Anagrama. 2013. 248 páginas. 16´90 euros.
¿Qué entendemos por Arte? ¿Cuáles son sus límites? En los
tiempos que corren es la mirada del receptor la que otorga o retira el rango
artístico a los objetos. Ninguno es, de entrada, estético. Nosotros le
conferimos ese valor. Los objetos instrumentales, por ejemplo, pueden tener un
uso artístico cuando suspendemos su interpretación usual y los identificamos
con una categoría estética. Su belleza nace de la muerte de su utilidad. Así
las cosas, ¿podría considerarse una “obra magistral” una caja, un contenedor en
medio de una sala de exposiciones? ¿Y si encerrase en su interior a una
persona? ¿Y si se tratara de un inmigrante sin papeles? Miguel Ángel Hernández
aborda estos asuntos en su ópera prima Intento de escapada. En la novela, un estudiante de
Bellas Artes se convierte en colaborador de un polémico y afamado artista,
Jacobo Montes. Para éste, lo verdaderamente importante de una instalación es la
potencia de su significado simbólico, de sus metáforas. Más allá de la
realización física, lo relevante descansa en la idea que sustenta la obra, en
su mensaje político y en su dimensión poética. El joven Marcos comparte este
ideario, hasta el punto de no ver necesaria la ejecución de un proyecto, basta
con sentir la experiencia que lo acompaña, porque al final el resultado frustra
un poco. No obstante este punto de intercesión, según avanza el libro las
posturas toman distancia. Y las preguntas cada vez irrumpen con mayor
frecuencia. ¿Puede el Arte cambiar la vida o sólo la repite? ¿Puede un artista
saltarse las normas éticas y morales de que nos hemos provisto para crear su
producto estético, o ha de estar sometido a las reglas de todos?
Lo atractivo de Intento de escapada es la confrontación ideológica.
El debate se sustenta sobre la descripción de videos, fotografías e
instalaciones. La crudeza de estas imágenes apela a los lectores para que se
interroguen a sí mismos acerca de su visión del Arte.
El punto débil de la novela radica, precisamente, en su
ejecución. El yo-protagonista (Marcos) que asume la narración de los hechos es
demasiado inocente y manipulable, de manera que no nos lo creemos. Jacobo
Montes, pese a sus posibilidades, es un personaje desdibujado. Un sujeto
ausente. Quizá si la novela se hubiese escrito en tercera persona, y hubiésemos
tenido acceso a su interioridad, no sólo se habría ganado el estatus de
personaje redondo, sino que nos habría alumbrado a los neófitos sobre los
motivos, dudas y desgarros íntimos que empujan a un artista a lo más alto de la
indecencia humana (ya sea por sus planteamientos teóricos o por sus ejecuciones
prácticas).
Pese a ello, merece la pena dedicar un par de tardes al
libro. Remueve las conciencias. Critica el Arte contemporáneo. Aborda el tema
de la emigración irregular sin subterfugios que enmascaren su dureza. Sobrecoge. Impacta.
Para lectores con mucho aguante.
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