Y de pronto Rimbaud, Jesús Munárriz. Sevilla, Renacimiento. 2019. 116
páginas.
En 1965 comenzaron las protestas
estudiantiles españolas contra la dictadura fascista que comandaba el general
Francisco Franco. El detonante se produjo el 25 de febrero, cuando el gobierno
prohibió la celebración de un ciclo de conferencias sobr la paz en la facultad
de Filosofía y Letras de Madrid y la policía detuvo a varios catedráticos
acusados de presidir manifestaciones e incitar al desorden en asambleas. Por
aquel entonces, el poeta, editor y traductor Jesús Munárriz Peralta tenía 25
años y ya había puesto en marcha la Editorial Ciencia Nueva, junto a otros once
coordinadores. Aquella iniciativa tuvo por objetivo la publicación de obras de
contenido “político e ideología disidente con los postulados tradicionales del
Régimen” (Francisco Rojas Claros, Universidad de Alicante, 2005), con
independencia de su género literario. El 24 de enero de 1969, tras cuatro años
de protestas y de reivindicaciones sociales exigidas por los universitarios, el
gobierno anunció la imposición del estado de excepción. Al poco tiempo inclucía
a la Editorial Ciencia Nueva en las listas negras del Ministerio de Información
y ordenaba su cierre, pues era “una amenaza” (Rojas Claros).
Jesús Munárriz se
asomaba a los 30. Él mismo relata el sentido de aquella experiencia editorial:
“fue un intento de abrir brecha, incordiar al régimen, hacer lo que no se podía
hacer, ensanchar las grietas que veíamos que existían y ver si podíamos
reformar y forzar un poco la cosa. Y supongo que algo hicimos”. Un lustro
después fundaba la mítica Hiperión. Tenía entonce 35 años. La edad límite, por
cierto, de su afamado premio literario.
Medio siglo más tarde Madrid
estaba de nuevo en las calles, esta vez para protestar por los despidos masivos
en dos servicios públicos fundamentales: Educación y Sanidad. El movimiento
asambleario 15M venía de liderar las mareas
verde y blanca y su marca política, Podemos, acababa de conquistar cinco escaños en el parlamento
europeo, con sede en Estrasburgo. Jesús Munárriz tenía entonces 75 años. Forma
parte de esa generación de jóvenes universitarios que lucharon contra la
dictadura franquista en los años 60 y que han visto como los logros por los que
arriesgaron su juventud están desapareciendo en la nueva centuria. En frente ya
no están los militares, sino los mercados financieros y la clase política
conservadora, a cuya derecha crece en número de votos una fuerza fascista en
imparable ascenso.
No me imagino el terror de
aquellos estudiantes, la pena de aquellas universitarias que están asistiendo
al derrumbe de sus sueños de libertad y de progreso; y que contemplan,
impotentes, cómo sus nietos tienen que emigrar a otros países en busca de un
futuro que aquí no encuentran.
Para que entendamos esa
frustración generacional, compatible con el activismo optimista, Jesús Munárriz
ha publicado un par de libros de poemas en el último lustro: Los ritmos
rojos del siglo en que nací. Un cuento triste (Hiperión,
2017) e Y de pronto Rimbaud (Renacimiento,
2019).
Pero Jesús no solo denuncia la
situación de España. Nuestra crisis sociopolítica es reflejo de la económica,
que a su vez lo es tanto de la energética como de la climática, de escala
mundial.
Así y todo, Los ritmos rojos se centra más en el macrocontexto terráqueo:
Un planeta agobiado
por la metástasis
superpoblacional,
enfermo por la contaminación,
recalentado por el cambio
climático,
desgarrado en sistemas
contrapuestos,
en religiones enfrentadas,
perpetuamente en guerra,
con suficientes armas nucleares
para autoinmolarse.
Mientras que Y de pronto
Rimbaud orbita, mayoritariamente, sobre el
microcontexto nacional.
En sus composiciones encontramos
desde una distopía irónica sobre el método de elección de nuestros dirigentes
(“Sirva la Lotería Nacional/para asignar escaños/…/Trescientos diputados al azar/…/seguro que nos saben gobernar/mejor que los
actuales”), en la línea del relato futurista Sufragio universal (Isaac Asimov), a la necesidad de un referéndum sobre
la monarquía española, pasando por una dura denuncia de la hipocresía de los
representantes políticos y un aviso para navegantes (“Ahora tenemos datos
fehacientes/de cómo son. Y son tal como suponíamos,/muy vistosos por fuera y
canallas por dentro./Ya estamos avisados;/si vuelven a engañarnos/¿de quién
será la culpa”), por una desasosegante crítica de la falta de empatía
generalizada hacia las mujeres y hombres que sufren en el mundo (“le desespera/que el dolor y la
muerte/se queden en noticias,/que todo siga igual, como si nada/nos afectará lo
que está pasando”), o por la expresión de un deseo: que las nuevas generaciones
tomen el testigo de la lucha por los intereses de todos (“nos han pasado/ por
la trituradora. Ojalá los más jóvenes,/aún sin machacar,/desmonten algo del
tinglado este./Ojalá sean capaces”).
Quizás para compensar el
pesimismo de sus poemas, Jesús Munárriz rinde homenaje a distintos poetas a los
que admira (Andrés Fernández de Andrada, José Espronceda, Valle-Inclán, Manolo
Altolaguirre, Miguel Hernández, Paul Celan), dedica un emotivo recuerdo a su
propia madre, o nos invita al goce de la existencia.
Toda una lección civil y poética
la que ofrece Jesús en su poemario. Con casi 80 años, y con su estilo
característico (coloquial, irónico, incisivo), no tira la toalla. Es la suya
una vida consagrada a la literatura y a la defensa de la vida decente,
comprometida con los valores democráticos y beligerante con el autoritarismo.
Quién le iba a decir a aquel universitario que fantaseaba con transformar
España a golpe de catálogo, allá por 1965, que en 2020 sus versos serían tan
iluminadores y necesarios como el sueño que entonces proyectaba; y que acabó
alcanzando.
Por cierto, en 2019 también publicó un hermoso libro de haikus, Escaramujos, en otra editorial de solera: Pre-Textos. Dejo AQUÍ mi reseña.
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