Divina. Inma Luna. Baile del Sol. 2014. 69 páginas. 12´48
euros.
No es fácil mantener una editorial en los tiempos que
corren. Y resulta más complicado todavía cuando sus responsables publican títulos
con criterios nada desdeñables, como la calidad, la renovación, la autenticidad
o el cuestionamiento del mundo. La empresa cobra dimensiones heroicas cuando
esos sellos tienen colecciones de poesía o sólo se alimentan de ella. Pero si
algo hemos aprendido en milenios de evolución de especies, es que se adaptan
mejor a las épocas de cambio los seres más versátiles y los más diminutos. Es
verdad que a menudo son víctimas de la despiadada cadena trófica, pero han
dejado atrás a grandes bestias que se las prometían muy felices.
Baile del Sol lleva editando libros veinte años. Son las
hormigas del ecosistema literario nacional. Tienen un catálogo solvente.
Recolectan autores y manuscritos con ilusión no exenta de paciencia. Rama a
rama, han construido un hogar para los escritores y una despensa cultural para
la comunidad lectora.
Ahora acaban de publicar el poemario Divina, de Inma Luna (1966). El libro se divide en
tres partes. Todas suponen un ajuste de cuentas con el pasado. Y es que la voz
que enuncia se despacha a gusto contra su internado de monjas y contra las
hipocresías y las incomprensiones que vinieron más tarde.
En la primera parte los poemas se centran en los años
transcurridos en un colegio religioso. Años de represión, de tedio, de negación
del cuerpo, de amputación de todas las vivencias de la infancia. No hay espacio
que evoquen las palabras (habitaciones, baños, aulas, confesionarios, patios de
recreo) que no supure la muerte de la inocencia, de la curiosidad, del albedrío.
Por eso los poemas –la mayoría– exportan un rencor acumulado bajo la piel que
cubre los recuerdos. Los tonos que los lanzan al mundo pasan de la ironía al
reproche, de la amargura a la ira en muchos poemas; mientras que en otros la
voz que habla parece distanciarse y se limita a levantar acta de una tragedia
(poemas-atestados). Es en los primeros donde la voz de Inma Luna alcanza notas más altas. Destacan los textos Los
uniformes, Antigua
loba, Los
zapatos, El
patio, Privadas, Las palabras y Prohibido jugar (que copio íntegro: “No me
dejaban jugar con los chicos/ así que nunca supe/ cómo relacionarme con los
hombres./ Mi matrimonio fue un fracaso/ que se gestó en la infancia” p. 37).
En la segunda parte (muy breve, apenas siete poemas) toma
el relevo temático la iniciación al sexo.
En la tercera, el testigo encara la línea de meta
recorriendo la recta del matrimonio. Sobresale un texto por su lirismo y su
rotundidad: El ramo.
Pocas obras traspasan el ambiente encerrado de un colegio
de monjas. Elena Quiroga lo hizo en la magnífica novela Escribo tu nombre (1965). Es una buena noticia que Inma
Luna haya
dedicado su libro a la visibilidad de una educación represiva, que sólo inflige
taras. De lectura recomendable. Un libro diferente por lo novedoso de los
asuntos que aborda. La edición incluye bellas ilustraciones de Loreto Rodera.
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