Tras el incendio de Napalm, vino el fuego controlado de Apátrida (Premio Arte Joven de Poesía de
la Comunidad de Madrid. 2005), mi poemario medieval. Dividido en Libros y en
Cantos, aborda –sobre todo– los temas de la identidad, el recuerdo y la
memoria. En el Libro I, la voz que enuncia relata un angustioso viaje a través
de la infancia y del amor (Cantos I y II). En el Libro II se enfrentan dos
visiones del mundo: la de quien experimenta la vida como una pérdida constante,
y la de quien, pese a la caducidad, exprime la existencia para sacarle el jugo.
Ambas actitudes, representadas por los símbolos del agua y el cristal, protagonizan un diálogo dialéctico
a mitad de libro (recuperando la tradición del debate medieval –entre el alma y
el cuerpo, el vicio y la virtud, el agua y el vino…–), que gana la segunda.
Como resultado, en el Libro III la voz que habla asume el devenir de la
existencia a la que vez que confía en su perdurabilidad en el tiempo. El libro
es recipiente de la vida, como lo son el mar que contiene los restos de
naufragios o el yacimiento arqueológico cuyos sedimentos revelan las edades del
mundo. Las citas que acompañan a Apátrida –tomadas, entre otras obras, de
la Eneida,
la Odisea
y la Biblia–
tienen una motivación semántica: suponen una relectura de los clásicos y un diálogo
con nuestra tradición; es decir, la polifonía asegura que el pasado subsista en
el presente.
El título de la obra hace referencia a los poemas del
Canto I, al exilio forzado, a la pérdida del territorio infantil; pero también
al viaje interior de quien dialoga consigo, se conoce, localiza un problema y
trata de enmendarse (“Es por eso que duda de que tengan/ un rango superior al
espejismo/ las cosas/ que van siendo/ desde entonces”, “Con el paso del tiempo/
las personas están/ pero no permanecen”, “Yo no tengo/ quien venga a
demostrarme/ que el mundo es”, “En algún sitio/ alejado de mí, de este papel/
que entinto con tu sombra,/ alguien te vive./ Y te recuerdo yo”). Al final, el
amor, la familia, la pertenencia a un grupo (becarios de la Resi, herederos de lo más granado de
la intelectualidad española de preguerra: Juan Ramón, Federico...), e incluso la mascota,
acaban anclando a la vida al –errático– sujeto que enuncia.
En Apátrida, lo mismo que en Napalm, encontramos una mezcla estética,
aunque no tan acusada. La manifestación del inconsciente abre la puerta a un
estilo irónico y surrealista que contrasta con la sobriedad, el laconismo y la
contención asociados a la reflexión consciente. De esta forma, ambos libros –a
través del discurso estético– muestran las complejidades y contradicciones de
la mujer y el hombre modernos.
La épica de Apátrida (2005) consiste en la heroicidad
de un sujeto que es capaz de viajar en busca de sus miedos y preocupaciones
para doblegarlos. En Napalm (2001), sin embargo, ningún personaje realizaba esta
gesta: emprendían tu transformación demasiado tarde, cuando las circunstancias
externas ya los estaban abocando a la enajenación y a la locura. Dos libros
(separados por cuatro años), dos actitudes frente al mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario