sábado, 30 de diciembre de 2023

Quevedo, editor


 


Corría el año de 1631 cuando Francisco de Quevedo editó la obra lírica de los poetas renacentistas Francisco de la Torre y fray Luis de León, con el propósito de frenar el avance de la poesía culterana. 


La obra del primero es un ejemplo de sencillez, elegancia y ternura (María Luisa Cerrón Puga). De la Torre sometió a un proceso de deshumanización o desmaterialización a la persona objeto de su deseo. No escasean las composiciones en las que, bajo la palabra idea o ídolo, se ocultan los rasgos que describen al ser amado. Lo que prima en su obra no es tanto la presencia como la ausencia del sujeto dueño de su amor. Quizás porque su posesión es imposible. Por otro lado, en su obra todo gira alrededor del yo: los animales y los astros son espejo de su desgracia. La noche es el testigo fiel de su melancolía, de su amor imposible. En cuanto a las estrellas, simbolizan la falta de equilibrio o el desorden. No existe la armonía celeste en sus sonetos. la noche y las estrellas están sordas, como el ídolo amado, al que no puede ver. Presuntamente, Francisco de la Torre era homosexual.


De Luis de León, qué podemos decir. Para Quevedo, el fraile agustino representaba el buen gusto poético, frente a los excesos gongorinos (Cristóbal Cuevas, dixit). Juan Francisco Alcina enumera los motivos principales de su lírica: el rechazo de la sociedad para la que escribe, la repudia del lujo capitalista, la crítica de la guerra y el elogio tanto de la amistad como de la naturaleza. Fray Luis canta los motivos estoicos del apartamiento y del beatus ille. Aspira a una vida desasida de la ambición cortesana. Apela al libre albedrío y a la responsabilidad humana sobre las consecuencias de sus obras. Su poesía trata sobre asuntos de moral cotidiana. Versa sobre lo que deben hacer los hombres y las mujeres para conseguir la armonía y el justo medio. Otros temas centrales de sus composiciones son la nostalgia de la vida eterna y el desgarrado deseo de unión con el Todo (esto es, con la divinidad).  


Pues un poco a lo Quevedo me siento yo. Ahora mismo estoy inmersa en la edición de un poeta admirado por muchos, silenciado por otros, y de enorme talla literaria e intelectual. (A ver si frenamos el avance de la poesía low cost, y de paso, frenamos -siquiera un poco- la destrucción del planeta.)


Ya os iré contando. 


Por cierto, las palabras previas son anotaciones a pie de página y fragmentos biográficos de mi libro Poesía española de los Siglos de Oro (Akal, 2009).

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