miércoles, 6 de marzo de 2019

Las cosas como fueron. Poesía completa 1964-2017


Las cosas como fueron. Poesía completa. 1964-2017, de Eloy Sánchez Rosillo. TusQuets, Barcelona, 2018. 768 páginas.


Afirma Antonio Colinas en su ensayo El sentido primero de la palabra poética que la poesía revela. “Aparece así –nos dice– la poesía como una vía de conocimiento”. Eloy Sánchez Rosillo comparte dicha opinión, tal y como demuestran los siguientes versos de su libro Sueño del origen:

“Sé muy bien
que no fui yo quien hizo los poemas
que en mis libros figuran. Fueron ellos
los que a mí me crearon, los que han ido
poco a poco tejiendo el nombre que me nombra,
la identidad que tengo.” 

(Del poema Con un gran trecho del camino andado.)

    Ya José Ángel Valente se planteaba en los años 50 que la lírica fuese un medio de averiguación personal, de indagación en el enigma de la propia existencia. Esta exploración era simultánea al momento de escritura. Por medio de la intuición el poeta podía dar consigo. Antonio Machado lo vaticinaba en Soledades, galerías y otros poemas: “El alma del poeta/ se orienta hacia el misterio”. 
    ¿Y cómo logra Eloy Sánchez Rosillo caer en la cuenta de quién es? ¿Por medio de qué simbolos? ¿Cuál es su estética?
    Siguiendo la estela del maestro Machado, él mismo afirma que su trabajo literario ha consistido en “encontrar las palabras verdaderas”. Es decir, es la suya una poética del lenguaje claro, de la sintaxis sencilla, del ritmo cadencioso y de pocos símbolos pero muy recurrentes (la luz, el sol, el verano, el relámpago, la luna, la noche o el invierno).  
    En su obra se distinguen dos etapas. Rosillo las resume así: “Supe de la añoranza y el lamento./ Ahora celebro y canto”. La primera, pues, es de tono elegíaco. Abarca los libros: Maneras de estar solo (1978), Páginas de un diario (1981), Elegías (1984), Autorretratos (1989) y La vida (1996). La segunda, en cambio, supone una celebración del existir, y la integran las obras: La certeza (2005), Oír la luz (2008), Sueño del origen (2011), Antes del nombre (2013) y Quién lo diría (2015). 
   No obstante esta clasificación (refrendada por críticos de la talla de José Luis Morante, autor de la antología Hilo de oro, 1974-2011), vemos en las profundidades de estos libros varios caudales de aguas subterráneas que nos permiten realizar matices.
     Un primer torrente une los libros publicados antes de los 35 años. En algo más de un lustro (del 78 al 84), Rosillo lanzó tres publicaciones de tono melancólico donde son reconocibles las voces de Bécquer, Unamuno, Cernuda o Biedma. Hablamos de una etapa juvenil. Ya se vislumbra en su obra un estilo, pero las deudas contraídas con la tradición todavía son claras. Sin embargo, será a partir de la década siguiente, ya entrado en los 40, cuando Rosillo experimente con el uso de diferentes técnicas para abordar su tema principal, que no es otro, que el transcurso del tiempo. Así, a veces recurrirá al motivo del doppel (en El sueño, donde el hombre y el niño que fue convergen en una madrugada), o juega con la línea del tiempo, ya sea mediante el flash back (en Celebración, poema que, además, adelanta el espíritu hímnico del autor: “Miro/con emoción y con sorpresa cómo/la realidad canta y florece/ […] me sumo/ rendidamente a la celebración/ de este suceso”), o por medio una violenta aceleración de los acontecimientos gracias al resumen, la elipsis y a la prolepsis, que a veces rematará el poema (tal y como ocurre en un texto extraordinario, quizás el mejor de Rosillo: La playa; y en Tiempo), mientras que en otras ocasiones tras la anticipación, el poema regresará al momento presente para exprimir lo que queda de vida, cerrando una estructura circular (en otro poema maravilloso, Ubi sunt?). Por esta senda, más atenuada, se adentra el segundo libro de este periodo, La vida. El poeta tiene 48 años. Serán ahora las antítesis y contrastes los que evocarán el paso inexorable de las horas (“A la vez respiramos la luz y la ceniza”, en Principio y fin). El autor reconoce: “Me he perdido en el tiempo”. En el ahora todo es simultáneo. Lo escribía Rilke en las Elegías del Duino. No de otra cosa hablo yo en Apátrida y Helio. Y Quevedo, claro, que anda detrás de cada uno. En estos dos últimos libros pasamos de la melancolía inicial de juventud al reino de la angustia.
Habrían de pasar nueve años hasta que Eloy Sánchez Rosillo diese a imprenta una nueva criatura. Tiene 57 años cuando gana el Premio Nacional de la Crítica por La certeza. Estamos en 2005. En las últimas dos décadas sólo había publicado tres obras. Y desde entonces, ha ido sacándolas de modo regular cada dos o tres años (2008, 2011, 2013, 2015). Lo que supone una prueba más de que la poesía no es un “género absoluto de juventud”, que dice Antonio Lucas y sostienen otros, sino que se encuentra en los “espíritus más elevados” con independencia de su edad (a los 51 firmó Góngora su Polifemo; y a los 61 Milton el Lost Paradise). En esta etapa final, un Rosillo entusiasta y en paz consigo mismo busca y encuentra la plenitud en las cosas sencillas (“Sucede la hermosura en cualquier parte/si estás atento y miras”, del libro Sueño del origen), y para hallarla recoge sus sentidos como un místico –en la línea, por otra parte, de César Simón–:

“Oigo también mi respirar; y casi,
con extrañeza grande de estar vivo,
mi propio corazón. Cuánto misterio
surge si suspendemos totalmente
cualquier actividad.” (De Invierno.)

“Y yo que iba deprisa, me detengo,
y me quedo mirando cada cosa,
sintiéndola, escuchándola.” (De En la profunda calma.)


    Así, la naturaleza cobra un enorme protagonismo. Rosillo celebra la lluvia, los naranjos, la playa, las golondrinas, el mirlo… Reivindicando un regreso de la humanidad a su entorno primero, arcádico. Este magisterio ha dejado su huella en poetas más jóvenes, como Andrés García Cerdán, que le dedica un poema en su libro Barbarie.
    La obra del poeta murciano apenas la integran diez poemarios. Pero es la suya una trayectoria consolidada. Si bien es verdad que hay motivos que se repiten y símbolos reiterados hasta la extenuación, lo cierto es que en algunos poemas equilibra la emoción y la reflexión de manera brillante. Imposible no identificarse con ellos, y vibrar con el pulso de su autor.


Esta reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit. 

 

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