El sol se posa en Gaza, acaricia la angustia de las calles cubiertas de
escombros. Poco a poco, los comerciantes montan sus puestos de carne, verdura y
ropa de invierno. La ciudad se levanta y fluye como un río acostumbrado a que
alteren su curso. El mercado callejero -pese al
cierre de fronteras decretado por Israel-
recompone la mutilada, ajada, reventada normalidad. La escuela contribuye a esa
tenaz resistencia de las cosas que siguen. Los edificios carecen de ventanas o
puertas, los pupitres están rotos, pero los niños siguen llenando las aulas
dispuestos a aprender. Se protegen de las lluvias con cuadernos prestados, se
resguardan del ultraje diario con las risas. No existe el desconsuelo en sus
miradas, ni conocen las sílabas que anuncian el cansancio o la resignación.
Comparten la esperanza de un mundo sin violencia.
(Poema de mi libro en elaboración)
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