Nadie vendrá, Tomás Hernández Molina. XXII Premio de Poesía Ciudad de
Salamanca. Madrid, Reino de Cordelia. 107 páginas.
Criticaba Oscar Wilde en El retrato de Dorian
Gray que los poetas pretendieran el
éxito de ventas poniendo demasiado de sí mismos en sus composiciones,
exponiendo sus pasiones al microscopio de la mirada ajena. Estamos hablando del
año 1890. Pero sus afirmaciones sirven para entender el mercado lírico español
que padecemos en la actualidad. Pueden comprobarlo ustedes mismos: “Hoy día de
un corazón desgarrado se tiran muchas ediciones”. Y tanto, ¿verdad? Vean las
fajas de algunos libros. No obstante, en opinión de Wilde: “un artista debe
crear cosas bellas”. Por desgracia, no es así en muchos casos. Tenemos grandes
consumidores de productos poéticos, y sin embargo, paradógicamente, se está
perdiendo el sentido de la belleza. En este retroceso cultural juegan un papel
determinante las últimas leyes educativas, que han reducido las horas de
literatura en los institutos y que han relegado los estudios de Humanidades;
pero también contribuye la propia sociedad que entre todos hemos creado: veloz,
ruidosa, irreflexiva, siempre al borde del ataque de nervios y poco esmerada en
el afán por perfeccionarse. Pues si así somos –generalizo, claro–, qué
esperamos que hagan (algunos de) los poetas. Escribía Antonio Machado: “El arte no cambia siempre por
superación de formas anteriores, sino, muchas veces, por disminución de nuestra
capacidad receptiva, y por debilitación y cansancio del esfuerzo creador”.
¿Hablará de nosotros el vate sevillano?
Por fortuna, sí hay autores que piensan que su espíritu
“es fuente que mana” (Machado). Autores cultivados que cincelan sus versos en
el mármol. Autores que piensan que en Literatura no importa sólo el qué, también
el cómo. Uno de ellos es el veterano Tomás Hernández Molina (Alcalá la Real,
Jaén, 1946), recientemente galardonado con el premio “Ciudad de Salamanca” por
su poemario Nadie vendrá.
El poeta parece que porte una balanza mental. De un lado,
sus versos dialogan con la tradición grecolatina; del otro, con la peninsular
(áurea y contemporánea). Apuntemos ahora que Tomás Hernández fue profesor de
secundaria y docente universitario. No es baladí. Su sólida formación
filológica se destila en sus versos, que además suenan frescos y verdaderos por
el contacto directo del autor con la naturaleza. Ya lo aconsejaba Machado:
“¡Abejas, cantores,/no a la miel, sino a las flores!”. Y no obstante,
reconocemos en sus breves poemas ecos de Virgilio, Hesíodo y Cicerón, junto a
los de fray Luis de León, Francisco de Aldana, Góngora, Antonio Machado, César
Simón o Spriu.
Son sus poemas sobrios, descriptivos y poderosamente
evocadores. De tono grave, abordan tópicos como el tempus fugit, el amor o la muerte; y asuntos
mucho más inmediatos como la pobreza o la migración.
Nadie vendrá entronca con una poesía reivindicativa de la contención,
de la humildad y del amor hacia la naturaleza que también encontramos en:
Sin ir más lejos, de
Fermín Herrero (“Premio Jaén”, 2016); Mineral y luz, de José Antonio Fernández Sánchez
(“Premio Alegría”, 2017); Ars Nesciendi, de Jorge Riechmann (Amargord, 2018) o El jardín
de Gulbenkian, de
Juan Antonio González Iglesias (“Premio Gil de Biedma”, 2019).
La edición de Reino de Cordelia es una maravilla. Para
tenerla en casa.
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Enhorabuena por el blog.
Saludos.