jueves, 20 de marzo de 2014

Apuntes sobre mis libros III: Apátrida



 
Tras el incendio de Napalm, vino el fuego controlado de Apátrida (Premio Arte Joven de Poesía de la Comunidad de Madrid. 2005), mi poemario medieval. Dividido en Libros y en Cantos, aborda –sobre todo– los temas de la identidad, el recuerdo y la memoria. En el Libro I, la voz que enuncia relata un angustioso viaje a través de la infancia y del amor (Cantos I y II). En el Libro II se enfrentan dos visiones del mundo: la de quien experimenta la vida como una pérdida constante, y la de quien, pese a la caducidad, exprime la existencia para sacarle el jugo. Ambas actitudes, representadas por los símbolos del agua y el cristal, protagonizan un diálogo dialéctico a mitad de libro (recuperando la tradición del debate medieval –entre el alma y el cuerpo, el vicio y la virtud, el agua y el vino…–), que gana la segunda. Como resultado, en el Libro III la voz que habla asume el devenir de la existencia a la que vez que confía en su perdurabilidad en el tiempo. El libro es recipiente de la vida, como lo son el mar que contiene los restos de naufragios o el yacimiento arqueológico cuyos sedimentos revelan las edades del mundo. Las citas que acompañan a Apátrida –tomadas, entre otras obras, de la Eneida, la Odisea y la Biblia– tienen una motivación semántica: suponen una relectura de los clásicos y un diálogo con nuestra tradición; es decir, la polifonía asegura que el pasado subsista en el presente.

El título de la obra hace referencia a los poemas del Canto I, al exilio forzado, a la pérdida del territorio infantil; pero también al viaje interior de quien dialoga consigo, se conoce, localiza un problema y trata de enmendarse (“Es por eso que duda de que tengan/ un rango superior al espejismo/ las cosas/ que van siendo/ desde entonces”, “Con el paso del tiempo/ las personas están/ pero no permanecen”, “Yo no tengo/ quien venga a demostrarme/ que el mundo es”, “En algún sitio/ alejado de mí, de este papel/ que entinto con tu sombra,/ alguien te vive./ Y te recuerdo yo”). Al final, el amor, la familia, la pertenencia a un grupo (becarios de la Resi, herederos de lo más granado de la intelectualidad española de preguerra: Juan Ramón, Federico...), e incluso la mascota, acaban anclando a la vida al –errático– sujeto que enuncia.

En Apátrida, lo mismo que en Napalm, encontramos una mezcla estética, aunque no tan acusada. La manifestación del inconsciente abre la puerta a un estilo irónico y surrealista que contrasta con la sobriedad, el laconismo y la contención asociados a la reflexión consciente. De esta forma, ambos libros –a través del discurso estético– muestran las complejidades y contradicciones de la mujer y el hombre modernos.

La épica de Apátrida (2005) consiste en la heroicidad de un sujeto que es capaz de viajar en busca de sus miedos y preocupaciones para doblegarlos. En Napalm (2001), sin embargo, ningún personaje realizaba esta gesta: emprendían tu transformación demasiado tarde, cuando las circunstancias externas ya los estaban abocando a la enajenación y a la locura. Dos libros (separados por cuatro años), dos actitudes frente al mundo.

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