Las cosas como fueron. Poesía
completa. 1964-2017, de Eloy Sánchez
Rosillo. TusQuets, Barcelona, 2018. 768 páginas.
Afirma Antonio Colinas en su
ensayo El sentido primero de la palabra poética que la poesía revela. “Aparece
así –nos dice– la poesía como una vía de conocimiento”. Eloy Sánchez Rosillo
comparte dicha opinión, tal y como demuestran los siguientes versos de su libro
Sueño del origen:
“Sé muy bien
que no fui yo quien hizo los
poemas
que en mis libros figuran. Fueron
ellos
los que a mí me crearon, los que
han ido
poco a poco tejiendo el nombre
que me nombra,
la identidad que tengo.”
(Del
poema Con un gran trecho del camino andado.)
Ya José Ángel Valente se
planteaba en los años 50 que la lírica fuese un medio de averiguación personal,
de indagación en el enigma de la propia existencia. Esta exploración era
simultánea al momento de escritura. Por medio de la intuición el poeta podía
dar consigo. Antonio Machado lo vaticinaba en Soledades, galerías y otros
poemas: “El alma del poeta/ se orienta hacia
el misterio”.
¿Y cómo logra Eloy Sánchez
Rosillo caer en la cuenta de quién es?
¿Por medio de qué simbolos? ¿Cuál es su estética?
Siguiendo la estela del maestro
Machado, él mismo afirma que su trabajo literario ha consistido en “encontrar
las palabras verdaderas”. Es decir, es la suya una poética del lenguaje claro,
de la sintaxis sencilla, del ritmo cadencioso y de pocos símbolos pero muy
recurrentes (la luz, el sol, el verano,
el relámpago, la luna, la noche o
el invierno).
En su obra se distinguen dos
etapas. Rosillo las resume así: “Supe de la añoranza y el lamento./ Ahora
celebro y canto”. La primera, pues, es de tono elegíaco. Abarca los libros: Maneras
de estar solo (1978), Páginas de
un diario (1981), Elegías (1984), Autorretratos (1989) y La vida (1996). La segunda, en cambio, supone una celebración
del existir, y la integran las obras: La certeza (2005), Oír la luz (2008), Sueño del origen (2011), Antes del nombre (2013) y Quién lo diría (2015).
No obstante esta clasificación
(refrendada por críticos de la talla de José Luis Morante, autor de la
antología Hilo de oro, 1974-2011), vemos
en las profundidades de estos libros varios caudales de aguas subterráneas que
nos permiten realizar matices.
Un primer torrente une los libros
publicados antes de los 35 años. En algo más de un lustro (del 78 al 84),
Rosillo lanzó tres publicaciones de tono melancólico donde son reconocibles las
voces de Bécquer, Unamuno, Cernuda o Biedma. Hablamos de una etapa juvenil. Ya
se vislumbra en su obra un estilo, pero las deudas contraídas con la tradición
todavía son claras. Sin embargo, será a partir de la década siguiente, ya
entrado en los 40, cuando Rosillo experimente con el uso de diferentes técnicas
para abordar su tema principal, que no es otro, que el transcurso del tiempo.
Así, a veces recurrirá al motivo del doppel (en El sueño, donde el
hombre y el niño que fue convergen en una madrugada), o juega con la línea del
tiempo, ya sea mediante el flash back (en Celebración, poema
que, además, adelanta el espíritu hímnico del autor: “Miro/con emoción y con
sorpresa cómo/la realidad canta y florece/ […] me sumo/ rendidamente a la
celebración/ de este suceso”), o por medio una violenta aceleración de los
acontecimientos gracias al resumen, la elipsis y a la prolepsis, que a veces
rematará el poema (tal y como ocurre en un texto extraordinario, quizás el
mejor de Rosillo: La playa; y en Tiempo), mientras que en otras ocasiones tras la
anticipación, el poema regresará al momento presente para exprimir lo que queda
de vida, cerrando una estructura circular (en otro poema maravilloso, Ubi
sunt?). Por esta senda, más atenuada, se
adentra el segundo libro de este periodo, La vida. El poeta tiene 48 años. Serán ahora las antítesis y
contrastes los que evocarán el paso inexorable de las horas (“A la vez
respiramos la luz y la ceniza”, en Principio y fin). El autor reconoce: “Me he perdido en el tiempo”. En
el ahora todo es simultáneo. Lo
escribía Rilke en las Elegías del Duino. No de otra cosa hablo yo en Apátrida y Helio. Y
Quevedo, claro, que anda detrás de cada uno. En estos dos últimos libros
pasamos de la melancolía inicial de juventud al reino de la angustia.
Habrían de pasar nueve años hasta
que Eloy Sánchez Rosillo diese a imprenta una nueva criatura. Tiene 57 años
cuando gana el Premio Nacional de la Crítica por La certeza. Estamos en 2005. En las últimas dos décadas sólo
había publicado tres obras. Y desde entonces, ha ido sacándolas de modo regular
cada dos o tres años (2008, 2011, 2013, 2015). Lo que supone una prueba más de
que la poesía no es un “género absoluto de juventud”, que dice Antonio Lucas y
sostienen otros, sino que se encuentra en los “espíritus más elevados” con
independencia de su edad (a los 51 firmó Góngora su Polifemo; y a los 61 Milton el Lost Paradise). En esta etapa final, un Rosillo entusiasta y en
paz consigo mismo busca y encuentra la plenitud en las cosas sencillas (“Sucede
la hermosura en cualquier parte/si estás atento y miras”, del libro Sueño
del origen), y para hallarla recoge sus
sentidos como un místico –en la línea, por otra parte, de César Simón–:
“Oigo también mi respirar; y
casi,
con extrañeza grande de estar
vivo,
mi propio corazón. Cuánto
misterio
surge si suspendemos totalmente
cualquier actividad.” (De Invierno.)
“Y yo que iba deprisa, me
detengo,
y me quedo mirando cada cosa,
sintiéndola, escuchándola.” (De En
la profunda calma.)
Así, la naturaleza cobra un
enorme protagonismo. Rosillo celebra la lluvia, los naranjos, la playa, las golondrinas, el mirlo… Reivindicando un regreso de la humanidad a su entorno primero,
arcádico. Este magisterio ha dejado su huella en poetas más jóvenes, como Andrés
García Cerdán, que le dedica un poema en su libro Barbarie.
La obra del poeta murciano apenas
la integran diez poemarios. Pero es la suya una trayectoria consolidada. Si
bien es verdad que hay motivos que se repiten y símbolos reiterados hasta la
extenuación, lo cierto es que en algunos poemas equilibra la emoción y la reflexión de manera brillante. Imposible no
identificarse con ellos, y vibrar con el pulso de su autor.
Esta reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit.
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