Tacha, Francisco José Martínez Morán. Sevilla. Renacimiento.
2018. 84 páginas.
El nuevo poemario de Francisco
José Martínez Morán (1981) comparte algunos rasgos con sus trabajos anteriores:
obra de tono menor, humilde y confidencial, trata asuntos morales (el tempus
fugit, la memoria, la muerte, la futilidad
de la existencia, el desengaño) con un estilo sentencioso, accesible y cercano.
El poeta complutense es un maestro de las composiciones cortas, que remata de
manera impecable. No obstante, con Tacha se adentra en un motivo temático nuevo: el metaliterario. Si en Obligación
(Polibea, 2013) tan sólo leíamos un texto
que tratara este asunto (Y seguir escribiendo: “He seguido escribiendo cada día,/ como quien rompe
el mundo entre los dedos/ y derrama su pulpa sobre nieve”), comprobamos que su
última criatura es, ante todo, un
homenaje a la propia poesía, así como una parada que el autor se impone para
reflexionar acerca de su creación. Cada libro publicado por Francisco ha salido
con un año de retraso sobre el anterior. Los intervalos entre ellos cada vez
son más largos. En esta tesitura, el poeta se detiene a contemplar su obra, que
siente hueca, vana, caduca, imprecisa e inútil. Ya conocíamos
el pesimismo del sujeto que enuncia en sus poemas, que ahora se cuestiona si
proseguir o no juntando letras:
“por quién me esfuerzo y velo,
si todo se amontona
en el interminable
prólogo de un vacío”
(del sobrecogedor Comunicarse).
En esta agónica incertidumbre,
Morán ha realizado breves homenajes a algunos de sus poetas de cabecera: Lope,
Manrique, Cervantes, Espriu, Otero, Cuenca o Keats. Al juego intertextual de
citas y alusiones une el autor el ensayo de un género específico: la canción,
que reelabora de modo personal. Da la impresión de que Francisco está buscando
nuevos bríos, y que trata de coger impulso indagando en la tradición. De ahí
que se exija un límite, que cerque su expresión con el imperativo tacha
(borra, destruye). Porque no todo vale en
poesía, pese a que vivamos en un tiempo en que parezca relucir todo lo
contrario. Señala Debicki que la verdadera lírica reflexiona
sobre su tejido y su alma. Francisco José, como Unamuno, se interroga por el objeto del Arte si la vida
carece de sentido (pues es la “nada entre nada y nada”). Igual una manera de
saturarla de significado sea salirse del yo y avanzar hacia el tú o el mundo.
Pero es esta una impresión mía que, tal vez, no comparta el autor. Con todo, se
vislumbra en Tacha un intento por mirar hacia fuera, en clave
simbólica. Así vemos vencejos, yeguas y
gaviotas hinchados de connotaciones semánticas, de emociones con las que
vibramos todos (como quería el bueno de Antonio Machado):
angustia por la caducidad, tesón frente a la adversidad y frustración de
expectativas. ¿Por qué rumbo se decantará Francisco, superada esta crisis
introspectivo-creativa? Ya estamos deseando una nueva entrega de sus sutiles,
hondos y lacerantes versos para salir de dudas.
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