domingo, 8 de enero de 2017

José Ignacio Montoto, In memoriam



 
El 28 de abril del 2011 tuve el honor de presentar el nuevo poemario de Nacho Montoto, Superávit, en la librería La independiente. Aquella fue la primera vez que nos vimos. Nuestra amistad, desde entonces, fue creciendo al ritmo de nuestra complicidad y de nuestros proyectos comunes.

Este es el texto que escribí para la ocasión:

En el año 2005, de la mano de los ilustradores y poetas Antonio García Villarán y Nuria Mezquita, nació una editorial independiente que poco a poco, a golpe de catálogo, se está abriendo un camino por la selva de la industria del libro: Cangrejo pistolero. En su nómina de autores los hay ya conocidos por sus incursiones en varios géneros literarios (Sofía Rhei, Gracia Iglesias, Luna Miguel). E incluso alguno ha publicado con ellos más de un libro. Este es el caso de Nacho Montoto, autor del poemario reversible Espacios insostenibles/ Mi memoria es un tobogán (2008), de la novela Binarios (Sim Libros, 2009) y de Superávit.

Los poetas son conscientes del destierro de la Arcadia, de la pérdida de la Edad de Oro. Tratan de señalar con sus obras el conjunto de lacras del mundo en que se encuentran. Carecen de un locus amoenus. No creen en la existencia de lugares apacibles. Viven traspasados por la soledad, la incomunicación y el desarraigo. Y precisamente para eso escriben, para denunciar y modificar el estado de las cosas.

Con todas estas piezas Montoto ha armado una obra sobre el amor, la indiferencia y el derrumbe de puentes entre dos amantes.

El sujeto lírico del libro entabla un diálogo virtual con una interlocutora pasiva. La receptora de los poemas es un ente callado del discurso. No asume la palabra. Ni siquiera está claro que los pronombres designen la existencia de su realidad fuera del texto. Es un fantasma que habita en el recuerdo, una imagen que deambula por los pasadizos de los poemas, que arrastra su memoria por los túneles de los fragmentos en prosa. El formato del libro, su diálogo diferido con al destinataria del mensaje, es un intento de comunicación igual de contraproducente que el ensayo a través del móvil o del portátil. Así, leemos en Ilustraciones coherentes (VII): “Escribir tu nombre sobre una pantalla táctil. Deslizar mis dedos sobre una superficie plana que contiene tu nombre. No, no es tu nombre, son sólo letras agrupadas en el interior de una minúscula pantalla de 3,2 que intenta imitar el brillo de tus ojos”, o en Ilustraciones coherentes (VIII): “Besarte tras la ventana […] Pasar las horas muertas esperando que aparezcas tras esta falsa cristalera”. El uso de la tecnología no garantiza la comunicación. Internet conecta a las personas con el mundo, pero no necesariamente con el entorno inmediato. En los textos de Montoto, el sujeto que enuncia, pese al uso de los nuevos soportes para el envío de textos, vive en un aislamiento emocional, porque no hay intercambio de información. Su soledad es la nuestra, es una soledad contemporánea, la del hombre y la mujer del siglo XXI, una soledad demasiado hiriente porque nunca el vacío ha estado lleno de tantas posibilidades.

Los símbolos del libro (la “intemperie”, la “deriva”, las “enanas marrones”) remiten a la frustración de las expectativas afectivas de la voz que habla en los poemas. De algún modo, Superávit es el reverso del cuadro El grito, de Munch. El personaje pictórico lanza un alarido triste y repleto de angustia que los espectadores no escuchamos. La pincelada es gruesa y su trazo es enérgico. El personaje literario, en cambio, dice estar rodeado de silencio, pero el silencio contiene palabras que oímos. El modo oracional de muchos textos es interrogativo, dubitativo… Es decir, Nacho Montoto expresa el vacío con la sensibilidad de su época. Su criatura de ficción acepta el cambio, la inseguridad de los conceptos, como partes ineludibles del hecho de estar vivo (“Es la vida –define– una bomba inofensiva. Quizá la broma fallida de un payaso”, del texto Ilustraciones coherentes (V). Y ahí estriba su actualidad: igual que nosotros, hace equilibrios encima de una ola, porque las cosas nunca permanecen.

En mayo de 2013 publicaba en El rompehielos la reseña de su último libro de poemas, Tras la luz, publicado por La Garúa. Este nuevo libro viene firmado por el nombre completo del poeta, que se despega así de su obra anterior. El salto cualitativo es tan grande que hizo muy bien en simbolizar esa zanja divisoria. Como en el caso anterior, Nacho confió en mí para presentarlo, esta vez, en La Marabunta (16 de mayo de 2013)

Dejo aquí mi reseña del libro:

La primera etapa creativa de José Ignacio Montoto puede catalogarse de figurativa, a ella pertenece, entre otros, Superávit  (El cangrejo pistolero, 2010). En esta obra predomina el discurso intimista, el texto en prosa, la interlocución con una destinataria pasiva, la alusión a las nuevas tecnologías para mantener relaciones sociales y el tema amoroso. Su estilo es narrativo, directo, a veces incluso demasiado coloquial. Con su nuevo poemario, Tras la luz (La Garúa, 2013), inaugura una segunda etapa de mayor altura poética, de la que habrá que estar pendientes. Sus textos han ganado en plasticidad y en poder de seducción. Montoto se despoja del yo, del desahogo sentimental y cede la palabra a un narrador en tercera persona que fija su mirada en el mundo. Nada escapa a su espíritu curioso. Con pequeñas pinceladas va dibujando escenas muy evocadoras. Los protagonistas de estos poemas enigmáticos son niños, amantes o girones de entornos urbanos o naturales. Montoto multiplica sus registros. Tan pronto nos revela una voz delicada como hiriente. También aumentan los efectos psicológicos que producen sus textos: nos transmiten angustia, vacío, soledad, inocencia, protección o inquietud.     

    El libro se articula en cuatro partes: Refracción remite a un cambio de rumbo, a la negación de expectativas (existenciales, afectivas). Propagación se centra en el progresivo deterioro de una relación. Del sexo pasamos a la pérdida de interés. Asistimos a un avance en línea recta hacia la frustración y la ruptura amorosa. Interferencia nos habla de perturbaciones producidas por recuerdos e imágenes. Reflexión coloca al sujeto lírico delante de un espejo que lo devuelve a los días de infancia y lo empuja al abismo de su desaparición.

Destacan en la obra un conjunto de textos muy potentes (“busca un rincón y encuentra”, “cero absoluto”, “niños que dibujan un sol”, “no sé si es circunstancial el lazo que nos une” y “un mar de cráneos aplastados”), situados –acertadamente– en los principios o finales de las secciones, lo que genera ritmo e intensidad. 

Poemario coherente, hondo, conciso y ambicioso, Tras la luz merece la atención de los lectores. Se trata de una obra escrita con mimo, en la que Montoto ha asumido el riesgo de transformar su voz, de reiventarse. Su valentía ha vencido a la inseguridad. Ha luchado por ser el autor que deseaba. Su inconformismo nos ha dejado un libro que no elude el dolor. Seguro que se trata del prólogo de muchas obras más llenas de vida y de belleza.

El mejor poemario de Nacho es, sin lugar a dudas, La cuerda rota (Renacimiento, 2014). Tuve la suerte de leerlo de primera mano, antes de que ganase el Premio Andalucía Joven. Esta obra constituye una vuelta de tuerca en su obra lírica. Es su poemario más bello y original. Ahonda en la plasticidad y en la sugerencia de su libro anterior (Tras la luz), pero se atreve, incluso, a nadar hacia otros horizontes. Las continuas alusiones poéticas, pictóricas y bíblicas aumentan la capacidad connotativa de los textos, los revisten de nuevos significados. La elección del versículo también fomenta el diálogo con la tradición lírica francesa (los poetas malditos) y con las Sagradas Escrituras. El ritmo y las imágenes dotan al libro de un aura legendaria, mítica, que seduce a los lectores. José Ignacio Montoto ha explorado con acierto, sutileza y sensibilidad el corazón de la mujer. Este es un acierto de la obra. Supone un gran ejercicio, por su parte, de identificación y de empatía. Con él, su voz se agranda y demuestra que no conoce límites. Algunos de los poemas son auténticas joyas. Vanilla sky, Hilos y huesos o Espejos y mariposas merecen entrar en las mejores antologías de la última hornada de poetas. Soberbios. La dulzura y la elegancia con que están escritos no tienen parangón. Todos ellos exportan un modelo de belleza. El libro, de estructura circular, relata una historia (sueño o pesadilla). Los poemas se adentran, progresivamente, en asuntos como el desamor, la nostalgia, el tiempo, la memoria, la muerte, la ruptura, el arraigo (cultural), la melancolía y el destino aciago. De la ternura de los primeros textos se pasa a la perturbación y al misterio de los últimos, pero el tránsito es lírico y sutil. A través de los poemas, el autor reconstruye el espacio interior de una mujer sensible y fuerte. Equilibrada. Moderna. El poemario es una delicia. Por su brevedad y exquisitez podríamos considerarlo toda un delicatessen. Al trasluz de los textos vemos a Virginia Woolf, a nuestros clásicos, a Alejandra Pizarnik… José Ignacio Montoto ha cosido su voz a lo más granado de la literatura universal, y esos ecos lo han dulficicado, lo han robustecido. En La cuerda rota el poeta ha dado rienda suelta a su imaginación, que se ha desbocado. 


VANILLA SKY


El cielo a medio hacer. El cielo: una flor abierta con el sexo a
  la vista.

Una flor en carne viva.

Desde mi ventana intento podar las malas hierbas. Tienen
   forma de nubes, se escapan entre mis dedos, llueven sobre
   mí.

Mientras tanto, observo la bóveda en almíbar.

Una oruga sisea nuestros nombres en la tarde.

Bailan los pájaros en torno a la ropa tendida. Se posan sobre
   mis bragas, las impregnan de vainilla y tierra seca.

Olemos a fruta podrida en este verano tardío. Madura el
   desamor dentro de casa, precipita nuestros labios hacia el
   abismo.

Sé que el corazón es una manzana mordida.

Pero el amor, ¿el amor?

A diferencia de las rémoras, el amor es un parásito que
   poliniza nuestra existencia.

Ansiamos el otoño.

La lluvia traerá consigo nuevas semillas de luz dispersa.
   Germinarán vacíos en mi vientre y durante ese tiempo nada
   sabré de ti.

La ausencia huele a incienso y barro fresco.

Rota nuestra bóveda, mi cuerpo languidece. Apenas
   habitan en mí un par de cicatrices abiertas de las que
   brotan pequeñas luciérnagas con cara de niño.

Es un sueño, nuestra vida.

Lo que queda.

Manchas de tierra seca en mis viejas ropas, floribundas tardes
   de vainilla. 
 

La trayectoria lírica de José Ignacio Montoto era ascendente e imparable. La cuerda rota es un libro extraordinario que dio al poeta la proyección que tanto merecía y por la que tanto luchaba, verso a verso, libro a libro. Su repentina muerte esta mañana, con tan sólo 37 años, ha detenido una voz que volaba en trayectoria única, cada vez más alto.





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