Los
carros de mi casa
tenían
los retrovisores pegados con silicona
porque
no había dinero para repararlos.
Los
espejos fragmentados
como en
un rompecabezas mal hecho.
Cuando
mirabas por ellos
veías a
conductores ebrios, mujeres golpeadas,
adolescentes
maquillándose,
niños
olvidados en los asientos traseros,
parejas
camino a los moteles o a la iglesia,
asesinos
vestidos de empresarios,
veías
monjas serias que miraban hacia el frente,
al
vecino evangélico gritándole a la esposa,
yerberos
capsuleando, novios recién casados,
ambulancias,
músicos
camino a los conciertos en el anfiteatro,
transacciones
de droga, de armas, de huesos,
veías
plátanos verdes traídos de Dominicana
y piñas
gigantes más dulces que la miel,
veías
volkys de colores,
y los
contabas y poco a poco desaparecieron,
veías
cañas de pescar, tablas de surfear,
las
varetas de madera con las que enmarcaba el padre
y que
los amiguitos de la escuela
llamaban
escopetas,
veías a
los policías
que
querían multarnos por ir rápido, por ir lento,
por ir
con los retrovisores rotos pegados con silicona,
veías la
heroinómana en el semáforo
que se
quedaba pidiendo monedas
cuando
los carros mohosos aceleraban
para
llegar a la casa,
a la
escuela, a la universidad, al trabajo.
Retrovisores
rotos,
movilidad
enmohecida por el salitre
mar por
todas partes, reflejo de fractal en aguacero,
posibilidad
de Yunque, de ave costeña, de yagrumo,
de
flamboyán como hemorragia del camino.
En los
carros mohosos de mi casa
se
hicieron pequeñas revoluciones
amorosas
y escolares,
pronuncié
correctamente la palabra periódico,
conduje
rápido por las autopistas y la ruta panorámica,
me
escapé al grito de Lares y a veces vi fantasmas,
en los
retrovisores de los carros mohosos
vi los
ferrocarriles dándole la vuelta a la isla
y los
rostros de la gente
asomados
por las ventanas de los vagones
sin que
nadie se quejara de no tener aire acondicionado,
vi a mis
tíos sin cinturón yendo por la número uno
antes
del accidente que hizo llorar tanto a mi madre
y a mi
abuelo subiendo la ventana automática
como si
fuera un gran adelanto para la familia.
Porque
el pasado de esta isla sólo puede verse
en un
retrovisor roto con espejos mal pegados:
recuerdos
enmohecidos
que
están más cerca de lo que parece.
Mara
Pastor (San
Juan, Puerto Rico, 1980): Arcadian Boutique (2015). También es autora del
poemario Sal de magnesio (2015).
Preciosa manera de narrar los recuerdos reflejados en el puzle violento de la memoria de nuestra niñez con formas y maneras adultas. Como la herrumbre . . .
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