo;
en que la buena fe nos
una a todos
por encima de nuestras
diferencias;
que guarde la armonía
entre las partes.
Me he metido en tu
vida varios siglos
después de que tu obra
despertara
las iras en los
púlpitos; la estima,
en la corte, del Rey.
Aunque lo ignoras.
Tú ni siquiera sabes
que yo existo.
Me pregunto si tal vez
me intuías
al escribir las letras
de mi nombre
en la rugosa piel del
pergamino;
si acaso imaginabas
que los chopos
a cuya fresca sombra
te sentabas
serían como éstos que
verdean
al pie de mi ventana,
en la colina.
Nos une un mismo amor,
que nos desborda,
a la literatura; el
mismo empeño
por elevar al hombre a
su conciencia,
por hacer de este mundo
que heredamos
un hogar habitable. Te
he sacado
de las profundidades
de tu siglo
para que puedas ser en
mi presente.
El estudio que haga de
tu obra
me integrará en el
tiempo. Tú, conmigo,
tendrás continuidad.
En el futuro
tu voz se extenderá
por aquel mismo
espacio que una vez ya
conquistaste.
Para los
“residentes” del curso 2001-2002: Eva Cernuda, Nicolás Sesma, Juan Manuel
Artero, Rosa Huguet, Roberto Valerio, Joaquín Pérez, David Mayor, Azucena
López, Rubén Ruiz, Manuel Pulido y Gustavo.
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