El cazador, Mario Míguez. Pre-Textos. Valencia. 76 páginas. 10
euros. 2008.
Una de las novelas más brillantes
que diera el Grupo del 98 fue, sin duda, Los trabajos del infatigable
creador Pío Cid, firmada por Ángel Ganivet
(1897). Se trata de un libro clásico, en el sentido de que sus páginas aún
tienen mucho que decirnos a los españoles del siglo XXI. Obra política, y de
plena actualidad, encontramos además pasajes interesantísimos sobre otros
asuntos, como este del Trabajo tercero, donde define qué es ser poeta: “Poetas son los hombres capaces de ver
las cosas con amor”. El novelista distingue a “los versificadores de oficio” de
los verdaderos creadores, que son las mujeres y hombres que “se sirven de todos
los medios humanos de expresión, entre los que la acción ocupa quizás más alto
lugar que las formas artísticas más conocidas: las palabras, los sonidos, los
colores”. El poeta nunca permanece ensimismado en su obra, absorto en sus
cuartillas, encerrado en su estudio de trabajo, sino que encarna la poesía
cuando obra con generosidad. Es la poesía cuando cumple la máxima que años más tarde defendería otro ilustre
granadino, Federico García Lorca:
“El poeta ha de abrirse las venas por los demás”. Los artistas, en suma, no son
esas personas egocéntricas, envidiosas, vanidosas que componen sus textos o sus
piezas dando la espalda al mundo, sino que se entregan a él para ayudar al
prójimo. Sus grandes creaciones no están escritas sobre pentagramas, ni
pintadas en lienzos, ni archivadas en un documento de word, sino que son sus
actos. Mejores que sus libros, sinfonías y pinturas son sus nobles acciones
para mejorar su entorno o para transformar el mundo. Su amor les hace ver lo
espiritual que flota, las conexiones que el resto de los mortales no alcanza.
Ese don amoroso mide la calidad de cada una de sus obras. Así lo expresa
Ganivet: “como hay quien ama poco y quien ama mucho, hay pequeños y grandes
artistas”. A este grupo, precisamente, pertenece el poeta Mario Míguez, una voz
que acabamos de perder con apenas 55 años y tres libros de poemas publicados.
Una voz solidaria, perteneciente a un hombre comprometido con su pluma y con su
cuerpo. Un artista inundado de amor, original, reconocible, libre de las
imposiciones del marcado, y por tanto, en palabras del músico Gidon Kremer:
“una joya, no bisutería”.
El cazador (2008) es su tercer poemario. Aquí, el autor
reelabora conceptos cristianos como el recogimiento, la quietud o el amor,
necesarios no ya sólo para gozar de una vida plena, sino para embellecer el
mundo. Libro luminoso, exhorta a los lectores a no buscarse fuera de sí mismos,
sino dentro de ellos; a no poner su descanso en las cosas caducas, materiales,
sino en la dimensión trascendente a la que conduce una vida amorosa (solidaria
y fraterna). Ejemplo de esa dedicación al prójimo, sobresale el extraordinario
poema Care pater:
Duerme tranquilo, padre, estoy
despierto.
Tu mano está en mi mano, como
estuvo
la mía entre las tuyas, cuando
niño,
y nunca he de soltarla mientras
vivas. […]
yerran
aquellos que me dicen que a tu
lado
yo destruyo mi vida, que la
pierdo […]
y al escucharlo me es inevitable
sentir asco del tiempo en que
vivimos:
me parece tan triste y repugnante
que esa noble palabra, sacrificio,
les sea incomprensible a casi
todos…
No es extraño; ya apenas nadie
sabe
qué cosa es el amor…
Muchos son los ecos áureos del
libro. A los erasmistas (fe viva) y
franciscanos (recogimiento, muerte en vida), añadamos la impronta del capitán
Andrés Fernández de Andrada, cuya Epístola moral a Fabio sobrevuela en estos versos:
Y fue quien me explicó qué es lo
importante:
que no basta tener conocimiento,
saber qué es la bondad o la
nobleza,
que hay que intentar vivirlas,
encarnarlas.
No eran sólo palabras: eran
hechos.
En los tiempos que vivimos, de
empobrecimiento espiritual, manipulación mediática, corrupción política,
aumento de la pobreza y destrucción de los servicios públicos, no es mala idea
recuperar una filosofía vital fundamentada en el amor, la reflexión y la ayuda
recíproca. Mario Míguez nos ha dejado un legado precioso. Y a los artistas, en
concreto, nos ha confiado una misión ineludible: sumar al compromiso estético
un deber ético-civil. Seamos custodios de esa luz.
Esta reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit el pasado 5 de abril.
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