Esta reseña ha sido publicada por Culturamas.
Extraños eones, Emilio Bueso. Valdemar. 2014. 20 euros.
Hay novelistas que al escribir
asumen riesgos, cuyas obras se alejan de los caminos más trillados, que
desconocen la existencia de raíles por los que transitan los demás, o que
simplemente miran hacia otros horizontes cuando escriben sus libros.
Novelistas-antorchas, descubridores de mundos; y no sólo porque alumbren
lugares e historias que de otro modo se perderían, sino porque su estilo
embauca, su manera de narrar es en sí una aventura, un continente aparte. Emilio
Bueso forma
parte de ese elenco de voces. Cada uno de sus libros abre una puerta a un
misterio diferente, inédito, imposible de trasladar a las páginas si no fuese
por él. Tiene el tono adecuado para llevarse a los lectores por hipnosis a la
Transtaiga del Canadá, a un puerto de montaña pirenaico, a una eco-aldea
autosuficiente de Castellón y al cementerio más poblado del mundo, El ´Arafa
del Cairo. Emilio maneja
los tiempos, es hábil fabricando armazones para sus novelas, pero sobre todo,
es un encantador. De lectores. Por eso, año tras año, esperamos su nuevo libro
dentro de un catálogo. A esto añadamos que los temas que aborda nos afectan a
todos: la soledad, la pérdida, la supervivencia mental. De ahí que sus obras se
localicen en carreteras desiertas ubicadas en bosques boreales, en ciudades
abandonadas junto al reactor de Chernóbil o en desiertos africanos. Busca la
escenografía más inaccesible y basta que permite La Tierra. Será que estamos
solos y que somos pequeños. Y es que, en el fondo, Emilio es un romántico. Luego, además,
se adentra en la espesura del terror y del miedo. Dos flancos desde los que
atacar la actualidad que ocultan los telediarios, los peligros de la ingeniería
genética o la miseria de cientos de miles de niños cairotas. Dos excusas para
hablarnos de lo que verdad importa: la fragilidad de nuestras vidas. Tan frágil,
tan expuesta a continuas amenazas (un mordisco mortal, el fin de los
combustibles fósiles, un amor sin proyecto, padres sin vocación…) que los
personajes de todos los libros de Emilio Bueso sucumben a las drogas para
quitarse el polvo de una triste existencia. Heroína, porros, pegamento.
Cualquier ayuda externa es bienvenida. Y otra marca de la casa: sus finales
grandiosos, apoteósicos, que remarcan muy bien la soledad que los sigue después.
Extraños eones es quizás un libro menos lírico
-de prosa más directa- que los anteriores, pero mantiene intacto el embrujo de
las palabras. En esta ocasión, el libro se localiza en el mayor cementerio del
mundo, habitado por muertos y por vivos que no constan en registro alguno, por niños
invisibles cuya
meta es malvivir un nuevo día. Una de estas pandas, liderada por un adolescente
(Benipé), es la protagonista de la historia. Frente a ellos se despliegan las
fuerzas del mal, en cuyas filas hay un escuadrón de polillas humanoides, un
panteón nubio, una ciudad milenaria enterrada en la arena, un faraón negro y un
dios antiguo. Se trata de una obra de aventuras, con mucho de denuncia social
cairota, que sólo en el último tercio vira hacia el terror. A diferencia del
resto de sus novelas, Emilio Bueso ensaya en Extraños eones dos nuevos registros: el humor
(fantástica la conversación de David con el funcionario del cementerio local) y
la ternura. Pruebas de que aún no ha encontrado techo como autor. Y somos
nosotros, los lectores, quienes nos felicitamos.
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