sábado, 17 de diciembre de 2022

Vive Molière

 

Foto: Teatro Abadía

Vive Moliére, Álvaro Tato (dramaturgia); Yayo Cáceres (dirección y música original); Kevin de la Rosa, Juan de Vera, Mario Portillo, Marta Estal y Laura Ferrer (reparto). Teatro de La Abadía. Diciembre de 2022. Productora: Ay Teatro

 

 

 

Llevo veinticinco años asistiendo a las representaciones de Ron Lalá. Y uno, a las de la compañía de nuevo cuño Ay Teatro. ¿Qué tienen ambas en común desde sus respectivos orígenes? Un nombre propio, un alma mater: Álvaro Tato. Álvaro es el espíritu encarnado de Talía, la musa de la comedia. Lo más parecido que han dado las tablas españolas al “monstruo de la naturaleza” (Cervantes dixit) que fue en su tiempo Lope de Vega. Es la esencia del teatro. No tiene sangre, sino tinta recorriendo sus venas, alimentando sus músculos y espíritu. Tanto rebosa su grandioso talento que ha tenido que recurrir a la bicefalia escénica, pariendo guiones ingeniosos, mordaces, divertidos y cultos para las dos compañías que ha creado. Si hace unos meses ponía al público del Matadero en pie con su soberbia Malvivir (maravillosamente interpretada por Aitana Sánchez Gijón y una espectacular Marta Poveda), ahora arranca el aplauso rendido del patio de butacas con su magnífica pieza Vive Molière.

 

Pocas cosas hay en la vida que te eleven el ánimo con la alegría con que lo hacen las obras que firma. Y esa es precisamente una de las sensaciones que se llevan los espectadores que asisten a la Abadía para disfrutar de su última obra. Nacida como un sentido homenaje al célebre autor francés en su 400 aniversario, Vive Molière lleva a las tablas diferentes escenas del poeta y dramaturgo galo (El tartufo, Las preciosas ridículas, La escuela de maridos, Don Juan, El avaro, El misántropo…). Tres personajes creados para la ocasión (Chisme, Dato y Mito) son los responsables de introducir las escenas y de interpretarlas. Entre unas y otras, un piano digital ameniza las transiciones con su música alegre. Este instrumento será fundamental para ambientar las secuencias. No digamos la dulce y delicada voz de la soprano que lo toca. Aún me hace temblar el alma la melodía que dice: “El galán ama a su dama/ y la dama ama al galán./ Pero no se dicen nada/ por el qué dirán”. Si la música en directo es marca de la casa, no lo es menos el uso del verso, el ritmo trepidante de la obra, la coherencia interna, su aire socarrón, los continuos bailes, sus críticas sutiles al mundo actual o la interacción con el auditorio (inolvidable el momento en que el avaro pide que se enciendan las luces “del salón” y, al vernos, nos pregunta nervioso: “¿Cuánto tiempo lleváis aquí?”). Además de los fragmentos literarios, la obra también recrea algunos episodios de la biografía de Molière: las tensiones con un padre que lo sueña abogado y tapicero, el feliz encuentro con la mujer (amiga o amante) que lo ayudó a fundar su primera compañía, su paso por prisión por impago de alquileres, sus roces tanto con la Iglesia como con la monarquía, o hasta su propia muerte. Y todo esto se lleva a cabo con un decorado humilde, simbólico: un tobogán por el que baja a la Tierra la diosa Fama en busca de marido, un par de marcos y una silla que lo mismo es un balcón que las rejas de una cárcel. De los actores y actrices qué podemos comentar: que son portentosos, polivalentes y divertidos. Inolvidable Kevin de la Rosa en su papel de Harpagón (El avaro). El responsable de la dirección es otro genio de la escena: Yayo Cáceres, que hace doblete con Ron Lalá. 

 


 

 

Vive Molière no deja de ser un guiño al teatro barroco. De ahí la presencia del teatro dentro del teatro, el desternillante duelo a espada entre dos personajes (Mito y Dato), el maravilloso empleo del verso (que de tan natural que lo escribe Álvaro, apenas se nota), la importancia de la fiesta, del baile y de la música. Y es que la obra supone un placer para los sentidos; un auténtico gozo para el intelecto.

 

Memorable.

 

 

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