jueves, 26 de julio de 2018

Poema al padre


 
No supimos de ti más que la vida
a tu lado era siempre una gran fiesta.

Sacabas tu paleta y con los óleos
que dormían en ella nos pintabas
los colores que habrían de envolvernos
con su manto de luz.

                                    Eso bastaba.

Y no tuvimos miedo a la partida.

Dejamos nuestra casa años después
de su abrazo desnudo,
por encontrar en ti
la parte que te toca
del conjunto que somos,
la respuesta acertada
a los interrogantes
de nuestra edad en brumas.

Pero el fuego que vimos en la noche
no era un leño cortado que prendía
para darnos calor, era un incendio.

Apenas convivimos como extraños
durante el tiempo aquel.

Pasaste largas horas con nosotros
en torno de una mesa
en que abundaban todos los manjares,
hablando del trabajo, pero nunca
de las cosas que importan: del torrente
de peces de colores y de lodo
que arrastraba el caudal de nuestra infancia.

Al poco comprendimos que ese padre
que nos puso delante de los ojos
la realidad idílica que sueña
un niño a cada instante hasta ser hombre

(Los torneos de justas en la arena
de un castillo gigante frente al mar,
esas dulces muchachas que entre tiros
bailaban el cancán en un salón.
           ¿Recuerdas?)

no volvería nunca.

Del fuego sólo quedan ya las brasas
que enrojecen el bosque.

La lluvia es la promesa de un futuro que aguarda
con su tela de lienzo por pintar.



(De Apátrida. Hiperión, 2005)

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