Hasier Larretxea, De un nuevo paisaje. Stendhal Books. 2016. 150
páginas. 18 euros
Hasier Larretxea se dio a conocer en todo el territorio nacional
con el poemario bilingüe Azken bala/La última bala (Point de lunettes, Sevilla,
2008), donde el poeta navarro (Arraioz, 1982) aborda sin tapujos y hasta con
ironía el tema de la violencia terrorista, lo que suponía una auténtica novedad
en el género lírico, al menos, en lengua castellana. Llamó la atención de
inmediato. Personalmente, nunca olvidaré ese libro, porque se abre con una cita
mía, de Napalm (Hiperión, 2001). Fue un honor que mis palabras fuesen el pórtico de
una obra tan valiente, tanto por el ataque –sarcástico– a los integrantes de la
izquierda abertzale, como por el intento de disuadirlos de sus actitudes
violentas por medio de argumentos lógicos o emocionales. Destacan versos como:
“Construyamos un pueblo,/ aunque para ello/ tengamos que destruirlo todo./
Aunque ya no nos quede/ sobre qué construir” (pág. 67).
A este poemario siguió Niebla
fronteriza (El
gaviero, 2015), título de mayor calado y un paso definitivo en la poética del
autor. Hasier localiza los textos en el valle de Baztan, donde pasó la
infancia. Este extenso poemario (120 páginas) inaugura dos temas capitales en la
obra del poeta navarro: el paisaje y la memoria familiar. Ambos constituyen uno
de los pilares de su libro más ambicioso, hondo y logrado: De un nuevo
paisaje (Stendhal
Books, 2016). Pocos autores treinteañeros son capaces de armar un libro de 150
páginas, de publicarlo en una editorial independiente de nueva creación (2014),
de adentrarse en un proyecto con altura de miras y sin pensar en otro premio
que no sea el de la satisfacción por la meta alcanzada, el de la alegría por
haber salido ileso del descenso a la memoria compartida, a las dudas y temores
que asaltan a uno o a la convulsa política internacional. Hasier es un hombre
fiel a sí mismo, le interesa sacar adelante poemas arrancados a la vida, textos
verdaderos donde resuenen la aldea, el bosque, el río, la oveja ahogada; por
más que eso signifique ir a contracorriente.
El libro se divide en cuatro
partes. Paisajes de retorno recupera recuerdos a través de las localizaciones
espaciales. La naturaleza simboliza la muerte (“QUE la oveja se apartó del
rebaño para morir”, pág. 28, uno de los grandes poemas del conjunto) y el
deterioro (“EL transcurso de las estaciones”, pág. 34), entre otros conceptos.
Con un estilo sereno, susurrante, tranquilo, el sujeto lírico describe su mundo con precisión (“Las cruces
que sobresalen/ alrededor del cementerio/ son axfisiadas por la expansión/ de
la maleza y la cobertura del musgo”). No falta la crítica en clave ecológica o
la celebración de la figura del leñador (precioso texto: “HABLA de raíces,
troncos y maderas. Como guía./ Habla dirigiendo sus curtidas manos / hacia el
árbol milenario… Habla desde y para el bosque”.) En Paisajes interiores se produce un movimiento de
repliegue. El arrepentimiento, la culpa, el erotismo, la lucha contra las
convenciones, la búsqueda de la fortaleza interior (“Que nadie se interponga
entre tú y esa visión/ de la claridad”), o el miedo (“Yo también/ pinté desde
preescolar/ el escudo que me protegía/ de los rayos intempestivos,/ de las
espadas de madera/ afiladas a contraluz”), son algunos de los temas que se
tratan ahora. Se alternan los poemas largos con los breves, recurriendo siempre
al verso libre, de metro corto. En un paisaje devastado se abre a la contemplación del
mundo exterior: refugiados, víctimas de genocidios (Sarajevo –Bosnia–, 1993;
Palestina, 2011; Gori –Georgia–, 2008), o fotoperiodistas comprometidos (Gleb
Garanich). El lema ético de la sección queda recogido en los versos: “Portar
sólo la sangre/ que emana/ uno” (pág. 127). Finalmente, Paisajismo se ofrece a modo de compilación
de dieciséis aforismos. La columna vertebral de De un nuevo paisaje, que recorre elementos tan
dispares como lo descritos, la constituye el dolor.
Hasier Larretxea ha escrito
un libro muy completo. Si bien es verdad que la sintaxis de algún poema resulta
farragosa (ya sea por la acumulación de oraciones subordinadas, lo que acaba
dificultando la comprensión, o por la retahíla de sintagmas preposicionales, que
dota a ciertos textos de una estructura monótona), lo cierto es que algunos
poemas son realmente buenos, de los que gusta releer de vez en cuando. Y eso, a
día de hoy, es un lujo para cualquier lector de poesía.
Nota para los editores: un breve apunte bio-bibliográfico
sobre el autor del libro no hubiera estado de más.
Esta reseña ha sido publicada por La Tormenta en un Vaso. Enlace al original, aquí.
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