La zanja. Nuria Ruiz de Viñaspre. Editorial Denes. XII Premio de
Poesía César Simón. 2016. 74 páginas. 10,50 euros.
Cuando una escritora o un escritor se sientan a escribir
tienen ante ellos, de entrada, varias opciones estéticas. En algunas ocasiones
reproducirán miméticamente el mundo, y en otras defenderán la autonomía del
texto, la suspensión de su función representativa. Habrá quien siga los
esquemas métricos de moda en las últimas décadas (sobresale la silva de verso
blanco), y quien ejecute una melodía musical propia, independiente y original.
A veces los autores emplean en sus versos un lenguaje normativo, sencillo,
claro, cercano a la lengua estándar (“Escribo como escupo” declaraba Blas de
Otero), o al
revés, tienden al hermetismo, a la expresión oscura. Estas son algunas de las
variables sobre las que los poetas meditan antes de enfrentarse al texto.
Ninguna es mejor que otra. Todo depende de la valía del autor. Todas son
necesarias. Los humanos somos seres complejos, poliédricos, buscamos distintas
respuestas a lo largo de la vida, nos hacemos multitud de preguntas que varían
a lo largo del tiempo. Nuestra sed es insaciable. No nos vale un esquema.
Desbordamos las pautas. Decía José Martí que cada libro tiene un rostro, un lenguaje; y de
la misma forma, nuestras carencias tienen diferentes fisionomías, por eso vamos
a la zaga de libros que nos reflejen en nuestra multidimensionalidad. Las
opciones estéticas por las que se decanta Nuria Ruiz de Viñaspre en su último libro, La
zanja (Premio
de Poesía César Simón), podríamos catalogarlas de vanguardistas. En una selva
lírica caracterizada por los ritmos fijos (combinaciones de heptasílabos y de
endecasílabos), la verosimilitud y la denotación, se agradecen los poemarios de
propuesta estética arriesgada. Las piezas que lo componen, salvo alguna
excepción, no hacen referencia al mundo extralingüístico. No hay asideros
fuera. No existen los vínculos referenciales entre las expresiones de los
textos y el mundo exterior. Nos movemos en las interioridades del sujeto que
enuncia (de ahí el título del libro, la zanja, como otros poetas han optado por
la “galería” o el “teatro bajo la arena”). Las imágenes de las diferentes
composiciones se hilan con una sorprendente batería de figuras retóricas, esas que
la mayoría de los poetas tienen olvidadas en los trasteros y altillos de sus
casas. A saber: concatenaciones (“dentro de mí hay una carta/ y dentro de la carta hay un sobre/ y dentro del sobre hay un ciervo…” p. 14),
sinónimos (“se apisonan se clavan se hincan” p. 22), paranomasias (“The End del
Edén” p. 63), calambur (“y el hielo es-clavo” p. 32), anáforas (“y siento hielo en mi cerebro/ y el aire se enfría/ y se congela el mundo” p. 32),
rima en eco (“o ser músculo minúsculo para adentrarse en el yo mayúsculo” p. 58), aliteraciones (“los raíles de sus brazos/ zanjas/ los rieles de su cuello/ zanjas/ el carril por el que discurría su sexo” p. 50) y alegorías
(mención a la zanja, el socavón, el pico, la pala…). Ruiz de Viñaspre ha jugado con el idioma, se ha
divertido con él. Como sentenciaría Juan Carlos Mestre, ha demostrado insumisión hacia
el lenguaje normalizado. El mundo de la inconsciencia es caótico, un magma
denso en ebullición constante, amorfo y potente. De ahí que la autora se haya
decantado por las asociaciones semánticas y fonéticas para tejer su discurso.
En la zanja no existe el lenguaje racional. Por eso tampoco encontramos en (la
mayoría de) los poemas ni signos de puntuación ni conectores. Abundan las
percepciones fragmentadas. La voz que enuncia ni narra ni argumenta. Se deja
llevar por un fluido de conciencia que avanza dando saltos de unos temas a
otros: el amor, el metalenguaje, el deseo o la condición humana.
Dentro del
conjunto destaco un poema dedicado a Gaza, es la única pieza con deixis
referencial a una región del mapamundi. La ironía, en este caso, se alía con
una sutil denuncia política. El trabajo con el lenguaje que ha llevado a cabo
Nuria Ruiz de Viñaspre, tanto en este libro como en otros anteriores (Pensatorium, La Garúa. 2014), le ha abierto
las puertas de una antología de reciente aparición, nacida para abrir una cuña
en el –masculinizado– canon poético español: (Tras)lúcidas. Poesía
escrita por mujeres. (1980-2016), compilada por Marta López Vilar y editada por Bartleby.
Que tengan suerte ambas.
Esta reseña ha sido publicada por La Tormenta en un Vaso. Enlace original, aquí.
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