lunes, 14 de febrero de 2022

Peachtree City

 

Peachtree City, Mario Obrero. Madrid: Visor. XXXIII “Premio Loewe a la Creación Joven”. 2021. 78 pp.

 

 

En el libro de relatos El círculo de Jericó, editado por Nova, César Mallorquí reflexiona sobre la importancia que tienen los viajes en los escritores. Nada mejor que la sensación de extrañamiento que uno experimenta fuera de su contexto para encontrar ideas diferentes, para experimentar con las formas, para conocernos mejor o para completar con una pieza nueva el mapa de nuestras experiencias. Cuando pasamos un tiempo fuera del hogar no sólo recorremos una geografía, sino que nos desplazamos hacia dentro. Esa inédita percepción tanto del mundo como de nosotros, descarga una corriente en los poetas, los electrifica, los pone del revés. Los poemas son postales del alma, girones de realidad atravesados por el rayo del desconcierto. Así nacieron Diario de un poeta recién casado, de JRJ (1916) y Poeta en Nueva York, de Federico (1931). Ambos autores pusieron rumbo a América y se trajeron un mundo en la mirada. Ambos regresaron distintos, transformados. Y su estética se vio modificada en igual medida. El primero de ellos comenzó su etapa “intelectual”, atravesada por un simbolismo propio, hermético. El segundo experimentó la solidaridad hacia los desfavorecidos, y afiló su lenguaje en la piedra de la corriente surrealista. La Historia de nuestra lírica cambió gracias a ellos. Los dos abrieron caminos por los que aún transitamos.

 

Mario García Obrero (Getafe, 2003) se dio a conocer en 2018 ganando el premio de poesía joven “Félix Grande” con el libro Carpintería de armónicos. Al año, publicó: Ese ruido ya pájaro. Fue entonces cuando embarcó en un Boeing 767 con destino a Atlanta. Tenía 15 años. Aquellos meses de estancia cuajaron en un ramo de poemas, a cada cual más imaginativo, torrencial e irónico. Lo tituló Peachtree City, y con él obtuvo en 2020 —con apenas 17 años— el XXXIII “Pemio Loewe de Poesía a la Creación Joven”. 

 

Obrero observa la realidad estadounidense de dos modos distintos. Por un lado, a través de la lente prejuiciosa de quien ha leído libros y ha visto películas norteamericanas. No faltan, pues, las alusiones típicas al rugby, a las armas, a la comida basura o a la bandera nacional. A propósito de esta perspectiva, resulta interesante el ejercicio de sinceridad que realiza un poeta abrumado por el peso de la historia:

 

“es difícil vivir en un río nombrado por todos los poetas” (p.35)

 

Por otro lado, Obrero analiza el mundo a través de su propia experiencia. De modo que, más allá de esas alusiones culturales que satisfacen nuestras expectativas, el joven getafense —ebrio de estímulos— nos muestra la riqueza del entorno que ve, fijándose en la fauna, la flora, el mestizaje étnico o las contradiciones de un país (“que huele a gofre y a gasolina”).

 

 

Este ahondamiento en la idiosincrasia de los EEUU tiene una repercusión en clave interna. El sujeto que enuncia también se reconoce diferente a como se esperaba. El viaje lo transforma. Le revela perfiles cuya existencia ignoraba antes de partir (“escribo con palabras desconocidas que salen de mi boca”). Él mismo se descubre un misterio, y no faltan los poemas en los que trata —en vano— de averiguarse:

 

“escribo cuidadosamente mi nombre cada medianoche

lo pronuncio hasta que parece una lanza de sílex

entonces lo cojo y lo lanzo contra el espejo”.

 

Y es que la construcción de la identidad es uno de los temas angulares del libro. El andamiaje afirma al adolescente en la otrodedad (“Mi alma tiene nuevas hogueras donde voces innumerables queman sus malvaviscos”) y rompe la barrera de los géneros (“me encuentro y hablo a esa yo”).

 

Además de estos poemas ontológicos que se interrogan sobre la verdad del mundo, los prejuicios, los esterotipos o las expectativas, encontramos en Peachtree City otros poemas de calado social. Mario Obrero no pierde la ocasión de criticar la débil democracia de una confederación de estados que no garantiza la sanidad pública, pero sí permite el uso y tenencia de armas.

 

El poeta getafense no oculta sus deudas con Federico, al que cita. Comparte tanto su espíritu de protesta como su lirismo. No es el único poeta vanguardista del que bebe También ha probado el elixir de Aleixandre (de hecho, toma prestada una imagen creacionista de Pasión de la Tierra: su “mar de cáscaras de pera” es un guiño al “mar de cáscaras de naranja” del malagueño), y hasta suena algún eco de Huidobro (“silencio colgando de una estrella muerta”).

 

Peachtree City es un poemario-relámpago, lleno de destellos y de reminiscencias, que alumbra un gran porvenir a su joven autor, que eclipsa la parapoesía que se sigue publicando, que detona en los oídos y anuncia en el cielo de la contemplación un potente imaginario.

 


 


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